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Sticlă cu apă plată

Al final del viaje voy a visitar la obra del que será el templo ortodoxo más grande del mundo, en Bucarest, București, Catedrala Mântuirii Neamului, situada junto al edificio administrativo de uso civil más grande del mundo, Palatul Parlamentului (fue levantado durante la dictadura comunista rumana). Ambos imponentes. El edificio administrativo más grande del mundo es el Pentágono, en los Estados Unidos de la América y para uso estrictamente militar.

Obras por el Dios y la Patria, sus defensas, colorines, derivados.

Camino abrigado alrededor y hago una fotografía de mi cordón desatado y azul.

Lo reato con mimo.

No, no ha habido mucho espacio para otras construcciones.

Hay poquito hoy.

Al final quisiera (quiero, querría) ir a visitar otra, finalizaría otro viaje.

No encuentro y la tercera obra más pequeña del mundo probablemente ni exista.

No sé tiene una tilde inútil.

El título de este texto, traducido, es: Botella de agua sin gas.

Echaré de menos este lugar del Este de Europa donde puedo entender aproximădamente lo que leo por la calle, desde las palabras forjadas en las alcantarillas a los carteles en las azoteas de Piața Unirii, e incluso alguna que otra palabra de las conversaciones en los restaurantes.

La revedere.

Y el epílogo de la historia se escribió de una forma curiosa: incapaz de organizar la forma de efectuar el pago, el Gobierno alemán tramitó el asunto a través del tanzano. El Gobierno de Dar es Salaam, no sabiendo tampoco muy bien qué hacer, publicó en los periódicos un anuncio informando que, en la ciudad de Mwanza, al sur del Lago Victoria, se efectuaría el pago de la deuda a los antiguos askaris que se presentaran allí, en una fecha señalada, y pudieran probar que sirvieron en el ejército germano entre 1914 y 1918. Un pagador alemán viajó con el dinero desde Bonn a Mwanza y la mañana de la cita encontró ante sí a un grupo de unos trescientos ancianos. Pero eran muy pocos los que conservaban el certificado que, en 1918, Von Lettow había extendido, uno por uno, a todos sus soldados. El pagador tuvo entonces una feliz idea. Comenzó a ordenar, en alemán, movimientos de intrucción militar: firmes, presenten armas, descansen, marchen… Ni uno solo de aquellos ancianos dudó y todos ejectuaron a la perfección las ordenes del pagador. La deuda de Lettow quedó así saldada con los supervivientes de su particular guerra.

El sueño de África. En busca de los mitos blancos en el continente negro, Javier Reverte

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