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Sudáfrica, vida después del Mundial

 

Muy crédulo tenía que ser el que pretendiera que un mundial de fútbol cambiara siglos de desigualdad social y económica y el status quo en Sudáfrica (o en cualquier otro país). La FIFA y Sepp Blatter tienen mucho poder y dinero, pero no se caracterizan precisamente por ser justicieros universales que roban a los ricos para dar a los pobres. Después de un evento que ha costado al país la friolera de 6.000 millones de euros, la FIFA ha abandonado Sudáfrica con ingresos récord (unos 2.400 millones de euros) gracias a estadios llenos (la mayoría por seguidores locales), y un Mundial que no sólo se ha desarrollado sin problemas, sino que ha servido para que un buen montón de agoreros racistas, muchos de ellos voceros de la prensa anglosajona ante la que el resto inclina la testuz, se tengan que tragar sus titulares: ni baño de sangre, ni tiros, ni violaciones, ni muertos en avalanchas masivas, ni estadios a medio hacer, ni seguidores abandonados en aeropuertos sin transporte, ni falta de habitaciones de hotel. Pero los cambios socioeconómicos anhelados en el país requieren algo más que un Mundial, aunque éste pueda, según los apologetas, ayudar.

       Ha sido un evento que ha enorgullecido al país, sí, pero sus beneficios son, -más allá de la remodelación y mejora de infraestructuras a cargo del estado-, una apuesta de futuro: el Mundial es una gran campaña de márketing cuyo objetivo es atraer inversión extranjera y turismo. De acuerdo con los analistas, estos posibles beneficios no se harán visibles en tres o cinco años y, en todo caso, unos beneficios que, de acuerdo con el director de servicios públicos del Consejo de Investigaciones en Ciencias Humanas (CSHR, en inglés), Udesh Pillay, fueron sobrevalorados por el gobierno: Pillay mantiene que el incremento del PIB este año oscilará entre el 0,2% y el 0,4%, cuando el gobierno había llegado a mantener una expectativa de crecimiento del 4%. Los puestos de trabajo generados este año han sido 120.000, la mayoría ligados a la construcción de infraestructuras y, por ello, temporales, “aunque 120.000 puestos de trabajo en nuestra economía no es baladí”. Tampoco es de desdeñar la transferencia de conocimiento, la experiencia ganada por los trabajadores en un mercado laboral por lo general poco cualificado. El desempleo en Sudáfrica, que ha encajado la crisis económica cediendo un millón de puestos de trabajo el pasado año, se sitúa en cerca del 30%, en una población de cincuenta millones. En el 30% no se cuenta a aquellos que ya han desistido de buscar trabajo.

       Antes de la crisis económica se estimaban que los seguidores extranjeros llegados al país serían medio millón. De acuerdo con Pillay esta cifra se ha reducido a entre 250 y 300.000 personas, que habrían contribuido a la economía en 1.200 millones de euros. Eso sí, en la gran campaña de mercadotecnia los sudafricanos han sido los mejores publicistas de la nación, hasta sorprender al propio gobierno: el presidente Zuma, rezaba en público días antes del evento pidiendo que los sudafricanos fueran buenos, aunque sólo fuera por las cuatro semanas del Mundial. No han sido buenos. Han sido mejores, acostumbrados a dar lo más de sí mismos, unidos, cuanto más alto es el listón. Lo demostraron al recibir a Mandela recién salido de prisión en 1990; en el asesinato por la extrema derecha en 1993 de Chris Hani, líder del Partido Comunista Sudafricano, figura muy estimada; durante la Comisión de la Verdad y la Reconciliación; en el mundial de rugby de 1995; en las consiguientes elecciones y en los últimos años convulsos políticamente, con el relevo anticipado de la presidencia de Thabo Mbeki y su sustitución por Jacob Zuma o, si estiramos la cuerda, en los días posteriores al asesinato del líder racista Terre´Blanche, hace apenas unos meses, en los que pasó…nada.

       Los episodios de crimen han sido escasos; ha habido algunos problemas con el transporte, previsibles y menores, y los centenares de seguidores que se quedaron tirados en el aeropuerto de Johanesburgo fue porque cinco aviones no pudieron aterrizar en el de Durban, colapsado por jets privados de celebridades que asistían al España-Alemania; la policía ha sido visible y los sudafricanos han reconquistado lugares públicos, redescubierto el caminar por el centro de la ciudad, ir por la noche en tren o autobús o, para algunos, adentrarse por primera vez en barrios negros, como Soweto, el mayor gueto de Sudáfrica. Los sudafricanos no desaprovechan las oportunidades de demostrar su sudafricanidad, para la mayoría, la población negra, estrenada en 1994, cuando antes eran ciudadanos de tercera en su propia tierra.

       El mundial ha enorgullecido al país, aunque algunos analistas se preguntan si el orgullo exhibido no es también síntoma de falta de autoestima, no es haber cedido a prejuicios racistas, eurocentristas: ¿por qué estar orgulloso de algo en lo que no se debería haber dudado, la capacidad de los sudafricanos y de su gobierno de organizar un Mundial con éxito? Otros, como Richard Calland, profesor de Derecho Público de la Universidad de Ciudad del Cabo, que considera que el ejercicio de relanzar la imagen de Sudáfrica ha funcionado en el marco internacional, recuerda en un reciente artículo en el seminario Mail & Guardian, que el mundial ha recordado a los sudafricanos lo que es posible: “renovar infraestructuras de forma competente, desarrollar un servicio público fiable, una actitud diferente hacia los espacios públicos y el transporte público y una imagen renovada de nuestros compatriotas. La FIFA, con sus faltas y su ilegítimo control autocrático de un bien público global, ha obligado a Sudáfrica a hacer cosas que, sin mucha duda, no hubiera conseguido a solas”. Tras constatar la dificultad en discernir si el gasto en el mundial ha sido prudente o si habría que haber dirigido el dinero a asuntos más importantes como educación, viviendas o sanidad, el profesor recuerda que “el mundial no debe enmascarar la delincuencia en los servicios públicos en Sudáfrica o la diferencia inexcusable entre la calidad de vida que disfruta una minoría y la de la mayoría en la pobreza”.

 

 

       El Gobierno asegura haber tomado nota y se prepara para mantener los estándares de servicio público al mismo nivel para sus ciudadanos que el que ha desarrollado para la FIFA: el martes los ministros se reunían con el presidente Zuma para estudiar cómo mantener el ritmo en temas prioritarios como creación de empleo, mejorar la educación (uno de los grandes retos del país), la sanidad o el desarrollo rural. Algo que Pillay recomienda encarecidamente al recordar las frecuentes protestas en los barrios negros antes del Mundial por falta de agua o electricidad, las elevadas tasas de desempleo o las de crimen (18.000 asesinatos al año, el país sin conflicto bélico con más muertes violentas en el mundo). “El Mundial nos ha provisto de un momento para el que unirnos y enorgullecernos de ello, lo que es una buena base para lidiar con asuntos de desarrollo de forma conjunta”.

       Una sombra se ha cernido sobre el campeonato en forma de rumor. De forma esporádica, en diferentes partes del país, el rumor se ha transformado en realidad: xenofobia. Se decía en los townships, en los guetos: tras el mundial, los amakwerekwere (extranjeros) fuera del país. Una repetición de los ataques xenófobos de hace dos años, con 62 muertos y miles de desplazados. Se han producido esta semana en la zona de El Cabo y también en Johannesburgo. Esporádicos, con heridos, pero ahí están. El Gobierno, pese a que pretende apartarse de la palabra xenofobia, está actuando con rapidez, con despliegue policial y hasta militar. Pero Pillay recuerda: “si no llegan los servicios públicos esperados a los barrios y existe una percepción de que los extranjeros tienen acceso a una vida mejor que los locales, los ataques se pueden repetir, la población local frustrada e impotente”.

       El orgullo nacional exhibido durante el evento ha recordado a más de uno el período de luna de miel en el que los sudafricanos se embarcaron tras 1994, similar en el espíritu de buena voluntad de la Rainbow nation (Nación Arco iris), concepto inventado por el arzobispo emérito Desmond Tutu. Una luna de miel que se creía en vías de extinción hace pocos años. Nadie sabe cuánto durará el espíritu, algo que está en manos de los sudafricanos. De momento, se extendió hasta el pasado domingo, 18 de julio, día del cumpleaños de Nelson Mandela y el primer Día Internacional de Mandela.

 

Ciudad del Cabo. 21 de julio, 2010

 

* Lali Cambra, periodista freelance. Colaboradora de El País. Especialista en el Sur de África y en Derecho Internacional Humanitario. Reside en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) desde 2004. 

 


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