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Sudán en la encrucijada

 

El referéndum que decidirá si el país más extenso de África se divide está fijado para el 9 de enero. Nada apunta a que la partición —el resultado más probable según todos los pronósticos— por sí misma vaya a acabar con los problemas que asolan Sudán desde que naciera como Estado en 1956. Con esta consulta popular, en la que el sur optará entre permanecer unido al norte o establecerse como país independiente, culmina el periodo de transición de seis años estipulado en el Acuerdo General de Paz que se firmó el 9 de enero de 2005 y cuya aplicación ha estado plagada de obstáculos.

       Este acuerdo, que puso fin a la segunda guerra que ha enfrentado a las dos regiones durante 22 años, otorgó al sur la autonomía regional y prometió a sus habitantes el derecho a la autodeterminación pasados los seis años. También disponía que las partes debían hacer todo lo posible para promover la unidad nacional. Sin embargo, en los años transcurridos no se han visto iniciativas al respecto.

       Francis Deng es sudanés —oriundo de la región fronteriza entre el norte y el sur—, académico, diplomático, escritor y asesor especial del secretario general de ONU para la Prevención del Genocidio. Con su libro Sudán al Borde pretende llevar el debate acerca del futuro de Sudán más allá de la dualidad unidad/secesión. Según Deng, unidad y secesión no son más que distintos grados de relación entre dos entidades. Como países independientes, o como regiones dentro de un Estado unitario, seguirán manteniendo la proximidad geográfica y la interdependencia, dados los lazos económicos, sociales, culturales e históricos que las unen.

       El autor argumenta que la paz genuina y duradera sólo se alcanzará con el establecimiento de unas relaciones igualitarias, satisfactorias y beneficiosas para ambas partes. Aunque quizá sea ya tarde para que la unidad sea una opción atractiva y real de cara al plebiscito, estas nuevas relaciones serán sin duda la base de la coexistencia pacífica en el caso probable de que el sur vote a favor de la independencia, e incluso podrían servir para dejar abierta la posibilidad de una reunificación posterior. 

       Sin embargo, como advierte el autor, para que las aspiraciones de un Sudán unido puedan seguir vivas, es imprescindible una redefinición del concepto de unidad nacional que se aleje del modelo tradicional en el que el poder y los recursos están controlados por el grupo árabe-islámico del centro del país. En esta línea, otro elemento clave a revisar es la actual identidad nacional también dominada por los aspectos árabe-islámicos. Esta identidad, basada más en mitos que en realidades, se apoya en elementos diferenciadores entre las distintas razas, etnias, culturas y religiones presentes en Sudán —ignorando o desdeñando los rasgos africanos—, y ha servido de base para la marginación de los grupos musulmanes no árabes del norte y de los pueblos del sur, que no son ni musulmanes ni árabes.

       Las dos guerras entre el norte y el sur, que se han prolongado durante casi cincuenta años, no son los únicos conflictos violentos que vive Sudán. Además del caso más conocido de Darfur, otros pueblos del norte —los nubios, los bejas, los ingasanas o los nubas— plantean reivindicaciones similares contra la marginación histórica. Por ello, la alternativa de la unidad (incluso con el sur escindido, para evitar una mayor desintegración del país) implica una profunda reforma del estado que otorgue a todas las regiones una autonomía real, con un reparto equitativo del poder político y de la riqueza nacional. Pero, además, deberá construirse un modelo de identidad nacional, basado en los elementos comunes, donde tenga cabida la gran diversidad racial, étnica, cultural y religiosa de Sudán, sin discriminación alguna. Esa era la idea del Nuevo Sudán de igualdad plena que propugnaba el sur en su segunda guerra contra el norte.

       En cuanto a la probable independencia del sur, el objetivo es que la partición norte-sur se desarrolle de forma pacífica y amistosa, para lo que se requerirá el establecimiento de mecanismos y acuerdos que garanticen el uso compartido de recursos naturales claves —como el agua y el petróleo—, el comercio y la libertad de movimiento, residencia y empleo. Otro objetivo es que el sur cuente con todo el apoyo necesario, nacional e internacional, para desarrollar al máximo su capacidad de gobierno y evitar así el cumplimiento de la profecía de región ingobernable debido a los enfrentamientos interétnicos (fácilmente manipulables) que aflorarán una vez que el factor aglutinante de la lucha contra el norte desaparezca. Para ello es necesario analizar, con profundidad y objetividad, los logros alcanzados, los errores cometidos y los obstáculos por venir; y poder así definir y aplicar las medidas correctoras oportunas, en lugar de abandonarnos a la idea del sur de Sudán como un “estado fallido”.   

       En Sudán hay mucho en juego, para el propio país y para el mundo entero. La resolución satisfactoria de los conflictos que vive el país sería un gran triunfo de y para su pueblo. Por el contrario, un empeoramiento de la situación puede tener consecuencias catastróficas que se extenderían más allá de sus fronteras.

       Estos son los argumentos y las propuestas que Francis Deng expone en Sudán al Borde, un análisis equilibrado y constructivo dirigido a reconducir el debate a la búsqueda de elementos e intereses comunes sobre los que construir un futuro pacífico para Sudán.

 

María José Gámez

 

El libro se puede descargar o consultar aquí (pdf, 55 páginas)

 


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