En el año 2007 recibí un encargo, buscar laca en Birmania*. Mi misión consistía en encontrar a los mejores artesanos de la preciada laca birmana y valorar si era posible comercializarla en España, o mejor aún en Europa. Me sacrifiqué y fui, al fin y al cabo estaba cerca. Cuando me lo dijeron deambulaba entre Bangkok y Chiang Mai eligiendo complementos de decoración, uno de los mejores trabajos que habré tenido en mi vida.
Llegue a Rangún el primer día de julio. Fue como descender de un hidroavión directamente al agua, sin pantalán: sentí los efectos de un aguacero birmano, un aperitivo.
Me alojé en el Hotel Asia Plaza situado en el centro de la ciudad. En el hall había un restaurante chino, especializado en pescado (buenísimo, por cierto). Cené allí. Para mi sorpresa, el encargado del comedor sabía más de fútbol español que yo. Más tarde descubrí que los birmanos tienen locura por el fútbol. Estuve hablando casi una hora con él, me recitó todos los nombres de la plantilla del Athletic de Bilbao, y por supuesto conocía a todos los jugadores del Real Madrid y del Barça. Ccreo que conocía casi todas las plantillas del fútbol europeo.
Todos los clientes eran chinos, chinos de China, no expatriados residentes en Birmania o birmanos de origen chino. Los de la mesa de al lado se metieron en la conversación, dijeron que tenía suerte al ser de España, un país con una economía tan fuerte, que les encantaría poder invertir en el negocio inmobiliario en España, porque con el ladrillo nunca se pierde y España era la mejor prueba. Lo repitieron, lo gritaron, varias veces:
—In estate never lost.
Habían ido a Rangún para comprar rubíes, los famosos rubíes birmanos color sangre pichón, y jade. El jade verde que enloquece a los chinos, creen que trae buena suerte y que aleja las enfermedades. Me aseguraron que eran capaces de distinguir por su nombre treinta tonalidades de jade verde, empezando por el imperial que es el más cotizado, siguiendo por el verde frondoso, el verde denso, el vívido, el verde musgo, el manzana, el verde aceite… Así hasta treinta, y dejo para el final el que lleva el nombre más bonito: el verde paddy, el color de los campos de arroz después de la tormenta.
Estas filigranas lingüísticas con los colores me recordaron a las utilizadas por los entendidos taurinos cuando tratan de definir el sutilísimo color de los ternos de los toreros, que si es azucena o cielo, puede que espuma de mar o purísima, pavo, tabaco, sangre, grana, etcétera. Nunca he podido averiguar la misteriosa carta de colores que emplean los entendidos.
Además del color el jade tiene otra característica que le da o quita valor, lo que ellos llaman wáter (agua), la transparencia. Cuanto más transparente mejor. Como una placa de agua pura del arroyo y a partir de ahí toda la gama hasta llegar al agua arroz glutinoso, al que menos valor le dan.
La jadeíta de tonalidad verde claro se extrae en el estado Kachin y desde que descubrieron los yacimientos de jade en Mogaung, en el siglo XVIII, los chinos siempre han merodeado por allí.
Norman Lewis, el escritor inglés que dedicó su vida a viajar y a contar lo que veía en esos viajes, en su libro La Tierra Dorada relata un viaje que hizo por Birmania en el año 1951. Cuenta unas historias delirantes sobre el cultivo del jade en el estado Kachin. Por ejemplo, cómo los recolectores podían abandonar la extracción de jade y dejarlo reposar en la tierra unos meses más para que madure hasta que adquiera una mejor tonalidad.
Con el tiempo me enteré de que la cosecha de jade en Kachin tiene un lado muy oscuro, relacionado con el consumo de opio y heroína. Casi todos los mineros trabajan a cambio de las dosis diarias de heroína, y se la venden los mismos que exportan el jade a China. Los han convertido en esclavos yonkis, un doble negocio.
El caso es que aquellos chinos expertos en rubíes y en las infinitas tonalidades del jade me confirmaron que la mejor laca de toda Birmania se elaboraba en Bagan.
Tenía dos días por delante antes de viajar a Bagan, tiempo que pude dedicar a las gestiones más peregrinas, entre otras imprimir muestras con propuestas para los acuarelistas en una camisería regentada por una simpática abuelita china. Era el único sitio en el que encontré una impresora. Descubrí que los acuarelistas birmanos son estupendos. Shan Lay, el empleado de una galería especializada en acuarelas, un joven guapo y espigado, y el dueño me presentaron a uno de sus artistas. Ko Shan se llamaba, y estaba emocionado delante de un posible comprador. De hecho, le compré alguna acuarela, no tantas como me hubiera gustado. También estuve un buen rato intentando convencer a un comerciante de productos de madreperla, Ni Ni, en Bogyoke Market, antes conocido como Scott Market, de cómo mejorar la presentación de sus delicadezas. Los hijos apoyaban la idea, él me miraba como una vaca al tren. En ese mercado me enteré de que la madreperla, las perlas y toda la artesanía elaborada con conchas tienen su origen en el sur de Birmania, en la estrecha franja del sur que comparte con Tailandia. Y que el pan de oro viene de Mandalay. Todavía algunos artesanos lo trabajan a golpe de martillo, hasta lograr esas finísimas laminas de oro.
Intenté consultar mi correo en un internet café, misión imposible. No conseguí bajar ni un mensaje. Por supuesto no funcionaban los móviles y el teléfono del hotel tenía unos precios inaccesibles. Total, que me encontraba felizmente aislado, en un mundo en el que no existían las mac-burgers, ni las coca-colas, ni las tiendas de Zara. Un paraíso pre-globalización.
Tampoco había cajeros automáticos y el cambio oficial era un robo descarado, así que cambié algunos dólares en el mercado negro. Los birmanos son expertos en los papelitos que imprime la Reserva Federal de Estados Unidos. Los billetes tenían que estar recién salidos de fábrica, la más mínima marca servía de excusa para rechazarlos.
Visité el monasterio Ashay Tawya Kyaung, que guarda en su interior un Buda reclinado (reclining), una estatua enorme que parece un regalo de Walt Disney al pueblo birmano. Muchas de las figuras actuales de Buda, con todos los respetos, son tremendamente kitsch. Que conste que según dicen Lord Buda prohibió su culto y que se representara su imagen, con escaso éxito.
Los monjes me enseñaron su manera de vivir. Lo que más me sorprendió es que no fueran vegetarianos. En el monasterio conviven monjes de todas las edades, desde chavales hasta abuelitos. La mayor parte de ellos están de paso. Es tradición entre los budistas birmanos pasar un tiempo como monje, una especie mili religiosa.
—Hay que convertirse en monje, antes de convertirse en hombre, me dijeron
Algunos permanecen como monjes toda la vida, otros vuelven a tomar los hábitos cuando enviudan, para acabar sus días en el monasterio. Siguen la corriente theravada budista y les interesa todo, lo que pasa en su país y lo que acontece fuera. No viven aislados del mundo, de hecho cada mañana toman el pulso a la vida, cuando salen a mendigar por las calles su comida, una caminata diaria en busca del sustento. Y son cuatrocientos mil, así que es fácil encontrase con ellos por las calles, en especial a primera hora de la mañana. Son pura simpatía y les encanta posar para que les fotografíen. Y monjas, ¿dónde están las monjas?
—Hay pocas, a las mujeres no les gusta cortarse el pelo, ellas visten de rosa, nosotros de azafrán –explicaron divertidos los monjes.
En realidad visten de rosa y marrón, y no son pocas, se estima que el número de monjas se acerca a las cuarenta mil en Birmania, la tercera parte de las monjas budista que hay en el mundo. En Birmania no alcanzan el mismo rango de ordenación que los hombres, en eso se parecen a las monjas católicas.
Al salir del monasterio di una vuelta completa a Rangún en el tren que circunvala la ciudad (Railways line). Por un dólar uno se puede sentir como un rangún que va o vuelve del trabajo. Creo que intercambié saludos de cortesía, por riguroso turno: O mingalab. ¿De dónde eres? ¿Te gusta Rangún? ¿Hace frío en España? ¿Barcelona? No. ¿Madrid? No, Bilbao. Llegados a este punto los mejor informados siguieron ¿Atleti?, y una sonrisa de enorme felicidad. Me habían pillado, sabían de donde era. En la calle, daba igual la hora, se veía gente comiendo, muchos en cuclillas o sentados en sillas de plástico diminutas delante de unos puestecitos callejeros, la versión oriental de la comida rápida.
Nací un 4 de julio, un día en el que más de un norteamericano se emborracha. El día de mi cumpleaños, a las cinco y media de la mañana, tenía que estar en el aeropuerto de Rangún para el embarque a Bagan. El taxista que me llevó era un tipo inexpresivo, ni una mueca, ni una palabra, cosa rara porque los birmanos gesticulan mucho y les gusta hablar. En el camino nos encontramos con la carretera inundada. Llevaba sin parar de llover día y medio, tuvimos que dar un rodeo. Poco después, y ya cerca del aeropuerto, se le cayó el tubo de escape. Nueva parada para recogerlo. No se inmutó, me dejó en la terminal equivocada. Otro taxi.
Al pasar el control de seguridad, me di cuenta de que el maletín con el equipo informático-fotográfico chorreaba agua. Iba en el suelo del maletero, se había inundado y no me enteré. El taxi se caía a pedacitos. Los taxis, todos, se caían a pedacitos.
Bagan es un lugar que parece sacado de un bonito sueño, una meseta repleta de templetes, pequeñas pagodas que allí les llaman payas, bordeada por el río Irawadi.
Los turistas, viajeros o despistados que se acercan a Bagan se dedican a merodear entre las pagodas (las hay por miles), o a subir en globo aerostático para tener una visión del conjunto desde el cielo. Hubo un tiempo por esas tierras en el que todo el que tenía un duro se hacía levantar un templete como medio para expiar sus pecados, limpiar el karma y acceder a una próxima buena encarnación. Es un buen negocio este de la encarnación, que administran con sumo cuidado los monjes. Cada iglesia tiene su especialidad. La católica, sin ir más lejos, es capaz de abrir las puertas del cielo al mayor de lo genocidas si accede a la absolución administrada por un sacerdote.
Fui a visitar alguna de las pequeñas empresas que trabajan la laca, y por el camino vi asomarse las pagodas entre la vegetación. Contraté un taxi para todo el día, y un guía que hablaba un inglés mucho mejor que el mío. El chófer me cobró treinta dólares; el guía, diez. El padre del guía era profesor de inglés en la escuela y por las tardes daba clases particulares a los del pueblo. Todos en Bagan quieren saber algo de inglés, o de cualquier idioma. Viven del turismo. De hecho, por la calle los bagan se acercan para practicar un poco. Si les contestas a lo que te preguntan son felices: es su manera de comprobar que han aprendido algo y que les entiendes.
Trabajar con laca requiere habilidad y paciencia. Los pequeños cuencos tradicionales llevan una base de finísimas láminas de bambú trenzado, en la versión rústica, y de bambú y crin de caballo en la edición de lujo. Hacer esos pequeños cuencos sin lacar ya es una virguería notable. Pero no es suficiente. Después los van cubriendo con sucesivas capas de laca, pulen y vuelven a dar otra capa de laca. Repiten esta operación un mínimo siete veces. Los que están hechos con crin de caballo son más ligeros y flexibles. Los mejores llevan su interior cubierto con panes de oro. Tengo alguno en casa. De vez en cuando pongo una vela dentro y vuelvo a Bagan.
Recuerdo las negociaciones con las elegantes y amables daws en Bagan (daw significa señora y u señor), unas comerciantes duras como el pedernal. Me daban seis meses como mínimo de plazo para completar un pedido no demasiado grande y había que pagarlo íntegro por adelantado. Podían estar negociando horas y horas, sin cambiar ni un ápice lo que proponían al principio. Les daba igual un pedido grande que uno pequeño, el precio y el plazo permanecían inamovibles. Eso sí, todo dicho con una preciosa sonrisa dibujada en su cara.
—Pero si les compro mil piezas de este modelo, ¿no hacen mejor precio? –les decía
—Imposible, corremos mucho riesgo, puede subir mucho el precio de la laca, los chinos y los japoneses están locos, la compran toda y hacen subir los precios.
Al atardecer di un paseo por Nuevo Bagan hasta Lawkananda, una pagoda situada sobre una pequeña colina desde la que se asoma al río Irawadi, ese río del que Neruda dijo que tenía el nombre más bonito del mundo. Vi atardecer desde la pagoda. Todo iba lento, yo que arrastraba las sandalias, el caminar de los bagan y el fluir del gran río, que bajaba perezoso en su inmensidad. Las aguas terrosas tenían destellos rojizos, el sol se estaba poniendo. George Orwell dice de este río en su novela Los días de Birmania: “fluía el Irawadi inmenso y ocre, brillando como diamantes en los tramos que golpeaba el sol”. Pero eso tiene que ser más adelante, casi en el delta. En Bagan los destellos son rojizos, como los de sus famosos rubíes.
Pasé esa tarde de mi cumpleaños solo, en la pagoda, contemplando el Irawadi, por el que navegaban pequeñas embarcaciones, algunas a vela, manejadas por pescadores. El clima más seco y con brisa es mucho más agradable que el de Rangún. Algunas parejas miraban en silencio la puesta de sol. Me llamó la atención una en especial, el chico era un monje, con su cabeza rasurada y la túnica granate. Eso sí, no se tocaban ni un pelo. Amor birmano.
De vuelta, por el camino, de nuevo me saludaron todos con los que me crucé. Cené en un enorme restaurante al aire libre cerca del Bagan Central Hotel donde me alojaba. Era el único cliente en ambos casos. Tuve por compañía en la cena a una rana dando saltos, y una chica arrodillada ante un altarcito recitando sus oraciones a Buda. Me prepararon unos langostinos de río de gran tamaño, con textura parecida a la langosta. Los camareros, la familia, incluso la rana, me miraban.
Al otro lado de la calle se entreveía detrás de un gran árbol una pequeña pagoda de ladrillo rojo casi negro iluminada por algunas velas. Alguien cuidaba los pequeños detalles. Estaba un tanto atontado mirando ese efecto tan logrado cuando pasó una joven birmana, con sus chancletas, su longy, una bandeja de bambú entre las manos y su caminar de gacela.
A Bagan la han vaciado los militares para que los turistas se sientan en el paraíso. Es una zona muy especial que sorprendentemente no tiene nada que ver todavía con la Unesco y sus famosas listas.
La vuelta a Rangún la hice en un avión de hélice de la compañía Air Mandalay, que era igual que un autobús de cercanías. Iba parando en todos los pueblos, subían militares, monjes, mujeres luciendo tannaka en sus mejillas, unos con gallinas, otros con cestos de verduras. Bagan-Mandalay-Lago Inle-Rangún. Nombres míticos para los viajeros mundiales. Desde el avión se veían los alrededores de Rangún totalmente anegados de agua. Llevaba una semana sin parar de llover.
En ese viaje me llevé como animal de compañía una novela de Evelyn Waugh: Noventa y dos días, un relato de un viaje, que duró lo que dice el título, por la Guayana y Brasil. Evelyn era un escritora hasta que leí ese libro. No tuve el placer de ver la serie Retorno a Brideshead, basada en su novela. Saca chispas a las situaciones más anodinas. Recoge bastante bien las sensaciones del viajero solitario, aunque él no viajó nunca estrictamente solo, ya que todo el tiempo estuvo acompañado de ayudantes. Pero esa sensación de necesitar hablar en tu lengua materna, de tener una conversación fluida y la hipersensibilidad ante los pequeños detalles que se desarrolla, la necesidad de ir apuntando todo en una agenda para no caer en una neurosis repetitiva, para que no se olvide algo que en ese momento parece importantísimo, la describe muy bien.
De nuevo en Rangún visité la pagoda Botatung, una de las pocas a cuyo interior se puede acceder. Está hueca. Dentro tienen alojado uno de los infinitos pelos de Buda que hay distribuidos por el mundo, y alrededor de la reliquia conservan extraños regalos, bastante mal presentados en vitrinas, que se pueden ver mientras das la vuelta a la pagoda. Acuden fieles sin parar.
En otra pagoda, la de Sule, en el kilómetro cero de la ciudad, los astrólogos se han hecho fuertes y la rodean. Dentro, algunos monjes imparten su bendición a cambio de monedas.
En los alrededores de la gran pagoda, la Swedagon Paya, la más bella, fui a ver dos tiendas de antigüedades, una regentada por un nepalí con pinta de borrachín y la otra por un matrimonio, la mujer muy simpática y el marido un maniaco del orden. Piqué, no lo pude evitar, y me compré ocho hojas de un libro kammavaca (libros de oraciones). Las hojas eran de bambú lacado en granate y pan de oro, escritas en caligrafía birmana con una tinta marrón oscura hecha a base de resina de tamarindo. Compré también tres hojas de bronce escritas en pali, dos agujas antiguas para tatuar y una medida para pesar opio, que representa una gallina. Por este tesoro (me sigue pareciendo un tesoro), tuve que pagar cien dólares. Las dos tienditas estaban cuidadosamente sucias y desordenas, cultivan ese estilo con esmero. Si están pulcras no venden nada, todo parecería nuevo.
Mi viaje fue un fracaso comercial. No conseguí cerrar ningún trato, ni de lacas, ni de acuarelas, ni de nada. Poco después, en agosto, el país se cerró más de lo que estaba, y en 2008 llegó la crisis económica mundial que nos dejó a todos temblando, y se acabaron los sueños importadores.
Julio es la época más birmana del año: calor, humedad, bochorno, aire sofocante, lluvia, mucha lluvia. Por las mañanas y por las tardes llueve a mares. A veces hay que llevar las sandalias en la mano para que no se las lleve el agua que corre por las calles.
Neruda, a sus 23 años, pasó una temporada en Rangún. Fue cónsul de Chile. Allí inicio su carrera diplomática y allí sintió su clima y la marginación de los ingleses. También le dio tiempo para probar las mieles de un amor exótico. Se enamoró de una pantera birmana que se llamaba Josie Bliss, a la que dedicó un poema, Tango del viudo. Huyó, a la pantera le devoraban los celos y no le dejaba respirar ni una pequeña bocanada de ese aire rangún, que el poeta más tarde evocó así:
Desde mis ventanas
En Dalhousie Street, el olor
Indefinible, musgo de las pagodas,
Perfumes y excrementos, polen, pólvora
De un mundo saturado por la humedad humana,
Subió hacia mí.
Esa calle ahora se llama Maha Bandoola. Recordé este pequeño poema un atardecer en el que pude ver desde la ventana del hotel, tras una cortina de agua, reverberar la dorada aguja de la Swedagon Paya. Tiempo de monzón. Tiempo de melancolía para los birmanos, que celebran el 19 de julio el Día de los Mártires, un día que es símbolo de las oportunidades y esperanzas perdidas que Aung San se llevó junto con sus compañeros de gabinete aquel día de 1947 en el que fueron asesinados.
Mientras disfrutaba de la visión de la Swedagon, Daw Aung San Suu Kyi estaba confinada por los militares en su casa familiar al borde del precioso lago Inya. Otros opositores, varios miles, estaban bastante peor, encerrados en alguna cárcel. Nadie se atrevía a mentar a los militares delante de un extranjero. Por lo menos no delante de mí, era un tema tabú. Sin embargo, no se notaba nada especial en las calles, ni una gran presencia policial o militar, ni protestas, nada. Era la calma que precede a la tempestad.
Pasaban cosas, protestas, muchas individuales que acababan con los que se atrevían a llevarlas a cabo en la cárcel, y por supuesto seguían los enfrentamientos con los grupos armados de las etnias periféricas. Pero no se veían, el viajero solo veía la sonrisa de sus gentes.
Poco después, en agosto (yo ya no estaba en Birmania), comenzó lo que se llamó la revolución azafrán. Un movimiento de protesta encabezado por los monjes budistas, que empezó como una protesta contra la subida de los precios en artículos de primera necesidad y gracias a la torpeza del régimen acabó de la única manera que sabían los militares, a base de muertos y encarcelamientos. Incluso se atrevieron a matar monjes, el mayor de los crímenes que pueda imaginar un budista.
¿Cómo se atrevieron? ¿Cómo se atrevieron los soldados a matar monjes? Los militares se dispensaron a sí mismos una coartada: el movimiento estaba dirigido por “falsos” monjes, por infiltrados, por topos a los que ellos iban a despojar de sus hábitos.
Las imágenes finales de la película The Lady, de Luc Besson, corresponden al principio del fin de ese movimiento, poco antes de que desataran la represión. Lo que pasó ese día que Besson recrea en la película es un buen ejemplo de cómo funcionaban las cosas en aquellos momentos. Todo fue raro, los soldados dejaron marchar a los monjes por la Avenida de la Universidad hasta el número 54, la casa de Suu Kyi. Ella se asomó por encima de la puerta de hierro que protegía la casa, para saludar a los monjes y escuchar sus oraciones, sus ojos se llenaron de lágrimas. El momento fue tan emotivo que algunos de los oficiales del ejército que la custodiaban también lloraron.
Lo más curioso fue que los soldados habían parado la marcha antes de llegar a la casa, y llamaron a Naypyidaw, la capital, para recibir órdenes, órdenes que impartía directamente Than Shwe, el presidente. Pero nadie contestó desde la capital y los soldados desconcertados dejaron pasar a los monjes. Quizá ese día Than Shwe no tenía a mano los astrólogos que le dijeran qué tenía que hacer. Cuando al final, días después, decidió, la respuesta fue sangrienta y desproporcionada. Dos de las características de Than Shwe han sido la indecisión y la sobrerreacción.
La historia acabó con varios miles de opositores en la cárcel, y con bastantes muertos y heridos. Entre los muertos, el fotorreportero japonés de 50 años Kenji Nagai. Las imágenes de su muerte dieron la vuelta al mundo. Cayó abatido por los disparos de un soldado que avanzaba en chancletas, que lo remató en el suelo, cerca del Hotel Traders y del Asia Plaza en la avenida de la pagoda Sule, la que está rodeada de astrólogos, quiromantes y numerólogos, en el centro de Yangón (Rangún). Kenji Nagai murió en sandalias y pantalón corto con la cámara entre las manos.
Birmania se cerró más, hasta que pasaron las elecciones del 2010, unas elecciones a la carta para los hombres del régimen. En octubre de 2011 volví a Birmania. Suu Kyi estaba libre, el gobierno había decidido terminar con su confinamiento. En la televisión birmana aparecía Suu Kyi, un día sí y otro también, recibiendo a todo tipo de emisarios y haciendo declaraciones. También pasaban imágenes de grupos disidentes pidiendo libertad de expresión, de manifestación y la liberación inmediata de todos los presos políticos.
La gente se quedaba imantada mirando la pantalla, no daban crédito a lo que estaban viendo u oyendo. Todavía tenían grabadas en sus retinas la brutalidad empleada para acabar con la revolución azafrán. Than Shwe se había retirado de la primera línea y Thein Sein, en unas elecciones sin oposición, accedió a la presidencia del país e inició un proceso de cambio, lleno de incógnitas, para dar paso a la democracia.
En aquel mes de octubre, coincidiendo con el día de la luna llena, el gobierno liberó a varios miles de presos, de ellos unos trescientos considerados políticos. Todavía mantuvieron ente rejas a otros dos mil disidentes, que han ido soltando según criterios inescrutables. Por cierto, la celebración de esta fecha sagrada para los budistas (la luna llena de octubre) en la pagoda dorada de Swedagon es de una belleza sobrecogedora. Oleadas de fieles desfilan por su interior día y noche, hileras interminables de velas la iluminan. Como el día que fui era viernes grupos de mujeres nacidas en viernes, sentadas en el suelo, cantaban sutras a Buda. Los lunes acuden las nacidas en lunes, así cada día de la semana. Pude ver la luna llena desde Swedagon. Espero que esa visión haya mejorado algo mi karma.
La numerología, la astrología, el animismo (los nats) y el budismo caminan juntos en Birmania. Para comprender a la junta birmana es imprescindible saber algo de supersticiones. Los generales las toman muy en serio.
Hay mil y una historias, cada cual más increíble, sobre los militares y su relación con estos temas, que yo me las creo, porque he vivido varias experiencias, una de ellas me pasó en Java, isla indonesia de mayoría musulmana en la que subyace el animismo, igual que en la budista Birmania. Fui a visitar una fábrica de muebles de jardín, me estaba esperando el gerente, un holandés errante, que me dijo:
—Lo siento, no te puedo atender tengo paralizada la fábrica, el jefe de taller dice que uno de sus trabajadores le ha echado mal de ojo y hasta que no se lo limpien no da la orden de empezar a trabajar. Tengo que ir a buscar a un chamán que venga a hacer este trabajito de limpieza.
Otra la pude ver en las calles de Bangkok. Los lunes se llenaban las calles de gente vistiendo prendas de color amarillo, en honor a su rey, que nació un lunes. Cada día de la semana se asocia a un color: lunes-amarillo, martes-rosa, miércoles-verde, etcétera. Y se asombran cuando se dan cuenta de que los occidentales no saben ni en que día de la semana nacieron, ni cuál es su color.
El rey que más años lleva en el trono del mundo, King Bhumibol Adulyadej, no andaba muy bien de salud en aquellas fechas. Después, tampoco. En noviembre de 2007 salió del hospital y para asombro de todos vestía una camisa y una chaqueta color rosa. Su astrólogo le había prescrito vestir de rosa para mejorar su salud. Dicho y hecho. A partir de ese día los lunes se llenaban las calles de tailandeses vestidos de rosa en honor a su rey.
Cuando la familia de Ne Win, el general que gobernó Birmania durante casi treinta años, fue acusada de intentar un golpe de estado, en el año 2001, su astrólogo también fue encarcelado. La caída de Khin Nyunt, el jefe de los espías durante muchos años, la temida Inteligencia Militar, provocó la detención de su adivino favorito, Bodaw Que Hla, que ha permanecido en la cárcel hasta hace poco. Than Shwe tenía, o tiene, porque todavía vive, una docena de videntes, entre sus preferidos una monja anciana y un niño que podía ser su nieto. Than Shwe no tomaba ninguna decisión importante sin consultar primero a sus adivinos. Según parece la fecha de nacimiento de este hombre es un secreto de estado, la que dan es falsa, para evitar que le administren un ritual yadaya.
Hay una gran variedad de especialistas disponibles en estas artes en Birmania: monjes alquimistas, quiromantes, chamanes que pueden preparar pociones de amor o venenos mortales. Una de las formas más populares de la magia, practicada por muchos, es la llamada yadaya. Son actos rituales prescritos por un astrólogo para evitar la mala suerte. Cada yadaya va unida a la fecha de nacimiento de la persona y el tipo de calamidad que debe ser evitado. Se venden libros de bolsillo en los que se describen yadayas sencillas como si fueran recetas que sirven para sortear los problemas más normalitos, como enfermedades menores, exámenes de la escuela, o para construir una nueva casa. Si, por ejemplo, una persona nacida en domingo sufre dolor de estómago se le puede aconsejar ofrecer nueve velas y nueve flores a una imagen de Buda.
A Ne Win le aconsejaron llevar un caballo de madera en su avión y dar nueve vueltas sobre su lugar nacimiento. Lo hizo. También ordenó la emisión de billetes de 45 y 90 kyats. El número 9 le traía buena suerte. Suprimió los múltiplos de diez y de paso armó una crisis económica de considerable magnitud.
Después de septiembre de 2007, cuando acabaron con la revolución azafrán, Kyaing Kyaing, la esposa de Than Shwe, llevó a cabo un ritual en la pagoda Shwedagon a la que dio vueltas con un perro y un cerdo que habían sido elegidos para debilitar el poder magnético de Suu Kyi sobre el pueblo de Birmania.
A Khin Nyunt, el jefe de los espías, le aconsejaron vestirse con ropa de mujer, y con la flor a la manera de Suu Kyi, con el fin de robarle su poder
Uno de los rituales yadayas más mediático lo trasmitieron por televisión. Se realizó durante la visita del primer ministro tailandés a Birmania en octubre de 2010. Los miembros del gobierno le recibieron con los longyes típicos de las mujeres birmanas (htamain), en vez de con los típicos longyes usados por los hombres (pasho). Todo el mundo se dio cuenta que estaban ante un ritual yadaya para restar poder a Suu Kyi.
Sin ir más lejos, en el mes de marzo de este año, en el 69 aniversario de la creación de las fuerzas armadas birmanas, el general jefe Min Aung Hlaing habló ante 9.009 soldados formados para pasar revista. Daw Suu Kyi estaba entre los invitados.
* * *
Una de aquellas mañanas de octubre visité a Patrick Robert, diseñador francés afincado en Rangún desde hace veinte años y casado con una birmana (una bogadaw, así es como llaman a las birmanas que se casan con europeos, como Suu Kyi). Me recibió en su espectacular casa show-room, una especie de museo en el que reúne lo mejor de la artesanía birmana. Este hombre es el responsable, entre otros muchos proyectos, de la decoración del famoso Buddha Bar de París, que luego ha sido copiado hasta la saciedad. Por cierto, a los budistas no les hace ninguna gracia eso de asociar Buda con bar. A Patrick le gustan los Sanfermines y bailar tangos. Junto con su mujer, Claudia Saw Lwin, han impulsado un dance club en Rangún, llamado Hola, en el que los socios birmanos bailan tangos, rumbas y otros bailes de salón. Más exotismo no se puede pedir. Hablamos sobre la situación que estaba atravesando el país. Patrick opinaba que a peor era muy difícil que fueran las cosas, que estábamos asistiendo a una perestroika a la birmana, una perestroika a cámara lenta, y creía que iba a salir bien, mejor que las malogradas primaveras árabes. De momento va acertando.
Pero el miedo seguía presente. Intenté entrevistar a una antigua princesa Shan que se ha dedicado toda la vida a recuperar y preservar antigüedades birmanas. Fue imposible. Me enseñó su preciosa colección, pero no quería ni oír hablar de nada que significara opinar sobre la situación que atravesaba el país y menos aún de los militares. En cuanto le menté a los militares se transformó en una tímida ardilla y desapareció. Su casa, su colección vienen recogidas en el libro Burmese Design & Architecture como un exponente del interiorismo birmano.
Las preguntas que se hacía todo el mundo en aquellos momentos eran: ¿Qué está pasando? ¿Los militares están dispuestos a abrir la mano? ¿Hasta dónde la quieren abrir? ¿Quizás hasta correr el riesgo de perder sus privilegios? La sensación de deja vú flotaba en el ambiente: ya lo han hecho otras veces y siempre ha acabado mal.
La extraña pareja
Quiero comentar esta foto. Fue tomada después de la reunión que mantuvieron el presidente U Thein Sein y Daw Aung San Suu Kyi en agosto de 2011. Se conocieron en persona el día de la foto. Suu también habló a solas con la mujer del presidente, con buenas vibraciones, según sus propias palabras. Detrás de ellos, en la pared, se puede ver colgada una foto de Bogyoke Aung San (bogyoke significa general), el padre de Suu Kyi, considerado héroe de la independencia y uno de los padres de la patria.
Aung San fue asesinado junto a otros correligionarios por un comando formado por cuatro personas el 19 de julio de 1947, unos meses después de que su coalición (AFPL) ganara por mayoría las elecciones que se celebraron en abril de ese año, antes de acceder a la independencia que se declaró al año siguiente en 1948. Suu Kyi tenía dos años.
En los primeros minutos la película de The Lady, dirigida por Besson, se recrea ese crimen que cambió la historia de Birmania, aunque no recoge con exactitud lo que pasó. La actriz china Michelle Yeoh clava a Suu Kyi.
Contaba Besson que cuando vieron sus colaboradores birmanos el pase previo lloraron sin consuelo. Llama la atención que esta película no se haya comercializado en España. No dice mucho a favor de nuestros distribuidores. Algunos la acusan de ser un biopic almibarado. Hay bipopics y biopics, y este en concreto, en mi humilde opinión, recoge bastante bien la atmosfera que se vivió.
Pero sigamos con la extraña pareja. Tienen la misma edad, 68 años; la misma estatura, 1,62 centímetros, y en el momento de la foto estaban protagonizando un cambio que se creía imposible un año antes.
Quizá algún día Suu Kyi cuente qué pasó en esa reunión para salir convencida de las sinceras intenciones democratizadoras del gobierno. Un gobierno heredero de un régimen que hasta ese momento se había ganado a pulso unas pésimas calificaciones en materia de derechos humanos y al que de alguna manera Suu Kyi dio alas. Le han llovido críticas por ello. No es difícil imaginar que ese encuentro fuera la puesta en escena de un acuerdo que se llevaría fraguando desde hace tiempo. Lo que sí es muy difícil de creer es que Suu Kyi sufriera en ese preciso día y hora una revelación en la que viera la luz al final del túnel. Las cosas en política no son así. Ese día de agosto escenificaron lo que habían acordado entre bambalinas con antelación.
El caso es que la Liga Nacional por la Democracia (LND), el partido de Suu Kyi, que había ganado unas elecciones en 1990 y al que los militares no dejaron acceder al poder y del que encarcelaron a muchos de sus militantes, ese partido acordó concurrir a unos comicios parciales que se celebraron en el 2012 para elegir cincuenta diputados de los seiscientos que tiene el parlamento. Cuarenta y cinco se los llevó el LND, y ella se convirtió en parlamentaria. Algunos se opusieron a dar ese paso, entre ellos el recientemente fallecido Win Tin (85), periodista, luchador coriáceo por los derechos humanos y uno de los fundadores del LND que purgó diecinueve años de cárcel por sus denuncias al régimen militar. Este hombre, de enorme prestigio, creía que la postura de Suu Kyi era como otorgar una credencial democrática al gobierno, que bajo ningún aspecto se había ganado. Win Tin aceptó la decisión de participar. Fue leal a Suu Kyi hasta el final.
Los dos componentes de la extraña pareja han tenido unas vidas tan dispares que parece imposible que se hayan cruzado sus caminos y más difícil todavía que puedan caminar juntos, aunque sea pequeños trechos. Pero el caso es que lo están haciendo.
La vida de Suu Kyi, es muy conocida, hay varias biografías publicadas, de momento ninguna en castellano. Pero de la vida de Thein Sein se sabe poco en Occidente, muy poco en España. La verdad es que casi no se sabe ni que existe.
Suu Kyi nació en Rangún (el 19 de junio de 1945), cuando todavía se llamaba Rangún, y Birmania era una colonia británica. Es la menor de tres hermanos. El mayor, Aung San Oo, vive en Estados Unidos, es ingeniero y renunció a la nacionalidad birmana. No se acepta la doble nacionalidad en Myanmar. El mediano, Aung San Lin, murió ahogado en un estanque frente a su casa cuando tenía cinco años. La casa de Tower Line, que ahora es el Museo Aung San. Esto sucedió poco después del asesinato de su padre. Después de estos hechos, que metieron a su madre en una nube negra, el gobierno les cedió la casa del lago Inya a cambio de la suya, que convirtieron en museo.
Suu Kyi vivió en Rangún su infancia y primera adolescencia. Acudió a escuelas cristianas, aunque eran budistas, de hecho ella se declara seguidora de la doctrina theravada. En 1960, cuando tenía 15 años, su madre, Daw Khin Kyi, fue nombrada embajadora de Birmania en India. Suu acompañó a su madre a Nueva Delhi. Allí vivió cuatro años, relacionándose con la élite diplomática y con los hijos de los grandes políticos indios. Después, Suu se traslada al Reino Unido para estudiar en la Universidad de Oxford, donde se gradúa y conoce a su futuro marido, Michel Aris (que tenía un hermano gemelo), un especialista en cultura tibetana y en budismo. Se enamoran y llevan un noviazgo a distancia: él en Tibet y ella en Oxford, Argelia, Francia y Nueva York (estuvo tres años trabajando en la ONU, cuando el birmano U Thant era su secretario general). En una visita de Aris a Nueva York se comprometieron. Mantienen su relación a base de cartas. Entonces no existía internet y las llamadas telefónicas tenían unos precios prohibitivos. Gracias a esas cartas se sabe cómo pensaba Suu en aquella época. Le preocupaba mucho casarse con un extranjero, convertirse en una bogadaw. Sabía que se exponía al rechazo de los birmanos. Tenía razón al pensar así. Los generales y sus enemigos políticos han acusado a Suu en reiterados ocasiones de no tener hijos puros birmanos (ni siquiera tienen la nacionalidad, han conservado la británica). De paso, también han dicho de ella que es una chica de calendario de Occidente, drogadicta y prostituta. No se han privado de nada al insultarla.
Se casan en 1972, tienen a sus hijos: Alexander y Kim. Suu se convierte en ama de casa hasta 1988, aunque les da tiempo a viajar a Butan, donde viven dos años, y más tarde ella pasa una temporada en Tokio gracias a una beca. Allí puede estudiar los pasos que dio su padre en sus relaciones con los japoneses, y viajan a India de nuevo. En el verano de 1987 vuelven a Oxford.
El último día de marzo de 1988, los niños ya en la cama, el matrimonio estaba leyendo cuando sonó el teléfono. Suu contestó, colgó y se puso a hacer la maleta. Una llamada desde Rangún le avisaba que su madre había sufrido un derrame cerebral. Viaja a Rangún para cuidar a su madre.
Coincidió ese viaje con el llamado movimiento 8888 (8 de agosto de 1988: a los de la oposición también les gusta la numerología), en el que se produjo un importante movimiento de protesta que a punto estuvo de acabar con la dictadura militar. De hecho, el general Ne Win se retiró de la primera línea política, pero los militares siguieron en el poder a base de sangre y fuego. Si no llega a estar en Rangún en esos momentos, lo más probable es que Suu Kyi hubiera seguido su vida en el Reino Unido al igual que su hermano mayor lo ha hecho en Estados Unidos. Pero estos acontecimientos le cambiaron la vida. Varios líderes del movimiento convencieron a Suu para que se uniera a ellos, habló ante una multitud al pie de la pagoda Swegadon. No le podía oír casi nadie, pero todos sintieron que era un día singular. A partir de ese momento cambió su vida. Asumió el papel de hija de su padre que no ha abandonado hasta le fecha. Sus hijos sufrieron por ello, ella ha sufrido por ello, su marido (que murió en 1997 sin poder volver a verla), también.
Ha tenido una vida muy particular, como si de una princesa heredera se tratara. Hasta cuando estuvo en arresto domiciliario vivió de una manera muy especial. Con un cocinero personal y dos mujeres que la atendían.
Suu está en contra de las bebidas alcohólicas, es frugal. Yo creía que era vegetariana, pero no, su cocinero durante sus años de encierro ha escrito un libro (un libro entero sobre la cocina de Suu Kyi) en el que cuenta la dieta que sigue. Myint Soe, se llama, y solo falló un día en quince años. Su dieta: nada de carne roja, poca grasa y poca sal. Pescado, gambas, verduras, pato y pollo. Desayuna sopa de noodles y pescado, el típico desayuno birmano. Odia estar gorda.
Suu Kyi es menuda y delgada, pesa unos 47 kilos, cultiva un cuidado estilo birmano, siempre elegante, hasta cuando vomita en público por culpa del jet lag, como le pasó en su visita a Suiza. El pelo recogido y siempre con un arreglo de flores, bien colocado y combinado. Las mujeres birmanas lo lucen en las grandes ocasiones; Suu Kyi, todos los días. Es la rúbrica de su estilo y además es un símbolo para ella, es la manera que tiene de decir y no olvidar la violencia que ha sufrido su familia y su país.
Habla un inglés claro y preciso, como un salmantino el castellano, herencia de su paso por Delhi y Oxford. En Nueva Delhi aprendió también a coser, a bordar, a hacer arreglos de flores, a tocar el piano y practicó la equitación. Hace poco se la ha podido ver montando a caballo con el presidente Elbegdorj de Mongolia. Pero más sorprendente es que sea propietaria de un caballo de carreras que le regalaron y que compite en pruebas hípicas. Nunca la he visto luciendo tanaka en la cara, los polvos que usan las mujeres birmanas, y que es lo más sorprendente que podemos ver cuando caemos por primera vez en esa tierra. Es el maquillaje tradicional que utilizan para protegerse del sol y cuidar su piel.
En la ceremonia del Nobel vistió de purpura, lila y marfil, con un arreglo floral asomando detrás de su oreja derecha. Su estilo ha creado tendencia en Birmania. Le gusta vestir bien. No suele repetir modelo, compra su ropa en Bogyoke Market, y compra mucho. He tenido la paciencia de repasar cientos de fotos suyas. En todas aparece con modelos diferentes. Supongo que lo hace porque le gusta y de paso para promocionar la imagen birmana. A otra persona que no tuviera rango de santidad le acusarían de dispendio. Léase Imelda Marcos y sus zapatos. Las birmanas piden a sus costureras vestidos como los de Aunty Suu, usa gran variedad de colores, casi siempre lisos, sin muchas florituras.
Es tan famosa que le llaman de muchas maneras, Daw Aung Suu Kyi, es la más formal, Suu Kyi, Suu, Aunty Suu (tía Suu) y ahora también en la prensa anglosajona utilizan la sigla DASSK.
En el tiempo de encierro en su hogar familiar en Rangún, una preciosa casa a la orilla de un lago situado en la mitad de la antigua capital, llevó una vida muy disciplinada, dedicada a la lectura, a oír la radio y meditar. También hacía algunas artesanías, para matar el tiempo. Esta disciplina le ha servido para no perder el norte ante la nueva situación que le ha venido encima.
Tiene dos nietos, que hasta hace poco han vivido en España, en Torrevieja con su madre Rachel Jefferies, la ex mujer de su hijo Kim, que ahora vive en Rangún con su madre. Quizá en la ya mítica casa a la orilla del lago Inya suene de vez en cuando la palabra abuela.
A Suu los militares la convirtieron en una especie de dios viviente. Tiene que ser difícil de llevar. Mucha gente ha viajado a Rangún solo para conocerla y tocarla. Le preguntaban hace poco cómo iba a hacer el camino de icono a político. Contestó que ella siempre ha sido un político. La convirtieron en icono, pero nunca ha dejado de ser político, aunque no la dejaran ejercer.
Ahora está teniendo ocasión de ejercer y empieza a sentir lo que es ser un político. Le están lloviendo críticas de todas partes y eso que todavía se encuentra en la oposición. Pero es que esta mujer da la sensación de ser tan presidente como el propio Thein Sein, si no más.
Existen dudas sobre cómo se va a desenvolver Suu Kyi en la lucha política cotidiana. Hasta hace bien poco ha vivido en una burbuja, aislada, pero ahora sus opiniones son examinadas con lupa. Ella, por si había dudas, en junio de 2013 dejó muy claro que estaba en la lucha por la presidencia de su país.
El general Thein Sein
Thein Sein tiene menos bagaje internacional y menos carisma. En eso Suu le saca varios largos. Aunque en los dos últimos años ha acortado distancias. Vino al mundo en una casita de madera en el delta del gran Irawadi, el 20 abril de 1945, en el seno de una familia pobre. Su padre trabajaba descargando mercancías en un pequeño embarcadero y haciendo cestería con tiras de bambú. Thein Sein, como muchos, eligió la carrera militar para estudiar y salir de la pobreza. Ha estado vinculado toda su vida a la casta militar y hasta bien cumplidos los cuarenta nunca había salido de su país, en su primer viaje al extranjero visitó China y Singapur.
Siempre que concede entrevistas o habla con extranjeros lo hace con intérprete, aunque se sabe que entiende bastante bien el inglés. Tiene fama de rata de biblioteca y todo lo que dice lo tiene muy rumiado de antemano, no improvisa jamás. Es de modales suaves, y en las entrevistas parece que va pensando cada palabra, no se sale del guión. Antes le llamaban mistery man, era uno de los militares de la cúpula que rodeaba a Than Shwe, el gran jefe, pero era bastante anodino. Ahora se le apoda oyente jefe, dicen que es muy bueno escuchando y que le gusta llegar a acuerdos con todo el mundo, lo que hace que la toma de decisiones vaya muy despacio.
Los miembros de la oposición le consideran el menos malo de los generales e incluso se afirma que no es corrupto. Su mujer y sus hijas no hacen ostentación de riquezas, como era el caso de sus predecesores que lucían a las mujeres de sus familias cargadas de joyas, brillando como árboles de Navidad.
Así como Suu Kyi ha mantenido su estilo birmano siempre, salvo algunas veleidades occidentales en sus tiempos de Oxford (llegó a lucir unos vaqueros blancos y hace poco aparecía con ropa apropiada para montar a caballo. Fue quizá la primera que se atrevió a lucir un longy en las aulas de tan singular institución), Thein Sein y todos sus correligionarios han cambiado completamente su imagen, han colgado los uniformes y se han pasado al estilo tradicional birmano en bloque: camisa sin cuello, chaqueta de seda, falda que llaman longy, chancletas de terciopelo negras. Y para las grandes ocasiones, pañuelo en la cabeza, también de seda, anudado al modo tradicional (existen unos diez modos birmanos de anudarse el pañuelo a la cabeza, el gaung-baung). Un look que reafirma la identidad birmana y que es más amable para los nuevos tiempos. En sus salidas al extranjero viste traje gris y corbata, como los jerarcas chinos.
Lleva dos anillos, uno en cada mano. El de la mano izquierda en el dedo corazón. Se lo pone desde hace no mucho tiempo. Ese anillo lleva engastada una piedra de jade verde –creo que imperial– tallada en cabujón (redondeada). Seguro que es un símbolo, una especie de amuleto, no solo un adorno, algo así como cruzar los dedos. Puede que también para que proteja su salud. Está algo delicado, lleva marcapasos desde hace años. Suu, por su parte, se sabe que ha sufrido una operación ginecológica y en diciembre pasado le corrigieron unos juanetes. Todo ello muy humano.
Mientras Suu Kyi estaba encerrada en su casa a la orilla del lago Inya, Thein Sein fue subiendo peldaños en el escalafón, consolidando su carrera militar y política, y junto con sus compañeros tuvo un éxito increíble en una cosa, proporcionarle a Suu Kyi una fama y una trascendencia que quizá ninguna mujer asiática haya alcanzado nunca. Ese merito no se lo puede quitar nadie a los militares.
En abril de 2007 fue designado primer ministro provisional por el presidente Than Shwe. El titular, Soe Win, enfermó de gravedad, y murió en noviembre de ese mismo año. Desde entonces muchos le consideran una marioneta en manos de Than Swe, que todavía vive, aunque no se le vea el pelo.
La extraña pareja se enfrenta a una situación más compleja que una partida de ajedrez entre grandes maestros, conviven mil intereses encontrados, y caminar con orden hacia la libertad es el mantra que repiten ambos.
* * *
Derek Tonkin (85) es uno de los grandes expertos en extremo oriente. Ha trabajado como diplomático inglés durante 35 años, fue embajador en Tailandia, Laos y Vietnam. Hace años retirado, ha seguido en la brecha como asesor de inversiones en Asia, como promotor de iniciativas para el desarrollo en diversos países y ahora es presidente de Network Myanmar, una asociación que edita la revista con ese nombre que es una de las que proporciona mejor información sobre lo que ocurre en Myanmar, mantienen un seguimiento diario de la situación. La meta de esta pequeña asociación es facilitar la reconciliación (étnica/política) y la recuperación (económica/cultural) en Myanmar. Derek es master por Oxford en francés y alemán, también aprendió tailandés y polaco. Tenía curiosidad por saber cuántos idiomas habla. Me contestó textual: “Hablo la lengua del país que visito, diez palabras son suficientes para empezar. En concreto el birmano me parece un idioma de lo más divertido”. Tonkin ha tenido la amabilidad de darnos su punto de vista sobre la situación que atraviesa Myanmar.
—En agosto de 2011 U Thein y Daw Aung San Suu Kyi mantuvieron una entrevista en la capital, por lo que parece el presidente consiguió convencer a Suu Kyi de la sinceridad de sus palabras cuando decía que estaba dispuesto a traer la democracia a Birmania. ¿Por qué? ¿Por qué Suu Kyi le creyó?
—Él la invitó a Naypytaw, hasta ese día no habían tenido contacto. Ellos se necesitaban el uno al otro, de la necesidad se hace virtud. Thein Sein necesitaba a Suu Kyi para lograr el fin de las sanciones y Suu Kyi necesitaba a Thein Sein para mantener su relevancia, su protagonismo.
—¿Qué papel jugó Thein Sein en la revolución azafrán? En ese momento era primer ministro, suplente, pero primer ministro.
—Cuando las calles están fuera de tu control, se puede hacer concesiones, o limpiar las calles o ambas cosas a la vez. El ejército tomó el control e hicieron lo que creyeron que tenían que hacer.
—El padre de Thein Sein fue monje en sus últimos años, ¿tuvo que ser duro para él reprimir las protestas de los monjes?
—Thein Sein tuvo su cuota de responsabilidad en la lucha por controlar el país.
—El comité encargado de la revisión de la Constitución está trabajando, ha recibido miles de sugerencias, las elecciones están previstas para 2015. ¿Qué opina que pasará con el 25% por cierto de los representantes reservados para los militares y con la restricción que tiene Suu Kyi para ser elegida presidente porque sus hijos no tienen la nacionalidad birmana?
—Suu Kyi está maniobrando en ese sentido, ha celebrado numerosos mítines a favor de cambiar la Constitución, pero solo 592 han sugerido modificar la Constitución al comité que la revisa diciendo que quieren que se cambie el artículo 59(f). Mientras que el comité ha incluido 106.102 peticiones diciendo que no quieren que se cambie ni una sola cláusula de la Constitución. ¿Por qué no han detectado esta petición los representantes del LND en dicho comité y hecho algo sobre este tema? El LND ha perdido una oportunidad.
—La región Rakhine con el problema de la minoría rohingya ¿puede ser la prueba de fuego tanto para Thein Sein como para Suu Kyi?
—Es el problema más serio con el que se enfrenta Myanmar, con implicaciones internacionales. Además, la reforma de la Constitución no proporciona ninguna solución.
—Hace poco el periódico bangladesí Dhakatribune, semioficial, publicó un artículo de opinión firmado por Zeeshan Khan en el que se mostraba a favor de celebrar un referéndum en el estado Rakhine al estilo al celebrado en Crimea para decidir si parte del estado se unía a Bangladés. ¿Qué opina de esta idea?
—No existe ni la más remota probabilidad de que esto ocurra. Hubo sugerencias de este tipo en el momento de la independencia de India, cuando la llamada partición que llevo a la creación de Pakistán en 1947/48, pero el Dr. Jinnah dijo no.
—Si todo acaba bien, ¿Myanmar puede ser un ejemplo para Laos y Vietnam?
—Puede ser contagioso, pero creo que Vietnam se mantendrá como un estado de partido único durante algún tiempo y Laos le seguirá.
—Y soñando un poco más, ¿podría ser Myanmar un laboratorio de pruebas para China?
—En lo más mínimo, China es un mundo en sí mismo, ellos son el Middle Kindong [el imperio del centro].
—¿Qué es lo que más le gusta de Myanmar?
—La controversia que suscita
—¿Y un sueño para Myanmar?
—Que se acaben los absurdos en la política occidental hacia Myanmar
—Derek, usted ha sido embajador en Laos, Vietnam y Tailandia, ¿cuál de ellos es su favorito?
—Las chicas vietnamitas son las más bonitas, y las del norte (las tonkinesas) más que las de sur. Para conocer bien Vietnam hay que ir al norte, allí está lo mejor de la cultura vietnamita, su esencia.
El apellido Tonkin es de origen francés. A Hanoi en chino le llamaban Dōng Kinh (ciudad del este). Los franceses lo latinizaron como Tonkin. Lo curioso del caso es que Derek acabó siendo embajador en Hanoi/Tonkin el origen de su apellido.
—Usted fue embajador en Tailandia, una curiosidad: ¿qué pasó con Jim Thomson? El rey de la seda tailandesa que desapareció sin dejar rastro. ¿Alguna pista?
—No sé más de lo que se puede leer en Wikipedia. Quizá algún día encuentren sus huesos.
El tema de las cien mil firmas tiene su miga, ni un miembro del LND se enteró (o eso dicen) de que se estaban recogiendo esas firmas y, como afirman ellos mismos, no es que sea difícil recoger cien mil firmas en secreto. Es difícil recoger mil. La duda es de donde han salido, si es que han salido de algún sitio.
La batalla por la presidencia ha perdido importancia ahora mismo en Birmania. Antes de llegar a ese momento tienen que sortear un sin fin de problemas, aunque este tema sea muy mediático por la cuestión de si Suu Kyi puede ser elegida o no presidente. Ella está batallando mucho para que le permitan optar a la presidencia. La elección del presidente se hace de manera indirecta en el parlamento.
Suu Kyi ya no está casada con un extranjero, es viuda, y sus hijos se pueden considerar birmanos latentes. Fueron inscritos en la embajada de Londres, pero su nacionalidad quedó en suspenso a la espera de la decisión del general Ne Win, que no llegó. Si quieren es un problema relativamente fácil de solventar en su día en el Parlamento o incluso en una oficina de la misteriosa Naypyidaw.
La barrera para acceder a la presidencia a los que tienen un familiar directo extranjero se añadió en la Constitución de 2007, redactada por los militares con la clara intención de impedir el acceso a Suu Kyi. Las constituciones del 47 y 88 no tenían tal impedimento. De hecho, el general Ne Win, que se casó al menos siete veces, lo hizo por cuarta vez con June Rose Bellamy (Yadana), nacionalizada británica, aunque proviene de la familia real birmana. Según esta teoría, tendría que haber dimitido, pero a ver quién tenía arrestos suficientes para plantearle este asunto a Ne Win. Hay que tener en cuenta que tanto Than Shwe como el actual presidente son herederos directos de Ne Win, crecieron con él. (June Rose vive ahora felizmente en Florencia dando clases de cocina fusión birmano-italiana. Sus memorias son un tesoro escondido que no ha querido sacar a la luz, aunque estuvo tentada. Pero parece que Ne Win supo negociar su silencio).
Lo curioso del caso es que Ne Win pasó el último año de su vida en arresto domiciliario. Le encerraron sus criaturas, en su casa a las orillas del lago Inya, a la vuelta de la esquina de la casa donde estaba confinada Suu Kyi. Ambos contemplando, día tras día, las tranquilas aguas del lago Inya. A Ne Win le aplicaron una versión suavizada y tardía del despeje (thoke thin ye), la manera tradicional que tenían los príncipes birmanos que conseguían coronarse reyes: eliminar a sus posibles rivales y así proporcionar estabilidad al reino. El último rey de Birmania, Thidaw, acabó con la vida de aproximadamente cien familiares cercanos, entre hermanastros y sobrinos, en un ritual macabro que escandalizó a los muy sensibles (para lo que querían) británicos de la época. Pocos años después le mandaron al exilio a un pueblo perdido de India, donde acabó sus días. El presidente Thein Sein ha visitado su tumba hace dos años. Hasta cierto punto los birmanos añoran a sus viejos reyes. Tiene que incordiar lo suyo que unos extranjeros depongan a tus reyes, aunque seas republicano.
Si se siguiera este criterio en Europa, el rey Juan Carlos nunca hubiera llegado a jefe del Estado al haberse casado con una griega, ni el rey de Suecia por casarse con una alemana/brasileña, ni el bisoño rey de Holanda que está casado con una argentina, y menos aún la reina de Inglaterra, que se casó con un griego, que además era príncipe de Grecia y Dinamarca hasta el día de la boda, en el que renunció a esos títulos para convertirse en príncipe de Edimburgo.
Los militares quieren dejar la Constitución como está, es decir, como la habían redactado en su día, y casi todos los demás quieren cambiarla, en especial quieren cambiar ese porcentaje que se reservan para ellos, el 25%. Junto con lo que pueda rascar en las elecciones el partido del gobierno, ese porcentaje les hace imprescindibles para intentar cualquier cambio en la Constitución: se necesita un 75% de los votos del Parlamento para introducir cualquier cambio. Siempre suponiendo que los militares voten en bloque, claro, que diferencias las tienen, aunque se mantengan bien guardadas dentro de los muros de los cuarteles.
En este sentido recuerdan a las daws de Bagan con las que me tocó negociar y que con mucha elegancia no movían ni un ápice sus propuestas iniciales. Pero si los militares y el gobierno cuasi civil presidido por Thein Sein quieren ganar en credibilidad algo tendrán que ceder, aunque ellos piensen que ya están cediendo suficiente.
Por su parte, el gran partido de la oposición el LND, el de Suu Kyi, el del recientemente fallecido Win Tin, el que ganó las elecciones en 1990 y al que los militares le negaron acceder a formar gobierno, el partido que en las elecciones parciales de 2012, ganó el 95% de las actas que salían en disputa. Es un partido un tanto críptico que ahora mismo parece que no quiere molestar a nadie, ni siquiera tiene una página web que informe de sus propuestas políticas. Suu Kyi ha asegurado que no se van a pedir cuentas por posibles crímenes de lesa humanidad que se hayan podido cometer, ni se confiscarán propiedades que se hayan conseguido de manera irregular (léase expropiaciones), y asegura que se van a llevar bien con todos los vecinos: China, India, etcétera. Y sobre el problema rohingya dice que ambas comunidades tienen su parte de culpa, que la solución viene de cumplir la ley ante un problema que le puede quemar. Pero el arranque, en marzo, de su fundación, la Suu Fundation, con Laura Bush y Hillary Clinton como vicepresidentas, y con sede en el estado de Delaware, Estados Unidos, ha sonado un poco raro dentro de las coordenadas birmanas.
En esta lucha de argumentos a favor y en contra de cambiar la Constitución se ha metido por medio el movimiento ultranacionalista budista. Varios monjes se han convertido en líderes de un movimiento (969) que defiende, según ellos, las esencias birmanas y esta cláusula les viene bien para intentar cerrar el paso a posibles candidatos musulmanes y a la propia Suu Kyi, de la que no se fían ni un pelo. Wirathu, la cara visible de este movimiento, al que metieron en la cárcel los militares (fue condenado a siete años de prisión por sus campañas anti musulmanas en 2003), ahora se ha aliado con ellos para defender que la Constitución hay que dejarla tal y como está, nada de cambios. Extrañas piruetas de la política.
Hay que tener en cuenta que el paso que se está dando no es baladí, aunque para muchos ojos occidentales siga pareciendo una parodia de la democracia. Pero pensemos por un momento cómo se reaccionaria si el Partido Comunista Chino anunciara mañana que iba a ceder el 75% de los asientos de su Asamblea del Pueblo a la concurrencia en elecciones libres. Muchos occidentales nos frotaríamos los ojos, y los chinos más.
Metamorfosis: el patito feo se transforma en cisne
Birmania es un jugador clave en las maquinaciones geopolíticas cada vez más complejas del Asia-Pacífico-Índico. Comparte fronteras con China (2.185 kilómetros), Tailandia (1.800 kilómetros), India (1.463 kilómetros), Laos (235 kilómetros) y Bangladesh (193 kilómetros). Además, esta cómodamente sentada entre el Golfo de Bengala y el Mar de Andamán, cerca del estrecho de Malaca. Birmania tiene el potencial de ser un vaso comunicante estratégico entre China e India. Es el lugar donde se encuentran estas dos placas tectónicas que presionan a Birmania sin piedad. India se expande lentamente en horizontal hacia el este y el oeste y China menos lentamente en vertical hacia el norte y hacia el sur.
La situación geoestratégica es lo que más valora China. Necesita un aliado que le dé salida al Índico, y Birmania, con su extensísima frontera con China es el candidato ideal. Pekín está loco por su salida al Índico, incluso se ha ofrecido a Tailandia para financiarle la construcción de un canal en el istmo de Kra (como el de Panamá o el de Suez) que sea una alternativa al congestionado estrecho de Malaca.
Birmania, además de su posición geoestratégica, tiene petróleo, gas, minería y una gran capacidad hidroeléctrica todavía pendiente de explotar. Existen dos gaseoductos que envían gas a Tailandia desde los campos de Yaqdana y Yetagung. Los chinos se han dado prisa en acabar la construcción de un gaseoducto y un oleoducto para transportar el petróleo arábigo o iraní y el gas birmano hacia China sin pasar por el estrecho de Malaca. Ya están acabados y operativos, desde Kyaukphyu hasta Kunming en la provincia china de Yunnan: 2.500 kilómetros de tuberías, 800 de ellos a través de Birmania. Quieren construir en paralelo un tren y una autopista, con el mismo objetivo: sortear el estrecho de Malaca y de paso convertir a Kunming en la capital económica del Gran Mekong. Para que funcionen las tuberías y las proyectadas autopista y tren, China necesita una Birmania estable, sin ejércitos étnicos que puedan atentar un día sí y otro también contra estas infraestructuras. Desde este punto de vista China va a dar todo su apoyo al proceso de transición en curso. Dando pasos en esa dirección hace poco han recibido a Suu Kyi en Pekín con todo los honores.
Para los jerarcas chinos llegar a una especie de federación con Birmania sería su panacea, su ansiada salida al Índico. Pero los bamar tienen miedo a ser devorados. Azuzar ese miedo es lo que está pasando ahora mismo. Ese sentimiento anti chino está bastante extendido en el sudeste asiático. Vietnam es un buen ejemplo de ello. Para Birmania en lo que se ha dado en llamar la región del Gran Mekong parece que están los aliados naturales: Laos, Camboya, Vietnam, Tailandia y quizá Yunan (el sur de la China oriental). Comparten una manera de vivir y el budismo como religión mayoritaria. Son la gran reserva budista del mundo.
El Índico se está convirtiendo en un hervidero, y según muchos analistas va a convertirse en la región del mundo que presente un mayor crecimiento económico en las dos próximas décadas. En tan solo tres años Birmania ha pasado de ser un estado paria, aislado del mundo, a estar cortejado por todos, por China en primer lugar, pero ahora hay cola, pueden elegir. Recomiendo un libro de Robert D. Kaplan: Monzón. Un viaje por el futuro del océano Índico. Proporciona una visión exhaustiva de lo que se está cociendo en el Índico, desde Oman hasta Indonesia. Un viaje a las profundidades de las tierras bendecidas por el monzón.
Un tsunami bengali
Birmania, con sus 55 millones de habitantes, comparte lindes con Bangladesh, un país que, siendo cinco veces más pequeño, tiene 180 millones de habitantes. Bangladesh es una pesadilla de país, un problema para sus vecinos y para ellos mismos. La mitad del territorio esta anegado y en cualquier momento se puede producir una gran inundación. El cincuenta por ciento del territorio está situado por debajo de los doce metros sobre el nivel del mar, un delta inmenso en el que confluyen tres grandes ríos. Los holandeses, expertos en ganar terreno al mar, les están asesorando sobre cómo ir consolidado tierra firme. Pero lo cierto es que se puede producir una estampida de dimensiones bíblicas, y los receptores de esa estampida solo pueden ser India y Birmania. Por traducirlo a términos de la Península Ibérica, es como si Portugal tuviera 160 millones de habitantes y la mitad de su territorio estuviera al albur de cómo vengan las tormentas del Atlántico. Su amiga y vecina España tendría razones más que suficientes para estar preocupada. Lo que está pasando en Melilla sería un juego de boy-scouts comparado con ese escenario. El señor Narendra Modi, nuevo primer ministro, tras ganar las complejísimas elecciones indias, en la campaña electoral prometió que si ganaba las elecciones los bangladesíes que residen ilegalmente en India podían ir haciendo las maletas, y son varios millones en esta situación. Veremos cómo se desarrolla esta promesa.
Cada vez más chinos, indios y bengalís harán notar su presencia en Birmania. Con unas fronteras que son un coladero, es fácil deducir que el problema irá a más. Y eso para los bamar, la etnia predominante, y para las etnias minoritarias es como volver a la época colonial, cuando los británicos llenaron Rangún de indios y de chinos para dirigir la administración y el comercio.
El general Ne Win y sus sucesores hicieron algo con lo que están de acuerdo muchos birmanos, incluso los de la oposición: se dedicaron a expulsar indios, chinos y buena parte de los rohingyas. Hay cierta animosidad contra todos ellos. Una mezcla de budismo milenarista y nacionalismo exacerbado está creciendo en Birmania. Es un fenómeno que se está extendiendo por el Gran Mekong y Sri Lanka. Pero no se sabrá su alcance real hasta que pasen las elecciones. De momento la prensa internacional está dando mucho aire a este movimiento: la imagen de monjes budistas metidos en conflictos y con gestos beligerantes sorprende y vende. La de monjes como Sitagu Sayadaw o Shwe Nya War Sayadaw, que trabajan por erradicar el discurso del odio, se ajustan más a la imagen estereotipada que se tiene de ellos y vende menos:
“El tema de la religión es la mejor herramienta de marketing en la política. Desde mi punto de vista, con el fin de tener un desarrollo estable, nuestro país tiene que buscar la paz, la reconciliación nacional y la unidad entre los grupos étnicos. Tratar de tener una protección de la raza y la ley religiosa es mala para la situación política en nuestro país. Nuestros monjes budistas se convertirán en fácil presa política si seguimos hablando de esos temas. En este momento sólo tenemos que pensar en cómo reformar la Constitución y las formas de conseguir la reconciliación nacional. No debemos pasar el tiempo debatiendo el tema de cómo proteger la raza y la ley de la religión”.
Son palabras de Shwe Nya War, monje de gran prestigio, que vive en un monasterio en la ciudad Okkan, división de Pegu, recogidas en The Irrawaddy.
Chinlone
A los birmanos les chifla el fútbol, siguen con pasión a sus equipos y siguen la liga europea. Les viene de lejos esta afición. Existe un juego en Birmania que se llama chinlone en el que varios jugadores que se sitúan en círculo hacen una especie de danza, a la que añaden algo de malabarismo y bastante de fútbol de toque. Es un juego en el que los participantes cooperan entre ellos para que la pelota, que es de ratán, no caiga al suelo y para hacerlo bonito. No hay dos equipos que compitan entre ellos, es pura compenetración. Hay un documental, Mystic Ball, en el que se puede disfrutar de ese juego. Aunque es mucho mejor verlo in situ. En él aparece una chica, Su Su Hlaing, que es un fenómeno con la pelota de ratán. Gracias a sus exhibiciones mantiene a la familia,. Véanla en acción.
Van a tener que echar mano de esta habilidad para sacar adelante su transición. De momento la pelota sigue en el aire, con muchas dificultades, pero sigue en el aire, dándole un toque por aquí y otro por allá. La clave de todo consiste en resolver la ecuación de la convivencia entre las diferentes etnias, credos y grupos de interés, y para ello deberán recurrir al pragmatismo asiático, un tanto alejado del europeo. Tienen de vecinos a India, que es más compleja y que a trancas y barrancas funciona. De hecho está homologada como lo democracia más grande del mundo. También tienen de vecinos a China, que parece que funciona incluso mejor que India, y que está homologada como la dictadura más grande del mundo. El gobierno ha propuesto de momento, así está contemplado en la Constitución, un modelo 75% indio y 25% chino.
Son tres transiciones en una y un problema de muy difícil solución: de la guerra a la cooperación, de la dictadura a la democracia, del aislamiento económico al libre mercado y el problema rohingya.
El principal desafío, al que se enfrentan, y en esto parece que existe consenso, radica en cómo solucionar el problema de los rohingyas. Es un asunto que se presta a la manipulación y a sacar a pasear todos los demonios que se intentan mantener a raya.
Tomás Ojea Quintana, abogado argentino, ha trabajado como relator especial de la ONU sobre los derechos humanos en Myanmar desde el 2008, hasta el pasado mes de marzo, en el que acabó su misión y presentó su informe final en Ginebra.
Ha viajado en nueve ocasiones a Birmania en estos años y ha hablado con todo el que hay que hablar para elaborar su informe: con miembros de gobierno, con jefes militares, con miembros de la oposición, con militares de los grupos armados étnicos, con los religiosos y con los rohingyas.
El informe enumera los cambios que ha visto en los últimos años y lo que queda pendiente por hacer: mejoras en la libertad de expresión, liberación de los presos políticos, un acuerdo de cese de las hostilidades que está casi logrado, una actitud de colaboración por parte del gobierno con los organismos internacionales. Pero señala que el proceso sigue siendo frágil, con muchas presiones, y cómo el problema rohingya sigue ahí. Este hombre ha dicho recientemente en Londres que ve elementos de genocidio sobre los rohingyas. Palabras mayores.
Por su parte Vijay Nambiar, indio, asesor especial sobre Myanamar del secretario general de la ONU, ha dicho en el Instituto Internacional de la Paz en Nueva York que la situación de la población musulmana de Rakhine sigue sin abordarse a pesar de las muchas promesas por parte del gobierno de que van a actuar pronto para proporcionar los certificados de identidad temporales, registrar los nuevos nacimientos, y permitir que los rohingya se muevan libremente.
La mayor necesidad ahora para la comunidad musulmana de Rakhine, dijo, es tener su situación verificada y regularizada para obtener una tarjeta de registro nacional por parte del gobierno y luego la ciudadanía, lo que permitiría a los rohingya viajar por todo el país y conseguir pasaportes para ir al extranjero. Otros musulmanes que viven en Rakhine, los kaman, están reconocidos como ciudadanos birmanos. Muchos miembros de la comunidad musulmana están dispuestos a encaminarse progresivamente en esta dirección.
Para Derek Tonkin, presidente de Network Myanmar, el enfoque de Vijay Nambiar en este tema tan sensible es más probable que dé frutos que la actitud de confrontación que mantuvo el relator especial Tomás Ojea en los últimos años
Aunque admite el problema, es imposible que el problema no lo vea teniendo campos de desplazados en los que malviven cien mil personas. No acaba de tomar decisiones, o quizá la decisión ya está tomada y sea dejarlo tal y como está. Con un mensaje claro: no queremos más bengalíes. Si vienen lo que les espera es vivir en uno de estos campos.
El vicepresidente Sai Mank Kham ha pedido un plan aceptable, una hoja de ruta para resolverlo. Son conscientes de que es un problema enrevesado de difícil solución, y que puede dar al traste con gran parte de lo logrado.
El resultado del censo en Birmania va a ser muy ilustrativo de la composición del país. Están elaborando un censo de población que les permitirá saber cuántos y cómo son los birmanos, y de paso confeccionar un censo electoral. Para ello cuentan con la financiación y supervisión de la ONU. Diferentes organismos internacionales están vigilando la transición. Mientras tanto, el Parlamento está trabajando en la reforma de la Constitución. Casi han terminado el trabajo de campo y ahora tienen por delante su depuración y mecanización. Un año antes de dar los resultados.
El censo clasifica a la personas según cuarenta preguntas, dos de ellas problemáticas: la etnia y la religión. En el censo se admiten 135 etnias (un detalle: la suma de estas tres cifras da 9). Una de ellas que no es de las más numerosas, la chin, la subdividen a su vez en 53 grupos, un sinsentido que justifican porque son las etnias históricas de Myanamar. Muchos chin no saben a cuál de esos 53 grupos pertenecen. Sin embargo no han admitido que aparezca la rohingya, por muy empeñados que estén ochocientos mil personas en que se les clasifique así. En la mayor parte de los países no se admiten este tipo de preguntas en los censos, por ejemplo en España.
Sobre el problema rohingya se han escrito toneladas de papel. Los bamar –incluso los kaman, que son musulmanes y que también viven en el estado Rakhine–, los ven como emigrantes ilegales bangladeshíes, y los quieren clasificar como bengalíes. Recomiendo dos lecturas en castellano sobre el tema, una de Carlos Sardiña Galache, publicada en FronteraD, y otra de Tiburcio Samsa en su blog Asia, Buda y rollitos de primavera.
El proceso de transición es todavía muy frágil, pero el gobierno parece preocupado por hacer las cosas bien, o por lo menos de aparentar que las hacen bien. Así, ante el informe elaborado por el relator Tomás Ojea, presentaron de inmediato un pliego de alegaciones que tienen su peso y que no ha sido contestado por el ya ex-relator.
Si lo logran, si logran encauzar este laberinto de pasiones, puede que no ande lejos el Nobel de la Paz. El año pasado presentaron la candidatura de Thein Sein para el premio. Thein Sein ha declarado recientemente: “Antes de retirarme quiero ver la paz en el país entero, este ha sido siempre mi sueño y no parece estar lejos”. Quizá se lo den ex aequeo con Suu, en ese caso Suu repetiría galardón, como la Cruz Roja.
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Así están las cosas en Birmania/Myanmar. No se puede estar seguro de nada en un país en el que tras la sonrisa y la filosofía budista que orienta sus vidas coexisten astrólogos y personas que dicen comunicarse con los nats, los espíritus, y aunque parezca increíble son personas que han influido en decisiones tan importantes como la de construir una nueva capital: Naypyidaw. En vez de destinar esas sumas ingentes a mejorar la educación y la sanidad o para cuidar y reformar la hermosa Rangún, ahora un tanto ajada, aunque a muchos nos encante en ese estado. Miedo da que la derriben casi entera para dar paso a un monstruito de cristal y acero, como tantas metrópolis que han florecido en el Asia que bordea el Pacífico.
Las cifras que manejan los organismos internacionales dicen que Birmania es uno de los países más pobres del planeta. Sin embargo, al viajar por el país no se percibe esa extrema pobreza, que sí se puede apreciar enseguida, por ejemplo, en la gran India, donde conviven los más ricos del planeta con personas que casi han perdido su condición humana.
No se ve gente pidiendo en la calle. Corrijo, sí piden: miles de personas todos los días a primera hora de la mañana. Son los monjes que recorren las calles en hilera, con un cuenco lacado en negro entre sus manos, solicitando la dádiva, y que los birmanos ofrecen casi como un acto de afirmación en su propia esencia. Hay que madrugar para verlo y es obligatorio verlo. Hay cerca de cuatrocientos mil monjes en Birmania, tantos como soldados.
Estas hileras de monjes, la sonrisa de los habitantes, y la tanaka en los rostros de las mujeres y niños, son los signos de identidad que se lleva en la mente cualquiera que visite Birmania, Myanmar, la Tierra Dorada.
Viajar por sus carreteras es como recorrer paisajes de otros tiempos. Las formaciones de campesinos en los campos de arroz, esos paddies verde intenso. Los pescadores con sus pequeñas redes que echan una y otra vez en cualquier superficie de agua. Las casas de bambú. Es una tierra en la que todavía elaboran panes de oro de manera artesanal, que trabajan la más exquisita laca, que tiene los mejores rubíes y zafiros, y las mejores perlas. Además, Birmania es un obscuro objeto de deseo, un cisne que cabalga sobre un tigre de Bengala.
Birmania ha vivido aislada durante casi cuatro décadas, pero en cualquier sitio te puedes encontrar una sorpresa. Hablando con un joven birmano, Tun Tica, en Rangún, poseedor de un español bastante potable, de pronto le oigo decir: “me gusta Rajoy”. Creí haber sufrido un cortocircuito mental motivado por el calor y la humedad. Al preguntarle que había dicho, me lo repitió bien claro: “me gusta Rajoy”.
—¿Pero donde escuchas o lees a Rajoy? –le pregunté.
—En la TVE exterior. Siempre que puedo veo las noticias en español, así aprendo.
Me quede pasmado. Ya ven, Rajoy tiene o tenía un admirador en Rangún, un joven que saca tiempo para seguir nuestro devenir político con interés, en medio de la vorágine que le rodea. Hace poco me ha confirmado que su entusiasmo hacia Rajoy ha bajado mucho. Como el chino que sabía todo del fútbol europeo. Vivían aislados pero se las ingeniaban para estar al día.
Para aprovechar los vientos favorables que se les presentan, los birmanos tienen que reeditar una versión actualizada de los acuerdos de Paulong (que se alcanzó en febrero de 1947, poco antes de que cayeran asesinados Aung San y sus compañeros, un año antes de la independencia), y no les queda otro remedio que incluir en ese acuerdo algún tipo de solución para los rohingyas. La otra opción, dar marcha atrás, ya no es una salida. Nadie, ni dentro ni fuera la quiere. Aislarse de nuevo puede ser muy bonito para los viajeros que sueñan con idílicos campos de arroz (su recolección no tiene nada de idílica), y las casas de bambú, pero en nada bonito para los birmanos. Por el camino, los militares deberán ir replegándose a los cuarteles para cumplir con su papel de defensa (no es fácil este repliegu. En la vecina Tailandia los militares cada cierto tiempo se hacen de nuevo con el control del país). Las sanghas budistas perderán algo de fuerza, y la sociedad civil se hará todo lo plenamente presente que pueda, un trabajo de envergadura para los que viven en la tierra dorada.
Si consigo volver a Birmania en esta encarnación las cosas habrán cambiado mucho, habrá Zaras en las mejores esquinas, el Bogyoke Market se habrá convertido en un centro comercial como el que puedo encontrar a doscientos metros de mi casa, y todo el mundo irá por las calles mirando sus móviles. ¿sobrevivirá la tanaka en las mejillas de las birmanas? Ellos serán más felices, yo añoraré aquellos tiempos en los que buscaba laca bañado por el monzón.
*Birmania versus Myanmar: la denominación oficial ha adoptado la forma vernácula Myanmar, pero según la Real Academia Española de la Lengua sigue siendo mayoritario y preferible en español el uso del topónimo tradicional Birmania, al menos en los textos de carácter no oficial. Creo que poco a poco se irá imponiendo la denominación oficial. O sea, que nunca mejor dicho Birmania hacia Myanmar, el significado latino de versus es hacia, como sucedió con Ceilán y Sri Lanka. El gentilicio es birmano, que deriva del nombre tradicional y designa también a la etnia mayoritaria de ese país, los birmanos o bamar, así como su lengua oficial. Siguiendo este consejo se ha utilizado: Birmania, birmano, Rangún por Yangon, nombre oficial de la antigua capital y centro neurálgico de Birmania. La confusión de nombres se extiende también entre los organismos oficiales que siguen utilizando la antigua denominación, Burma, mientras que la Unión Europea reconoce la denominación Unión de Myanmar. El tiempo pondrá los nombres en su sitio.
Alejandro Ipiña es economista. Ha colaborado en las secciones de opinión de El Correo y El País (en especial en la edición para el País Vasco). Ahora mismo lo que más le gusta es contar historias reales o imaginadas. En FronteraD ha publicado Adela, la hija de El Indio Fernández, en su voz más ínitma, ‘LArchiduc’, Bruselas y Brad Pitt y De paseo con Raquel Tibol (secretaria de Diego Rivera) por el arte mexicano