Sueños de Juan Eduardo Cirlot.
1.
Una inmensa luna, con su blanquecina
materia en descomposición sembrada de
volcanes, se hallaba muy cerca de mí,
rodeada de una absoluta obscuridad. El
borde inferior de la esfera se apoyaba en mi
mesa de trabajo.
2.
La habitación se hallaba llena de animales
inmóviles, que esperaban una señal
desconocida para animarse y caer sobre mí;
especialmente había serpientes y seres que
parecían varas de mimbre.
3.
Las figuras del pesebre eran de forma
ordinaria y estaban colocadas en la postura
tradicional, pero se hallaban a inmensas
distancias entre sí.
4.
La «mujer de París» salió de la obscuridad
y se me acercó. Estaba desnuda y sus cuerpo
era como de barro gris, viscoso y mojado.
Sin embargo, no me producía repugnancia,
sino una gran felicidad poder estar allí, junto
a ella.
5.
Yo iba arrojando maderas a la hoguera y, al
caer en las llamas, se transformaban en
pájaros. A lo lejos circúndandome, se alzaba
una grandiosa muralla que rodeaba todo el
horizonte.
6.
En un río, con el agua hasta las rodillas,
estaba una mujer desnuda, de carne muy
blanca y miembros grandes y armoniosos.
Varios cocodrilos vagaban en su cercanía.
Finalmente, uno de estos animales se
apretaba contra ella poniéndose de pie sobre
sus patas traseras.
7.
Mato muchos enemigos, peleando siempre
con dos espadas, una en cada mano.
8.
Al llegar a la ciudad de hielo, edificada en
medio de las cumbres, me sentía plenamente
dichoso; una gran serenidad se adueñaba de
mí, y me iba tornando inconsciente. Veía
como mis manos se convertían en trozos de
agua cristalina.
9.
Era obligado por María del Carmen a vivir
bajo el agua pantanosa. Como la
profundidad era escasa, tenía que avanzar
echado sobre el vientre y sólo de vez en
cuando podía sacar la cabeza del barro para
respirar.
10.
El condenado es conducido al lugar del
suplicio con los pies encadenados y
arrastrado por un caballo; aunque el animal
no avanza muy deprisa, esto le obliga a
hacer muchos y rápidos movimientos al
andar para no caer al suelo. El aparato que
ha de darle muerte es una grúa que se
alimenta de carne viva. Su metal tiene una
especie de vibración rojiza.
11.
Hay una cámara grande y gris, iluminada
por una puerta abierta de la que sale humo.
En las paredes hay signos del alfabeto
hebreo.
12.
Iba a un paisaje de contextura calcárea,
en plena noche y, con unas ramas secas de
olivo me golpeaba la cadera para
transformarme en ella.
13.
Al final de un corredor, tan pronto
iluminado como en la obscuridad, había un
payaso que me sonreía.
14.
Tenía el pecho abierto por una enorme
herida y en la carne desgarrada crecían las
piedras preciosas. Yo estaba extendido en
una mesa de despacho, cubierta por un
mantel blanco. En la habitación no había
ningún otro mueble y las paredes
desconchadas y sucias me producían más
tristeza que mi propia herida.
15.
La atmósfera vibraba y se veía difícilmente a
su través. En el horizonte había un sol
pálido y tembloroso; al extremo opuesto
surgía la luna. Entonces extendí ambos
brazos para orientarme y poder ir hacia la
ciudad, pero ésta ya no existía.
16.
En la iglesia, las imágenes de los santos no
están en los altares, sino en el suelo y
dispuestas desordenadamente.
17.
Ella está sentada al lado de una ventana que
casi ocupa toda la pared. Va vestida de
novia y su traje blanco está manchado con
unas gotas de sangre mía.
18.
Hasta el terrado donde estoy bajan los
astros, que son como esferas de colores
violentos y diversos; contratando con el
cielo intensamente negro. Caen rayos a lo
lejos, pero yo siento una inmensa dulzura a
causa de estar así, conviviendo con los
objetos celestes.
19.
Playas desamparadas, erizadas de mástiles
negros, de postes como de madera quemada.
20.
Los sueños en que, lógicamente, estoy en
peligro, por hallarme bajo masas imponentes
y cristalinas de agua –grandes ríos, mar–
me producen gozo.
21.
Veo un órgano alto como una montaña.
luego voy a la catedral y, al abrir la puerta,
veo que está llena de leones, los cuales
deambulan por la nave, por el altar y por los
altos púlpitos.
22.
A veces soy un cristiano arrojado a las
fieras; otras un espectador que, desde la
gradería del circo, contempla el espectáculo.
23.
Una ciudad se derrite lentamente como
carcomida por un incendio invisible.
24.
En la plaza mayor de un pueblo están
celebrando algo así como una corrida de
toros. Pero consiste en lo siguiente: una
muchacha martiriza al toro, que se muestra
incapaz de defenderse, y le corta la piel a
lasgas tiras, le arranca la lengua y le hiere
en los ojos.
25.
Al poner las manos sobre la mesa, se oyen
grandes sinfonías.
26.
De los bolsillos de mis trajes, abandonados
por todas partes de la casa, colgados en el
respaldo de las sillas, tirados por el suelo,
encerrados en armarios cuyas puertas se
entreabren, sale una multitud de objetos
extraños que no puedo acabar de reconocer;
algunos parecen plumas de ave, otros son
como papeles retorcidos y quemados.
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Juan Eduardo Cirlot en una imagen de Francesc Catalá Roca de 1954 (fragmento).
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«Si publico pocos libros es porque creo que, en al actualidad, es muy difícil que la gente se interese por una poética nueva, sobre todo si esta versa sobre experiencias espirituales y no sobre los problemas de las masas. La humanidad quiere convertir a los poetas en periodistas, agentes de publicidad o sacerdotes, géneros muy distintos y respetables en distinto grado, pero el poeta no es nada de ello. Es solo alguien que responde a preguntas formuladas por algo que se asemeja a la nada».
Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 9 de abril de 1916 – 11 de mayo de 1973) fue un poeta, crítico de arte, mitólogo, iconógrafo y músico español.
Hijo de Juan Cirlot y María Laporta, estudió bachillerato con los jesuitas de Barcelona y trabajó en una agencia de aduanas y en el Banco Hispanoamericano.
En 1937 fue movilizado para luchar por la República; a comienzos de 1940, tras la Guerra Civil, fue movilizado otra vez, pero por el ejército franquista.
Estuvo en Zaragoza hasta 1943; allí frecuentó el círculo intelectual y artístico de la ciudad y se relacionó con el pintor Alfonso Buñuel (hermano de Luis Buñuel).
En el verano del 43 regresa a Barcelona para trabajar en el Banco Hispanoamericano y conoce al novelista Benítez de Castro, quien le introduce en el periodismo como crítico de arte.
Trabaja en la librería editorial Argos. Compone música y trata a los artistas del grupo Dau al Set (Modest Cuixart, Antoni Tàpies, Joan-Josep Tharrats, Arnau Puig, Joan Brossa). En 1949 colabora en la revista Dau al set. En octubre viaja a París y conoce a André Breton. Se edita Igor Stravinsky, su primer ensayo. En 1951 empieza a trabajar en la editorial Gustavo Gili, donde permanecerá hasta su muerte; en ese mismo año escribe la novela, Nebiros, que no superaría la censura. Cuando Cirlot destruyó su archivo anterior a 1958 dejó esta novela incólume. Fue publicada –póstumamente, en 2016– por Ediciones Siruela.
Entre 1949 y 1954 conoce y trata al etnólogo y musicólogo alemán Marius Schneider en Barcelona y trabaja con José Gudiol Ricart. En 1954 aparece El ojo en la mitología. Su simbolismo. Entra a formar parte de la «Academia del Faro de San Cristóbal». En el año 1958 empieza a escribir colaboraciones en las revistas Goya y Papeles de Son Armadans, y aparece su obra más famosa, el Diccionario de símbolos tradicionales, en la editorial Luis Miracle; obra que alcanzará difusión internacional. Siguen unos años de intensa actividad como crítico y conferenciante. En 1962 se publica en inglés su diccionario con el título A Dictionary of Symbols con prólogo de Herbert Read.
En 1966 vio la película «El señor de la guerra» de Franklin J. Schaffner. Ambientada en el siglo XI, la película narra la historia de un guerrero normando que recibe unas tierras extrañas pobladas por semisalvajes, entre los que se encuentra una bella doncella de la que se enamorará perdidamente. Esa joven es Bronwyn: la enviada del más allá, la esencia de todo lo femenino, el “Centro” de todo el Universo: “La que salva dando la muerte, ya que el amor es imposible en la vida, y a la vez es eterno renacer”. Cirlot se enamora ciegamente de ella, divinizando su figura y despertando en él lo que definirá como sentimiento imaginario (pues ese amor es hacia un objeto irreal) que es más intenso que el real. Ese amor febril sumirá al escritor en un estado de desbocamiento creador que dará como fruto su “Ciclo de Bronwyn” y que supondrá su cima creativa en cuanto a poesía se refiere.
En 1971 enferma de cáncer de páncreas, del que es operado.
El 11 de mayo de 1973 muere en su casa de la calle Herzegovina de Barcelona.
Una extensa y detallada biografía de Cirlot puede ser consultada en línea en la página de la Real Academia de la Historia.
< https://dbe.rah.es/biografias/12165/juan-eduardo-cirlot-laporta >
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A propósito de los sueños de esta entrega de la nube habitada.
En 1951 Cirlot publicó su libro 80 sueños, en una edición muy reducida y a cuenta del propio autor.
Entre 1965 y 1972 transcribió otros ochos sueños que se publicaron en la edición 88 sueños. Los sentimientos imaginarios y otros artículos, publicada por Moreno-Ávila editores, en 1988, y desde la que hemos transcrito la selección de sueños para esta nube habitada:
Estos sueños también fueron incluidos en la antología Juan Eduardo Cirlot. En la llama. Poesía (1943–1959), por la editorial Siruela, en un volumen a cargo de Enrique Granell. En el mismo se incluye el capítulo titulado «80 sueños» con la addenda «Sueños recientes (1951–1956)» [páginas 351-372]. Dicha addenda incluye los últimos ocho sueños mencionados en la edición de Moreno-Ávila –aunque, según estos editores, estos últimos ocho sueños fueron transcritos entre 1965 y 1972
y no en las fechas que indica la edición de Siruela–.
https://www.siruela.com/catalogo.php?id_libro=864&completa=S&titulo=en-la-llama&autor=juan-eduardo-cirlot >