Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoSuicidarse

Suicidarse

Contar lo que no puedo contar   el blog de Joaquín Campos

 

Acabo de participar en una extraña disputa en internet, concretamente en Facebook, donde padres de familia ponían el grito en el cielo por un asunto, para ellos, conmovedor: la peña se suicida y todos tan contentos. El asunto ascendía en gravedad ya que Finlandia, que parece ser posee el honorable título de engendrar al mayor número de estudiantes magníficos, también se ha hecho con el de mayor número de suicidas per cápita. Y claro, eso no es aceptable para un papá mediterráneo, tan proclive a la siesta y al Ikea, ejercicios estos que suelen menguar las posibilidades de ponerte ciego a ansiolíticos con ginebra por el mero hecho de dejar pasar el tiempo, y que, para los estadísticos, deja a los españoles con una tasa muy baja de suicidios, en sí otra demostración de nuestro nulo fuelle. En general.

 

Luego está Japón. Otro lugar donde la gente se despide a tontas y a locas con asiduidad. Que debe saberse que el seppuku ­, arte nipón donde matarse a cuchillo es mucho más estético que algunas faenas taurinas contemporáneas, antes era tomado más en cuenta que esta puta manía modernista de atiborrarse a valiums para luego cortarse las venas con el cortauñas anunciándolo segundos antes en las redes sociales. Por los ´me gusta´. In memoriam.

 

Con esto quería decir que me sorprende, y mucho, que sean Finlandia y Japón, ­dos países más desarrollados que el pene de Rocco Siffredi, los que estén en el ojo del huracán del progre por un avance del ser humano que sigue sin ser tenido en cuenta: matarse a sí mismo. Porque adolece de justificación el asumir que todo aquel que se mata es imbécil y todos los que no tenemos huevos para hacerlo, muchos de nosotros con motivos más que suficientes, seamos más listos que la media, cuando yendo a votar cada cuatro años y manifestándonos cada medio nos creemos, de nuevo, más inteligentes que la mayoría.

 

Hoy he vuelto a escribir en un teclado tras tantas semanas que no sé ni dónde está la tecla del guion. Entre otras razones he tardado tanto porque mi portátil ha fallecido y manoseo otro, prestado, de manera caústica: errando y lamentándome de mi buena suerte mientras reniego de la falta de globalización en los ordenadores, que como las señoras, cambian según las vayas conociendo. En ocho días un portátil nuevo, y a mi medida, llegará volando hasta el interior de mi techo, demostrándose que la tecnología abastece hasta al último mono, económicamente hablando, de este planeta. Por lo de tenernos controlados, imagino.

 

Mientras degustaba tamaña amputación, me compré un paquete de folios y un bolígrafo de punta fina, con los que he escrito una veintena de poemas, todos basados en una imaginación altruista: una camarera de veinte años a la que en realidad no la quiero ni tocar, pero que como fuente de inspiración es el puto Mekong en época de lluvias; y además ácidas. Porque hasta que llegué a la conclusión de escribir en folios para luego pedir este portátil prestado, me he leído siete poemarios y tres libros de diferente calado, quedándome con ´Londres´, de Paul Morand, como el más interesante. Además de que mi vuelta al sudeste asiático me ha traído fiebres, diarreas, problemas para conciliar el sueño y la mayor crisis económica de mi historia moderna, acentuada por la pérdida de mi ordenador, que en sí es mucho más tenebrosa que un director de cine español se quede sin su esperada subvención estatal.

 

A todo esto hay un narco merodeando, con lo que a mí me gustaban antes los narcos. Ventajista que soy. Que en esta época que paso, y no precisamente de puntillas, de portátiles que no arrancan y narcos que podrían ser asesinos además de seres vengativos, necesito expresarme para no acabar como esos fineses y nipones que, a pistola y a cuchillo, evidencian dos milagros tenidos muy poco en cuenta por esta sociedad asustada a las primeras de cambio: su extremo amor por los vaciadores y su desprecio hacia los que prefieren vivir la vida de rodillas, aunque sea con una visa oro, una casa en la ciudad, otra en la playa, una bici de montaña y un armario plagado de ropas previsibles.

 

Porque matarse siempre será siempre más humano, libertino y decisorio que morir de viejo o dejarte asesinar. Pero tranquilos, que mientras tenga un portátil estaré aquí hasta la última exhalación. Y por cierto, huele a rabo de toro estofado. Magnífico.

 

Joaquín Campos, 17/05/16, Phnom Penh.

Más del autor

-publicidad-spot_img