Operación Este
el blog de Amelia Serraller Calvo
Svetlana Tijanóvskaya (Efe/Rafał Guz)
En estos días de mayo la líder de la oposición democrática bielorrusa, Svetlana G. Tijanovskaya, visita de nuevo Madrid. Ayer martes 17 tuvo lugar su tradicional encuentro con la diáspora, esta vez sin mascarillas y en espacio abierto, el hermoso Retiro madrileño. «La presidenta en el exilio», según la califica Iván –periodista ruso que no quiso perderse la cita– viene de dar una charla en una conocida Escuela de Negocios y una entrevista para El Confidencial.
Acompañada por sus dos incansables jefes de prensa, y por una seguridad discreta y eficaz, Tijanóvskaya es alta y elegante. Su mirada nos busca uno a uno, escrutadora y empática a la vez. Todo lo contrario que la única mujer de su escolta, especialmente concienzuda. Enfundada en unos vaqueros a lo John Wayne, nos mira sin ver. Ha captado al vuelo que ninguno de los asistentes es peligroso, así que su focaliza su atención en un grupo que hace gimnasia y los viandantes.
Sus compañeros van de traje, marcan los turnos para las fotos e interactúan mínimamente con los 30 congregados.
«¿Hablamos en ruso o en bielorruso?» –pregunta Svetlana–. Para entonces, el acto ya lo han iniciado dos amigos y destacados miembros de la comunidad bielorrusa en Madrid, Vasily y P. Él presenta y ella modera. Los asistentes dejamos que Svetlana elija el idioma de su intervención. Aparte de la diáspora rusa y bielorrusa, solo estamos 6 respetuosos españoles, la mitad estudiantes de Historia.
Tijanóvskaya tiene un mensaje importante que dar: «Una cosa es Lukashenko, y otra Belarús y los bielorrusos. En España no recuerdan ya las multitudinarias manifestaciones tras nuestras elecciones, lo que pasó en agosto de 2020 en nuestro país. La guerra en Ucrania las ha borrado de la conciencia».
Historias como las de M., que logró huir de Minsk en noviembre. Una semana después la policía se presentó en casa de sus padres. Registraron su piso, ya vacío, y el de su familia. Querían retenerla, pero también buscaban «signos de lo que llaman extremismo, una pancarta o la antigua bandera bielorrusa». Afortunadamente no encontraron nada, pero había sido observadora en las últimas elecciones presidenciales. «En mi colegio electoral, Tijanóvskaya sacó 1285 votos por cuatrocientos escasos de Lukashenko». Por suerte, ella pudo escapar gracias a ser doctoranda y miembro de un grupo de investigación internacional. Tras el registro, está fichada como criminal peligrosa y no puede volver a Bielorrusia. Vive en Vicálvaro, y aparte de investigar, trabaja en inglés: «soy de ciencias, me llevó años aprender otro idioma bien y aún no puedo costearme unas clases de español».
A personas como ella, Tijanovskaya les infunde esperanza: «no creo que en España que haya un gran riesgo de ataques a compatriotas por confundirlos con los agresores rusos, como en Centroeuropa. Pero es importante crear un grupo de trabajo coordinado, igual que en República Checa y Polonia. El mundo tiene que saber que, desde que empezó esta guerra, centenares de bielorrusos han huido a través de las fronteras ucraniana y polaca».
El profesor Faraldo, especialista en Historia Contemporánea, escucha las inflexiones del bielorruso y asiente. Ha llegado con antelación para hablar con los asistentes y nos cuenta la situación de otra observadora. La joven también escapó a Kíev después de que se falsearan las elecciones presidenciales bielorrusas en agosto de 2020. El pasado mes de febrero, ya bien adaptada, viajó a Polonia a regularizar su situación. Estando allí, territorio Schengen, estalló la guerra, dejándola en un limbo legal. Al final del acto, Tijanóvskaya tomará nota de la peculiar situación de las observadoras.
Tijanóvskaya con los historiadores españoles (A. Serraller)
Aunque Svetlana es consciente de que todos queremos saber los objetivos de su visita, ella se quita importancia: «No recuerdo todos los nombres, pero además de entrevistarme con Pedro Sánchez y el Ministro de Asuntos Exteriores, veré a Meritxell Batet, al presidente del Senado y a la reina Letizia. Quiero conocer vuestros problemas, de palabra y por escrito, necesito documentación. Para influir en las políticas de extranjería, cambiar el régimen de visados y que la diáspora pueda trabajar y establecerse legalmente en la UE».
A continuación, P. comienza a transmitir las preguntas de quienes no han podido asistir, los bielorrusos de Cataluña, Alicante, Valencia. Tijanóvskaya tiene algo que decir, a ellos y a nosotros. «Sé que es difícil, yo misma viajo y tengo interferencias, pero hablad bielorruso a vuestros hijos, enseñadles a estar orgullosos de su país, cultura y tradiciones. Y si sois familia, escribid a nuestros presos políticos (más de mil según la ONU, en estos momentos). Ellos necesitan saber que son humanos, que le importan a alguien».
Recordemos que en Bielorrusia están todos los candidatos y candidatas opositores a las últimas elecciones están entre rejas menos Svetlana, que logró escapar a Lituania con sus hijos. Ella recogió el testigo de su marido Serhij Tijanovski, y apoya tanto su liberación como la de su compañera en la lucha democrática, la valiente María Kolésnikova, de profesión directora de orquesta.
«Hay esperanza en Ucrania, y también para nosotros. Nuestra estrategia es agotar al régimen. El mundo tiene que saber que, en nuestro país, primero se falsearon las elecciones y luego el 27 de febrero Lukashenko convocó un referéndum para avalar su entrada en la guerra con Putin. No contaba conque nuestro ejército se negaría a invadir, no sienten que esté defendiendo Bielorrusia de ninguna amenaza. De hecho, hay voluntarios bielorrusos luchando en el ejército ucranio. Otros sabotearon las líneas ferroviarias para detener el avance ruso a Kíev, se han contagiado de la valentía del pueblo ucraniano. El ejército de Ucrania está resistiendo tanto que la relación de Lukashenko con Putin ha cambiado».
En otros aspectos, sin embargo, el dictador bielorruso no se ha movido un milímetro. «El régimen de Lukashenko nos amenaza con una gran hambruna si cae, agravada por la guerra. Es una forma de propaganda. Otro chantaje más, como cuando pisotea nuestros derechos». Recordemos la dureza de las cárceles bielorrusas, tristemente famosas.
Uno de los asistentes pide la palabra con vehemencia. «¿Qué podemos hacer para apoyar a los bielorrusos en Ucrania? Son también extranjeros, los ucranianos se sostienen entre sí, pero ellos no tienen familia». Tijanovskaya le remite a abogados especialistas en derecho internacional que velan por los derechos humanos. «Personalmente no me puedo encargar de todo, pero trabajando coordinados y documentando los casos, podemos cambiar su situación. Debemos estar unidos».
Antes de despedirnos, destaca la intervención de Iván, el periodista ruso. Felicita a los bielorrusos «por ser una auténtica sociedad democrática que ha votado a su presidenta». Representa a una organización sin signo político, «porque en Rusia necesitamos unidad, no dividirnos en blancos, rojos o verdes». Pregunta a Tijanovskaya si la caída de Putin significaría el fin de Lukashenko. «Somos dos países distintos, y cada uno lucha por lo suyo –responde con elegancia–. En cualquier caso, a Putin y Lukashenko los podemos llamar colaboracionistas».
El encuentro acaba entre fotos, sonrisas, aplausos y flores para Svetlana. Nos hacemos una foto de familia con ella. «¿Aquí seguís llevando mascarilla? –dice sorprendida–. Entonces yo me he olvidado la mía» –y se ríe, que por algo estamos al aire libre.
Al final del acto los conocidos nos saludamos e intercambiamos teléfonos con los recién llegados. Por increíble que parezca, una pareja ha huido gracias a la catástrofe nuclear de Chernobyl, acaecida el 26 de abril de 1986. «Yo soy de Minsk, lejos de la zona contaminada. En cambio, mi marido es de Gómel, al sureste del país, y desde pequeño venía a pasar el verano a Madrid. Nunca perdió el contacto con su madre adoptiva en España. Poco antes del 24 de febrero, cuando empezó la guerra, su madre española nos dijo ´venid a mi casa, antes de que sea demasiado tarde´. También mi padre, que trabaja en la aviación, me aconsejó ´huid, se prepara una gorda´. Así que cogimos el coche y escapamos». L. es muy simpática, no deja que las circunstancias empañen su sentido del humor. «Estamos viendo cómo organizarnos para trabajar. Yo entiendo castellano gracias a que estudié francés, pero él habla muy bien español por todas sus estancias» –dice con orgullo.
Más veteranos, M. y su compañero le escuchan con atención. Son de Grodno, viven en Aranjuez y, cuando los conflictos acaben, les gustaría comercializar nuestro chorizo picante. Me preguntan de dónde soy, y por qué he venido: «¡Una española hablando ruso!» Cuento algo sobre mí y este prestigioso medio, donde en 2015 un grupo ucranio-español tradujimos rápidamente el amplísimo Informe-Nemtsov sobre la primera agresión rusa a Ucrania. Un informe pericial que le costó la vida al opositor de Putin, Boris Nemtsov, asesinado a tiros por la espalda en las inmediaciones del Kremlin, en febrero 2015.
Mila, a quien sus amigos llaman Liuda (Liudmila admite los dos diminutivos), Nastya, Iván, Tania y su pareja, las dos Margaritas me miran entre la admiración y el asombro. Antes me regalaron sus historias, mucho más interesantes, y el permiso para difundirlas. Ahora que una me cree catedrática, otra researcher y un tercero insiste en mi acento polaco, me voy feliz a escribir estas líneas.
Encuentro con la diáspora en Madrid (FronteraD, A. S.)