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Mientras tantoTabarra andaluza

Tabarra andaluza


 

Supongo que es mi carácter y que si fuese brasileño detestaría Brasil. Pero el caso es que soy andaluz y detesto Andalucía (y amo Brasil, por cierto). Ahora está de moda que los nacionalistas acusen a los antinacionalistas de no amar su tierra, y de incluso odiarla (¡el famoso auto-odio!). Es mentira cochina, claro; como el 99% de lo que emiten los nacionalistas. Pero si a mí me lo dijeran, acertarían. Se me ha atravesado mi tierra: ¡qué le vamos a hacer!

 

No detesto ninguna idea etérea de Andalucía, ni ningún ser andaluz idealizado (esas monsergas me pueden caer hasta simpáticas, y además siempre salen patios, fuentecitas y tal): la Andalucía que detesto es la que hay. Esta Andalucía no abstracta sino concreta: la que es ya un resultado. El resultado –más allá (¡o más acá!) de su larga historia– de una política, una educación y una Radio Televisión Andaluza. Un resultado, principalmente, del PSOE andaluz; pero también el PP andaluz, y la Izquierda Unida andaluza, y el Partido Andalucista, y los gilismos varios: todos moviéndose de un modo muy profundo –para qué nos vamos a engañar– con las inercias mentales del franquismo. Repasar las jetas de los políticos andaluces puede ser lo más parecido a un paseo entre la estolidez y la muerte.

 

Dicho lo cual, añado que el pueblo está encantado: la comunión con sus políticos es absoluta. Cuando llega la Navidad y los parlamentarios andaluces se ponen a cantar villancicos, a mí se me revuelve el estómago. Pero a la gente le gusta. Lo mismo pasa con Canal Sur: es una cadena que se amolda sin roce al andaluz realmente existente. Yo manifiesto mi repulsión, pero tampoco quiero darme aires. Sé que soy yo el que sobra. Mi malestar es aislado y cenizo: no prolifera. La única esperanza (para que Andalucía empezara a dejar de desagradarme, en una o dos generaciones, a mí) sería una buena enseñanza pública; pero la que existe es justo lo contrario: funciona, casi sin exageración, como una fábrica de espectadores de Canal Sur. El sistema se autoabastece.

 

El remate, como siempre, es la retórica. No basta con sufrir la tabarra andaluza de los hechos: también hay que tragarse los discursos. Este domingo, Día de Andalucía, ha caído un chaparrón extra. Aunque al final ha resultado instructivo. Estaba yo observando que todos nuestros políticos, sean del partido que sean, adoptan la manera de hablar de Antonio Burgos, prototipo del archicursi andaluz, cuando de pronto me he dado cuenta del sustrato antropológico. La devoción que hay por la Autonomía es igual que la que se tiene por las Vírgenes. Y entonces ha encajado todo. Nuestros políticos, que son unos capillitas y no hay nada que les guste más que salir en una procesión, han encontrado en Santa Autonomía a la Virgen que les faltaba. Lo demás: beatería e incienso (y algún eructo).

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