La preocupación existente en el gremio periodístico ante la perspectiva de que muchos de sus profesionales no puedan ganarse la vida con el fruto de su trabajo creo que no tiene demasiado fundamento. La digitalización universal a la que nos vemos abocados está cambiando irremediablemente el tradicional modo de financiación, pero los periódicos, con el formato electrónico que se quiera, seguirán estando ahí. Mi optimismo se atiene a una lógica aplastante. El Internet necesita de contenido como cualquier organismo vivo necesita de nitrógeno y de oxígeno. Sin oxígeno no hay vida y sin contenido no hay Internet. Ergo: cuando el NY Times, El País o The Guardian no puedan financiarse por sí mismos, Apple, Microsoft o Google serán los que pongan el parné. Y lo mismo que pienso del periodismo se podría aplicar al mundo editorial, a las casas de discos o a la industria cinematográfica.
El contenido es la savia que alimenta el arborescente universo digital, pero es importante advertir que esa savia no puede contener cualquier cosa, como no vale, para que haya vida, un aire emponzoñado o un agua putrefacta. La máquina necesita del hombre mucho más que el hombre de la máquina, que no anda sin él.
La tecnología facilita la información, pero no convierte a nadie en un experto o en un profesional de nada. Quien escribe mal de puño y letra no lo hará mucho mejor delante de un ordenador. El burro en la fábula de Esopo no dejó de ser menos burro por ingerir libros por la boca ni se puede pensar que cualquiera que teclea palabras en su blog es periodista o escritor. La participación masiva de la gente en las redes sociales y en los foros aporta redundancia mucho más que significado. Las asilvestradas amapolas del campo tienen su belleza, pero no pueden ni compararse con los tulipanes de flor doble que los jardineros holandeses crearon durante el siglo XVII y fueron luego plantando por todos los jardines principescos de Europa. La excelencia, además de costar trabajo y esfuerzo, es un bien escaso. En los colegios y en los parques públicos hay multitud de niños que juegan al fútbol, pero salvo sus papás y mamás ¿quién se pararía ni un minuto a verlos jugar en Youtube? Quizá uno de esos niños, entre cientos, destacará por su buen juego y quizá otro, entre miles y miles, llegará a ser un futbolista profesional, pero el resto tendrá que conformarse con ser espectador. Y es que no alcanza la excelencia sólo quien quiere, sino quien, además de querer, puede.
El periodismo profesional no es muy diferente del deporte. Muy pocos seres humanos son capaces de escribir un editorial en media hora o una crónica deportiva en veinte minutos. Se requiere una gran capacidad de síntesis y un dominio verbal extraordinario. Naturalmente cualquiera puede dar su opinión, pero no todas las opiniones son iguales: unas siempre serán más autorizadas que otras. La opinión de mi vecino en su blog semanal es a veces muy divertida, pero tiene la misma influencia que puede tener una pintada contra el Rey en la tapia de un descampado. En cambio, las opiniones de los columnistas del NY Times, sean o no divertidas, influyen en cientos de miles de lectores diariamente, incluido el propio presidente de los EEUU.
El sitio Web de un periódico de prestigio -su dominio- es su fuente de riqueza. Su director no debe impacientarse ni ponerse nervioso. Podrá pasar algún frío invierno, pero si todas las noches, al ir a recogerse, nota que el número de sus lectores virtuales es mayor que el número de lo que compran la edición en papel, puede dormir tranquilo con la seguridad de que algún día no muy lejano multiplicará sus ganancias. A Julia Roberts no le pagan 20 millones por ser guapa (hay miles de mujeres mucho más guapas que ella) ni por ser buena actriz (pues hay muchas buenas actrices en los EEUU), sino por ser Julia Roberts. La marca cuenta mucho, a veces demasiado, aunque en el mundo de la información la marca NY Times es sinónimo de excelencia.
Jugar a periodista o jugar a escritor está muy bien, pero es pueril pensar que el aficionado puede competir con el profesional. El mejor escrito de un bloguero amateur es por lo general una birria al lado de la columna menos inspirada de cualquiera de los columnistas del NY Times.
Claro que si de pronto hay una revolución o una guerra en un país remoto, el mejor reportero será el testigo de vista que con su móvil va filmando lo que ve y lo cuelga luego en su blog o en su twitter. Este periodismo testimonial, hecho muchas veces a retazos, sí consiente el amateurismo, pero yo puedo imaginarme que los mismos grandes periódicos serán los primeros en crear una red por todo el mundo con centinelas que, en cualquier momento, avisen con su cornetín de la noticia que acaba de saltar.
En todo caso, unos pocos periódicos, los menos, se llevarán casi todas las ganancias y otros, la mayoría, aparecerán y desaparecerán, como ha ocurrido desde que se inició el periodismo. La única diferencia es que ahora no habrá hemerotecas para guardar tanto cadáver, sino que todo terminará almacenado en unas cuantas moléculas de silicio. Y en eso, al menos, habremos ganado todos.