Si llego a ser tiraboleiro de éxito, quizá –en mis reflexiones todo tiende a ser «tal vez»– conceda sesudas e incisivas entrevistas, pero lo que me preocupará serán esos formularios sobre tu «tal» preferido. Porque soy un hombre –¡un hombre!– sin favoritos predefinidos. Lo cual no significa que vea la poligamia como la mejor de las opciones, ahora que el Vaticano debate sobre si encender el interruptor o permitir que siga siendo de noche. La genética me obliga a jurar, por ejemplo, con amenaza de destierro implícita si titubeo, que no hay mejor Plaza Mayor que la salmantina, en especial comparada con la madrileña o la vallisoletana. Por cortesía debería afirmar que no hay mejor paisaje urbano para ver llover que el Obradoiro, mais o certo é que prefiro a choiva dende os soportais da Quintana. Las pasé canutas hace algunas semanas cuando me pidieron que eligiera el mejor de los casi setenta textitos que llenan esta despensa. Como me rezagué y terminamos fuera de plazo con el coche escoba en los talones, fié la elección a los elogios de María Fernanda Ampuero.
