En el tejado de un edificio en la Primera Avenida con la Calle Uno estamos hablando en la oscuridad. Una oscuridad resplandeciente, si eso es posible. Las luces de la ciudad suben hasta las nubes y se quedan colgadas y luego bajan convertidas en virutas que iluminan los labios y los ojos de todos. Al sur, más allá de la calle Houston que dominamos desde las alturas como generales en una batalla, dos columnas de luz atraviesan las nubes como estiletes… [este escritor está exhausto y se va a dormir. Mañana prometo acabar este artefacto]