Hay una fuente de inspiración donde Ira salpica en los surtidores y Templanza resbala por la pulida calidad del mármol: No vende la mano de Dios fuentes ornamentales ni regala los artículos que determinan. Aunque el murmullo del agua sea el grito de romper todo lo frágil, también en estos jardines quiere instalar el hombre su banco de asiento, sus mil coliseos de obra. Martillos y taladros dominicales, así de calladamente se construye una identidad, tan duradera, dura pared con enredadera. Pero bien puede querer el cielo convertir las aguas en brisa de verano o en rayos que derriban muros, teorías y costumbres. Mientras el hombre pasa como el empecinado de su historia, el pájaro cabra, brújula del pueblo nómada, prefiere alzar su ciencia sobre ruedas, coser retales de colores para techar las tiendas, ver pasar las nubes cambiantes y ligeras.