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Mientras tantoTe esperaré

Te esperaré


 

 

Hace tres años cumplí los treinta en la redacción de una revista de prensa rosa. Por aquellas yo tenía un sueño: escribir, y hacía cualquier cosa que me permitiera ir acercándome a él. Poquito a poco y buena letra, que decía mi abuelo. Aunque a veces, a mí letra se me torcía un poco.

Durante casi un año, entrevisté a tenistas, cantantes o celebrities. De Albano, a David Bustamante, y cuando llegaba a casa veía programas de cotilleo para ir apuntándome quién era quién en mi libretita de intelectual de pacotilla. He visto cosas que vosotros no creeríais: a Albert Camus y a Alba Carrillo en la misma página.

Aquel fue el trabajo más difícil que he hecho en mi vida. Nunca he sido la persona más informada del lugar y las anécdotas absurdamente ridículas que me ocurrieron a lo largo de ese tiempo no cabrían aquí. Llegué a confundir a Loles León con Amparo Muñoz. Le cambié un titular a Mariló Montero por uno de Rociíto.

–¿Quién ha sidooooooooo? ¡Mariló al teléfono!

Quiero decir: mal, muy mal.

Cuando empecé con el trabajo no tenía ni idea de qué esperaban de mí, solo me dijeron que buscaban a alguien que escribiera rápido y más allá de que me equivocara en detalles sin importancia como los que acabo de comentar, rápida era. Recuerdo que aquel día, el 28 de abril, tuve que quedarme hasta el cierre, las dos de la mañana, y me tocó el siguiente tema:

–Laura, Isabel Pantoja está saliendo de la depresión y ha abandonado Cantora. Doble página.

Contenta, al menos por Isabel, que estaba mejor, redacté un artículo que hacía énfasis en la mejoría de la cantante. Tenía prisa y lo único que deseaba era poder irme pronto, que fueran las doce de la noche y estuviera fuera de ahí. Cuando terminé el texto, la jefa lo leyó, me miró enfadada y dijo:

–Lo que queremos es justamente lo contrario. Que insistas en el mal momento por el que pasa Isabel.

–Pero si está mejor.

Silencio.

Me dieron las doce de la noche delante de la pantalla, haciendo malabarismos para que el texto me encajara y haciendo malabarismos también para aguantarme los pucheros –sí, sí, treinta años–, atragantada con el Indesign, las lágrimas y el maldito titular de “Isabel, hundida, abandona Cantora”. Preguntándome, con toda la trascendencia y el dramatismo posible si aquello era lo que yo quería hacer con el resto de mi vida: empezar mis treinta con la pobre Isabel, que no sé si estaba hundida pero acabaría estándolo después de mi titular.

Decía Ángel González en un poema que se llama justamente así, ‘Cumpleaños’, que “para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho”. Y es cierto que todos nos morimos mucho y muchas veces desde que soplamos las velas hasta que volvemos a hacerlo al año siguiente. Tendemos a pensar que los años nos hacen más sabios pero yo no diría tanto. Diría que lo intentamos y que a veces, haber cumplido años con Isabel, me recuerda que la vida no es siempre como pensamos que sería, que dice la canción de Xoel, pero eso la hace muchísimo más interesante. Sin esos lloros dramáticos de mis treinta no estaría contando que sobreviví y que ahora, tres años más tarde, me gusta recordar lo que dice la foto de arriba: que la vida consiste en aprender a repetir esto muchas veces, «Te esperaré». A lo bueno, a lo que suma, a que pase el bache. Te esperaré, en voz baja, a oscuras, a ciegas incluso. Esperar sin desesperar y recordando, como siempre dice un amigo, que “lo que no suma, resta”.

 

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