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Te recuerdo de mí. A propósito de la novela ‘Me llamo Lucy Barton’, o las relaciones entre madres e hijas

Una breve novela de una extensa escritora. My  Name is Lucy Barton, donde Me llamo no llega a ser exactamente lo mismo que “mi nombre es”. Así me lo parece.

 

La novela de Elisabeth Strout trata, como seguramente se conoce, de la relación entre una hija y su madre. La autora ha dejado dicho en alguna entrevista que “es una historia de amor”[1]. La madre son huellas en la memoria. Huellas sonoras, madre una voz:

 

“Estuve dormitando mientras escuchaba la voz de mi madre.

Pensé: Esto es todo lo que quiero”[2].

 

Pero la autora también ha dicho que: “Las relaciones entre madres e hijas pueden ser muy difíciles”[3]. Los productos culturales cuya nuez se encuentra en este conflicto comienzan a ser reseñables. Tanto en las artes plásticas como en las literarias, se encuentran obras que trabajan el amor y el odio de la relación madre e hija, o entre hija y madre. Abundan más las que recogen el amor, sin embargo la hostilidad está presente también en esta pequeña novela, cuya autora piensa que: “Todos necesitamos una madre”[4].

 

En otra entrevista, Strout dice: “entre madres e hijas, las tensiones tienen formas infinitas”[5]. “Infinitas”, ¿exceso o fantasía?, como diría el poeta recommençé en cada cual, pues infinitas son las palabras, podemos imaginar, con las que en las distintas lenguas existentes una hija habla de su madre, y menos frecuente, pero también comienzan a leerse, las palabras de una madre sobre su hija.

 

 “Cada relación es un problema diferente… Tan fuertes son los lazos y tan fuertes los impulsos por romperlos”[6], continúa la autora diciendo en la mencionada entrevista. ¿Cuáles son esas tensiones? ¿Pueden ser discriminadas y aisladas para ser pensadas? Si atendemos el lado de la madre son observables las huellas que esa mujer porta de su propia madre. Tal como al final de la novela escribe Strout, Lucy deja a su marido y a sus hijas: ”Porque también dejé a mis hijas, y dejé su hogar”[7]. De la madre padeció desatención, desamparo y abandono. De sus hijas se va, como lo hizo de su madre. ¿Son las formas tan infinitas como dice Strout? ¿O hallamos en la repetición un finito infinito? ¿Por qué la relación entre una hija y su madre, y a la inversa, es tan complicada?

 

En un bello poema, Safo escribió:

 

Estrella vespertina que traes todo aquello que, radiante,

La Aurora ha dispersado:

Traes la oveja, traes la cabra, llevas lejos

De la madre a su hija[8].

 

Si la noche convoca el refugio, la hija escapa a la madre.

 

En la novela de Strout, el lado de la hija es la historia más narrada, es ella la que nos habla de su nostalgia de madre, su amor y su deseo de escapar. De la madre no se dicen razones ni sentimientos. Es mostrada distante y fría, y sucintamente golpeadora sin razón ni concierto, lo que obliga a los lectores a ir componiendo una figura de madre que nos deje entender su proceder: su odio y su amor, si hubo amor. El tabú de la madre excluye el odio, al igual que evacua el pernicioso goce de una madre con su hija o hijo. Posesividad y poder.

 

Al mirar en nuestra literatura, topamos con un trabajo de Sánchez-Blanco Parody. El profesor Parody hace un recorrido por la literatura española de finales del XIX y principios del XX, y aísla una figura de madre: “Está casi ausente de la conciencia colectiva la figura de la madre terrible”[9], y se pregunta si esta ausencia es por lo infrecuente en la realidad o porque “¿es el público el que se niega a verse confrontado con tal imagen?”[10] El tabú ejerce su efecto, pero no consigue silenciar de pleno, como, hablando de silencio, bien nos recuerda Parody, sucede con la “madre terrible” Bernarda Alba[11] de Lorca,  paradigma de madre inicua, posesiva y avara de poder sobre la sexualidad de las hijas. Es Bernarda Alba una figura arquetípica, referencia ineludible de una madre del odio.

 

Además, están las formas atenuadas del mismo: “Mi madre diría: Lucy Barton, no te des tanta importancia, imbécil…”[12]. Como el desprecio.

 

Parody nos cuenta que tras la derrota del llamado Antiguo Régimen, antecediendo a Bernarda Alba, aparece en nuestra literatura, la figura de la madre demoledora de la mano de Fernán Caballero, seudónimo de Cecilia Böhl de Faber, que en 1845 publica la novela Elia o España treinta años ha[13]. La novela cuenta el conflicto entre una madre y su hijo debido a  la mujer de la que este último está enamorado y con la que quiere casarse. La potencia del odio, no es solo para la hija. En la novela de Fernán Caballero, la novia del hijo no pertenece a la clase aristocrática y esto hará estallar a la madre que, siendo viuda, es la representante predilecta de los valores que el patriarcado del antiguo régimen quiere seguir conservando: la tradición del buen nombre de la nobleza y la moral rígida, estrecha y farisea. Expulsado el hijo de la casa familiar, pronto encontrará la muerte en una escaramuza militar. La madre, calculadora y hostil, no se conmueve, ha cumplido con su obligación de salvar la imagen familiar y política que la sociedad le exige. No es esta una madre del amor, lo que viene a poner de relieve que en una madre, el prestigio y el poder pueden estar por encima del amor, o ser un nombre del odio.

 

La maternidad está tejida, también por la cultura. La madre de Lucy Barton, le espeta:

 

“—Eres una imbécil, Lucy Barton. No he atravesado todo el país en avión para que me digas que somos gentuza. Mis antepasados y los antepasados de tu padre fuimos de los primeros en este país, Lucy Barton… Desembarcaron en Provincetown, Massachusetts, y eran pescadores y colonos. Nosotros colonizamos este país”. Orgullo y honor, a costa de la verdad de la hija.

 

Se observa que a título de excusa patriarcal o a título de defensa narcisista, las madres pueden matar o hacer matar, como será el caso de la madre de la novela de Benito Pérez Galdós, Doña Perfecta[14], que no tendrá inconveniente en hacer matar al hombre del que su hija está enamorada, Pepe Rey, hombre laico y progresista, con tal de que su hija case con el elegido por ella, un abogado de rancias costumbres tradicionalistas. Poco se conmueve, así mismo, Doña Perfecta cuando a la muerte del novio, su hija enloquezca y sea ingresada en un manicomio[15].

 

La madre de Lucy Barton no manda matar al novio de su hija, ni la ingresa en un manicomio, sin embargo no tiene inconvenientes en tergiversar la verdad:

 

“Ya sabes que tu padre estuvo en la guerra, y unos alemanes intentaron matarlo. Lo ha pasado fatal desde el momento en que vio a William”,[16] que es el novio alemán de la hija.

 

El poder y la defensa de la tradición están por encima del amor maternal, como también es el caso de la madre que nos relata Emilia Pardo Bazán en su cuento De vieja raza,[17] donde una madre paga a un verdugo unas monedas para que guillotine a su hija inmediatamente antes que a ella, pues ha visto que el oficial que comanda la fiera comitiva tiene intenciones de salvar a su hija, bella, joven y conmovedora; y que a ella, a la madre, la va a dejar que la guillotina termine con su ya ajada cerviz. Celos, envidia y poder están en la razón asesina de la madre, como sutilmente escribe doña Pardo Bazán: “Quiere salvarla. ¿A ella sola? ¿A qué precio?”[18].

 

Habla Lucy Barton: “¿O si nadie te ha dicho nunca que eres guapa, pero tu madre sí te dice, cuando tus pechos empiezan a desarrollarse, que cada día te pareces más a una vaca de las del establo de los Pederson?”[19]. Una hija es una mujer, también deseable. Una madre puede no soportar la pujante feminidad de su hija. Rivalidad y estrago, dolor y laceración.

 

Matar a los hijos. Y no por enajenación mental. La “madre terrible” es una figura realmente existente. ¿Cómo denominar la figura que los griegos nos han legado en el nombre de Medea? Golpear, matar, Medea o el deseo de venganza más poderoso que el amor y la vida donada:

 

“Voy, en efecto, a dar muerte a mis hijos. Y no hay nadie que me los vaya a arrebatar”[20].

 

Medea mata a sus dos hijos para que no lo sean del padre, Jasón, que la ha repudiado por otra mujer. La tragedia de Eurípides nos retrata a una mujer devorada por el odio al padre de sus hijos, la pasión y la posesión. Hay que prestar alguna consideración al hecho del patriarcado griego que no reconocía la pertenencia de los hijos a la madre, pues lo eran del padre[21]. La maternidad atravesada por las contingencias culturales. No hay reconocimiento simbólico para las madres. Esta borradura simbólica de la maternidad es mostrada ya, en la escena griega por Esquilo que en Las Euménides, Apolo, el nuevo dios que se instaura, dice:

 

“Te lo diré, y acepta mis razones: Del hijo no es la madre engendradora, es nodriza tan sólo de la siembra que en ella se sembró”[22].

 

La lucha entre los viejos y los nuevos dioses es la lucha por la imposición del orden patriarcal, que deja a las madres desposeídas simbólicamente. Y entre madres y padres, los hijos son moneda de intercambio. Y la hija que se atreve a desafiar la leyenda instituida de la familia obtendrá, como poco, el rechazo y el alejamiento. Así Lucy Barton en la mentira de su madre protegiendo la felonía del padre.

 

Que el hijo es un otro, distinto y separado, despegado de su madre, no es un aserto a la ligera. Sostenerlo describe una presencia nueva en el mundo, cuya humana construcción ha empezado antes de nacer y continuará tras su nacimiento en la trama de palabras e intersticios de pasiones de su ámbito maternopaternal. Del Estado a los padres, una madre lo es por adopción simbólica de su hija o hijo: tú eres mi madre. El tabú de la madre protege la propiedad, la pertenencia y el goce abusivo. Al tiempo que obvia la complejidad de identificación y separación en la construcción subjetiva de un ser humano, de una hija, de una mujer. El tabú de la madre consagra la madre terrible.

La autora, Elisabeth Strout, en una de las entrevistas antes citadas dice que su novela: “Intenta reflejar qué pasa cuando tomamos conciencia de lo que somos, de qué significa realmente ser lo que soy”[23]. Lucy Barton toma conciencia de su construcción y con ello se reconstruye[24]. Lucy Barton se reconoce en su nombre, reiteradamente citado cuando su madre la nombra. En nuestro idioma “me llamo” alude a ser llamada. La sonoridad  literal de la traducción: “Mi nombre es…” apela a un nuevo nacimiento, la nominación enunciativa de un ser rehecho de las ruinas, o al menos, surgido tras la debacle.

 

Lucy Barton, hija de una madre gélida, soberbia y lejana, que no le da la mano, ni le da besos, que no le pregunta por su vida, que no se interesa por lo que hace o su familia, que no le dice que la quiere y que sin embargo le llama por su mote, Pispajo: “me dio una sensación cálida”[25]. Puede decirse que ese es el vocablo de amor, que en él están cifradas las razones de amor de la madre. Pispajo nos explica que Lucy ame a su madre, quiera que su madre le abrace, desee que su madre le hable, con ese vocablo neutraliza el odio y se reconcilia con el perentorio deseo que hay en el ser humano de dar a la madre un lugar de amor en la memoria.

 

Al principio todo fue tu voz, madre. Te recuerdo de mí.

 

 

 

 

Trinidad Simón Macías (Torremenga de la Vera, Cáceres, 1958) es licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid en 1982, especialidad en Psicología Clínica por la misma universidad. Formada como psicoanalista en Madrid, ha sido psicoterapeuta en las instituciones públicas de salud mental durante diez años. Actualmente ejerzo mi profesión en el ámbito privado en Madrid. Ha publicado, entre otros artículos, ‘Reseña bibliográfica’, en Documentos de Psiquiatría comunitaria nº 2, 1994; ‘Duelo. Intervención en crisis’, en Clínica y salud, Vol. 7, nº 1, 1996, y ‘Las primeras palabras y el No’, ‘Hablar a un niño, un niño habla’, ‘El deseo de saber en el niño’ (1 y 2), ‘El juego, tejedor de vida’, ‘Gemelos idénticos’, ‘Un niño, un lugar’, ‘Problemas en el niño, familia con problemas’ y ‘Un trono del niño’ (1 y 2), en Publicaciones pedagógicas. Revista digital de Acento, desde 2009-2011. También, entre otros, ‘Mandato en un laberinto’, en El goce de lo imposible: obsesiones (Ledoria, Toledo, 2012), y Juego Limpio: Sabina Spielrein entre Jung y Freud y los tiempos actuales (Psimática, Madrid, 2014).

 

 

 

 

Notas:

 

[1] Página 2 de TVE2, el 27 de septiembre de 2016.

 

2 Elisabeth Strout, Me llamo Lucy Barton, traducción Flora Casas Vaca, ebook Kindle, ed. Doumo, Barcelona, 2016, posición 530.

 

3 Elena Hevia, http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/elizabeth-strout-lucy-barton-novela-5379961, consultado el 3 de noviembre de 2016.

 

4 ídem.

 

5 El Cultural del periódico El Mundo, del 1/10/2016, en entrevista realizada por Luis Alemany.

 

6 ídem.

 

7 ibídem, posición 1570.

 

8 Poemas y testimonios de Safo, edición y traducción de Aurora Luque, ed. Acantilado, Barcelona, 2004, pág. 69.

 

9 Francisco Sánchez-Blanco Parody, profesor de la Ruhr-Universität Bochum en Alemania, ‘La madre terrible: Un motivo de la literatura española moderna’. Se trata de una ponencia del autor en el marco de: Estudios de literatura española de los siglos XIX y XX, en el homenaje a Juan María Díez Taboada. Los coordinadores de dichas jornadas fueron José Carlos de Torres Martínez y Cecilia García Antón. Madrid: CSIC, 1998, pp.715-723.

 

10 ibídem.

 

11 www.cervantesvirtual.com

 

12 Elisabeth Strout, Me llamo Lucy Barton, traducción Flora Casas Vaca, ebook Kindle, ed. Doumo, Barcelona, 2016, posición 1373.

 

13 www.bibliotecavirtualdeandalucia.es.

 

14 ‘La madre terrible: Un motivo de la literatura española moderna’, de Francisco Sánchez-Blanco Parody, profesor de la Ruhr-Universität Bochum en Alemania. Se trata de una ponencia del autor en el marco de: Estudios de literatura española de los siglos XIX y XX, en el homenaje a Juan María Díez Taboada. Madrid: CSIC, 1998, pp. 715-723.

 

15 www.cervantesvirtual.com

 

16 Elisabeth Strout, Me llamo Lucy Barton, traducción Flora Casas Vaca, ebook Kindle, ed. Doumo, Barcelona, 2016, posición 308.

 

17 ‘La madre terrible: Un motivo de la literatura española moderna’, de Francisco Sánchez-Blanco Parody, profesor de la Ruhr-Universität Bochum en Alemania. Madrid: CSIC, 1998, pp. 715-723.

 

18 www.cervantesvirtual.com

19 Elisabeth Strout, Me llamo Lucy Barton, traducción Flora Casas Vaca, ebook Kindle, ed. Doumo, Barcelona, 2016, posición 138.

 

20 Eurípides, (484-406 a. C.), Medea, traducción de Antonio Guzmán guerra, ed. Alianza, Madrid, 1995, p.145.

 

21 Ana Iriarte, ‘Ser madre en la cuna de la democracia o el valor de la paternidad’, en Sivia Tubert (coord.), Figuras de la madre, ed. Cátedra, Madrid, 1996, pág.89: “La muerte de los hijos deviene acto criminal cuando es la madre la que la ejecuta… todo padre griego tiene legítimo derecho a disponer de  la vida de sus hijos”.

 

22 Esquilo (525-456 a. C.), Euménides, traducción José Alsina Clota, ed. Cátedra, Madrid, 1996, p. 407.

 

23 Elena Hevia, http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/elizabeth-strout-lucy-barton-novela-5379961, consultado el 3 de noviembre de 2016.

 

 24 Sigmund Freud, ‘Lección XXXIII. La feminidad’ (1932), en Obras Completas, ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, pág. 3.168: “No es posible comprender a la mujer si no se tiene en cuenta esta fase de vínculación a la madre, anterior al complejo de Edipo”.

 

25 Elisabeth Strout, Me llamo Lucy Barton, traducción Flora Casas Vaca, ebook Kindle, ed. Doumo, Barcelona, 2016, posición 73.

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