(… Viene de la entrada anterior)
Todas las guerras se hacen contra el tiempo, contra un tiempo que termina, o para evitar que se prolonguen. Quien tiene de su lado el tiempo, gana la guerra. No existe otra arma tan poderosa. Por eso todos sus enemigos temían al Príncipe ciclista, porque su bicicleta rodaba por encima de dos relojes de guerra.
Teatrino iba de batalla en batalla a lomos de su bicicleta, por los campos teatrales de Tarasconia, librando contiendas que le permitiesen llegar hasta el mismísimo palacio del maligno Primeractio, quien tenía secuestrada a su amada Teatra, hija de la Reina de las Conchas, monarca a su vez de los escenarios.
Su primera batalla tuvo que librarla contra el monstruo de las ondas, una espiral de acero vibrante que tenía por corazón una Cruz de Hierro. El silbido mortífero que producía esa chapa enrollada, hacía estallar primero lo oídos, y más tarde la cabeza de sus adversarios; era una máquina de matar, digna del infierno. Gracias a la rueda de oro de su bicicleta, el Príncipe se remontó pedaleando por encima del tiempo, que duraron las letales vibraciones producidas por la onda.
Para vencer a los carros de combate que defendían la ciudad de Tarascón (donde se alzaba el castillo de Primeractio), tuvo que vencerlos por agua y por campaña. Un gran río rodeaba a la capital, resultando ser algo más que un foso de defensa. Teatrín de Tarascón (que era como entonces ya era conocido, por sus hazañas,) guerreó hasta en el fondo de un río.
Y aunque el enemigo contaba con la doble fuerza del agua (tanto la del río, como la que disparaba su camión de bomberos con precisión asesina,) pudieron vencer a Teatrino. La jabalina de oro que le había entregado la reina de las Conchas, portaba en su centro una moscarda, que era el emblema de su amada Teatra. Su amor protegió esta vez al guerrero dentro de su esfera inexpugnable.
Más tarde tuvo que luchar cuerpo a cuerpo en el casco urbano de Tarascón para poder ganar el recinto central del castillo. Ni las máquinas de guerra creadas por Primeractio (que en vez de motores usaban mecanismos de relojería,) pudieron impedirle conquistar la ciudadela. Los pendones con moscardas que encontró a su paso, le condujeron hasta la puerta de los jardines del mismísimo Palacio.
Fotos: Vizcaíno