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Tejiendo con hilo de seda para marionetas

Queridos señores lectores:

 

Antes de que el actual general en jefe de los ejércitos de Guinea Ecuatorial accediera al poder, los que vivían en Malabo lo hacían en míseras casas sin agua corriente ni luz eléctrica. No echábamos en falta la electricidad, pues, francamente, no teníamos en qué usarla. No había televisión, y creemos que muchos de los habitantes de aquella época hubieran mantenido sus casas a oscuras si descubrieran que a ellas llegaba la corriente. Era demasiada novedad para una gente tan mísera y tan expuesta a los actos vandálicos de los que mandaban. De hecho, nadie veía por la calle algún motor de luz, como peligrosamente proliferan ahora, y no fue debido a que no había ninguno guineano con capacidad de tenerlos. Cierto que algunas casas del centro de Malabo se iluminaban.

 

            Si es cierto que la carencia de electricidad no nos molestaba, nos dolía en toda el alma la falta del agua. Y el asunto tomaba tintes tragidramáticos cuando de los escasos grifos no salía ninguna gota por alguna razón desconocida. En aquel tiempo las personas capacitadas hacían kilómetros para conseguir un solo cubo. Hoy día cualquiera diría que esto es una falacia, pero era normal que los ciudadanos del barrio Los Ángeles bajaran al puerto para hacerse con un poco, o que tomaran el camino del aeropuerto, a un arroyuelo que estaba a tres kilómetros de Malabo, justo detrás del sitio que actualmente están las instalaciones de Mobil Oil.

 

En aquel tiempo los bosques cercanos a las casas eran abundantes y ahí iban a parar la tripa de chicharro, el agua de lavar la cabeza de rata bosquera, rico manjar para dioses de tierra firme, nosotros, toda la mondadura de plátano y toda la peladura de malanga que conseguíamos mercar en los sitios donde se ponían las agricultoras, y era tras la maleza donde nos agachábamos para devolver a la naturaleza los restos de una digestión a menudo acelerada por los miedos a las bofetadas de los esbirros de Papá Macías, o a procesos morbosos que la sanidad del acerado general no podía ayudarnos a atajar.

 

Los del barrio Ela Nguema lavaban sus ropas en Colwatá, y ahí acopiaban para saciar su sed y para satisfacer otras necesidades. Eran los privilegiados de Malabo. Los del barrio Campo Yaounde, uno de los núcleos urbanos más dinámicos de aquel tiempo, hacían uso de las aguas del río Cónsul, que tenía todavía tramos con aguas límpidas. Algunos habitantes del barrio Los Ángeles recurrían igualmente a las aguas consulinas, y el resto de los angelinos, junto con el resto de la gente de la capital de Guinea Ecuatorial, dejaba casa, padres, y otros familiares para ir al río conocido por Matadero, aunque en los archivos salvados por la furia de la inactividad administrativa de Macías se conociera tal corriente fluvial por San Nicolás.

 

A estos ríos iban los de Malabo a lavar, a lavarse, y a aprovechar la exuberancia natural circundante para seguir devolviendo a la sabia naturaleza los productos de la digestión. Claro que en algunas casas había baños, o algún agujero para el menester dicho con tan bellos epítetos, pero si era cierto que se hacía tanta distancia para el acopio de  una exigua cantidad del líquido elemento, era un gasto imperdonable usarla para otro menester que no fuera el estrictamente vital. De hecho, el 90 por ciento del cuerpo de los guineanos de aquel tiempo estaba ansioso de agua para seguir sobreviviendo a la miseria impuesta por la tiranía de Macías y la gente de su provincia.

 

Pasó el tiempo y el 3 de agosto de 1979 oímos campanadas y fue que el actual general en jefe, que en aquel entonces era teniente coronel, máxima graduación militar del país libre de África llamado Guinea Ecuatorial, se sacudió los miedos y nos quitó de encima lo que suponía la nefanda carga de la dictadura irracional de Macías. Y empezamos a saber que en Guinea se podía ver la televisión. Muchos de nosotros la vimos por primera vez unos meses después. Supimos que había muchos hermanos nuestros que sobrevivían su miseria en Gabón, o en Camerún, y supimos que no teníamos casas para acoger a todos ellos, porque en 11 años no se construyó nada nuevo en Guinea Ecuatorial.

 

Pasó el tiempo, y como ocurrió desde el principio, todos los documentos oficiales se cerraban con el slogan Por una Guinea Mejor. Mejor, hay que decirlo, que la Guinea de Macías, época sobre la que ahorramos adjetivos para calificar. Seguimos con la mejor Guinea hasta que en un parpadeo descubrimos que los ríos de los que arriba hablamos ya no eran saludables ni había casas para todos los que quisieron retornar a Guinea. Fue la época en que la cooperación española pagó la construcción de las feas casas de Cabrera y Dávila, Caydasa. Si son bonitas, vayan a verlas y que haya discusión pública. Pero menos da una piedra.

 

Toda esta narración doméstica y ruborizante es justificada porque con el paso de los tiempos, se incorporaron a Malabo muchos guineanos, pero no se vivió una satisfacción de las necesidades de los nuevos y viejos habitantes, por lo que los antiguos ríos, pese a su pérdida de calidad, constituyen el recurso inmediato en la búsqueda de una vida mínima, si así se puede decir. Pero acaeció que desde que brotó el petróleo, y dicen los que saben que de este brote sabe mucho un tal Chester Norris, y de ahí que tenga una calle en la zona rica de Malabo, la cosa se complicó de manera drástica, de tal manera que somos miles, no todos podemos ni debemos duchar con agua embotellada, y todas las casas de un kilometro a la redonda, y otras que no están dentro de este perímetro acuden a los podridos ríos de antes para satisfacer todas sus necesidades, y así seguiremos hasta el año 2020, cuando seremos un país desarrollado con agua, comida, trabajo, leyes, escuelas y electricidad a tutiplén.  En concreto, todos los habitantes de ambas riberas del río Matadero siguen bajando a sus orillas para hacer uso de sus polutas aguas, y gracias al Señor que acá sabemos que agua corriente, pulso viviente.

 

Y eso porque los ríos, pese a su insalubridad, no se secan y porque todos los Ndong, Nguema, Eyong, Nandongo, y algún que otro Bijeri, pero mucho más de los nativos del interior del país, primos y tocayos de muchos de los que llevan galones de un ejército colonial al que sus padres denostaron en público, y que hoy lucen ufanos, no tienen hasta ahora otro remedio que recurrir al viejo cauce. Y para hacer lo mismo que hace 30 años, exactamente lo mismo. Pero como por los bolsillos de estos gerifaltes ya entra y sale mucho dinero, y también porque por la televisión de otros países ven cosas que no hay en el suyo, creen que sigue siendo una vergüenza que los de Malabo sigan usando aquel paraje salvaje para satisfacer sus necesidades, pero ahora lo pueden evitar de manera drástica:

 

Queridas señoras guineanas, y todas las que tengan el espíritu de tales, guineanas lectoras: Los que mandan creen que el paraje que constituye el cauce del río Matadero ensucia o empaña la imagen pública de la capital, y han echado dinero contante para cambiarlo drásticamente. Y piensan hacer, con la ingeniería salvaje de los chinos, lo que se ve pintado en un cartel colgado en el sitio, no muy lejos de la desembocadura del mismo. Lo que veamos será un río metido entre canales cementados y adoquinados y en el lugar donde estaban erguidos los árboles, más cemento para que las cámaras de los aduladores capten el amplio desarrollo de Guinea. Créanme, y no porque no hayamos insistido en ello, no solamente es un cambio de árboles por cemento, es mucho más. Malabo, dirán los que quieran, es como cierta ciudad famosa, tiene canales, porque se ampliará el cauce, según la maqueta, y podrán los góndolos, aquí los que piensan y deciden las cosas, navegar hacia la perpetuidad de su fama.

 

Lo que no es oculto a nadie es que el río Matadero está en un paraje aparte. Transcurre en las afueras de la ciudad. Si sus intenciones eran las que acabamos de referir, tenemos que decir que el río Matadero no pasa en medio de Malabo. Si no fuera por la malicia y el acomplejamiento que atenazan a los que nadan en millones y lucen galones de viejos ejércitos coloniales, no sería tocado si no es para devolverle su antigua pureza. Con la ciencia ingeniera de los chinos, cuando se haga los canales todos los miles de habitantes de ambas riberas no podrán acceder a sus aguas ni quedará una sola piedra sobre la que lavar.

 

Lo hemos omitido por un olvido deliberado: cualquiera que no luciera galones de otros y no tuviera todos estos millones para regalar, y los chinos hacen acá su calendario animal (lo decimos por la fraseología española y por la cantidad de animales del calendario chino), diría que en el sitio donde veremos, a pie o en coche, que Malabo tiene bellos canales, podrían construir un lavadero para los habitantes abandonados de los barrios circundantes. No osaríamos pedir que pusieran una depuradora de agua para un lavado de ropa mejor, pues está siendo claro que los dineros de los que mandan acá no son para cosas muy útiles. Vayan todos al sitio y vean la tierra removida, actitud temeraria, y descubran que la historia guineana está asociada a constantes e hirientes paradojas.

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