Parece paradójico, casi vesánico, que en momentos en que un país se instala en el 20% de desempleo se pueda pagar a un entrenador de fútbol 10 millones de euros anuales(Mourinho). Casi más increíble es que cuando la percepción de la crisis era ya generalizada entre todos los observadores(con la posible excepción de ese economista previsor llamado Rodríguez Zapatero) se comprase a un jugador de fútbol, Ronaldo, por la módica cifra de 82(¿) millones de euros.
La culpa de esta locura la tienen o tenemos los aficionados pero el dislate está alimentado por la televisión.
La puja por la transmisión de los partidos de fútbol salvó a varios clubes españoles de la bancarrota hace unos años y mantiene, por el momento, en un equilibrio inestable a otros británicos. Gran Bretaña y España son los países en que probablemente los clubes perciben más ingresos por ese concepto. Hay quien dice que las televisiones alcanzarán un techo y todo el tinglado estallará pero no parece que sea mañana. Los índices de audiencia de los deportes más populares, football americano en Estados Unidos, nuestro fútbol en muchísimos países del globo, cricket en la India…no bajan. El campeonato del mundo de Sudáfrica promete batir records. Se cree que habrá un aumento mundial de espectadores con respecto al de hace cuatro años del 5% y el partido de la final sudafricana puede ser visto por unos 650 millones de personas.Un festín para la televisión. No es extraño que las grandes cadenas, a pesar de la quiebra de alguna de ellas que no pudo digerir el costo(Setanta Sports, Kirch Media), sigan pagando cantidades astronómicas por los derechos de transmisión
Hay varios razones que llevan a las cadenas a pujar. La primera y más importante es que los índices de audiencia no son volubles, vienen estando asegurados y más aún en una franja de la población un tanto esquiva a la tele y, por lo tanto, a los anuncios, es decir los hombres jóvenes que son así recuperados para los anunciantes. La segunda es que cualquier encuentro importante en los deportes populares es seguido en directo, las posibilidades de evitar los anuncios en cualquier “match” de relieve son así prácticamente nulas. Si un encuentro se viese satisfactoriamente en diferido la tentación de pasar rápidamente los spots publicitarios sería obvia, con la excepción de la Superball de Estados Unidos en donde se estrenan los anuncios publicitarios más importantes del año, spots esperados con avidez y muy comentados al día siguiente por la prensa y público yanquis. Por último, un partido es irrepetible. El Madrid no juega contra el Barcelona doce o veinte veces al año y un aficionado quiere ver lo que ocurre en las pocas ocasiones en que se enfrentan.
Mientras los seguidores de otros deportes se quejan acertadamente de la escasa atención mediática que reciben, el fútbol sigue campante. La entrada en escena como consumistas de los países asiáticos, China, Japón, Corea…sólo hará alimentar el peso numérico y crematístico de este fenómeno social. Que el aparentemente inocuo encuentro Togo-Corea del Sur en el campeonato del 2006 atrajese mundialmente unos 105 millones de personas da que pensar. Un espectáculo supuestamente popular como el Tour ciclista de Francia no habrá tenido remotamente esa cifra en las tres semanas de su desarrollo.
Inocencio F. Arias