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Mientras tantoTenemos que hablar

Tenemos que hablar

Si no fuese tan puta   el blog de Manuel Jabois

Cuando tenía seis años mi madre me sacó de la cama y me dijo: “Tenemos que hablar”. Allí me anunció que tendría una hermana y que debería quererla y cuidarla y todo ese rollo que los padres les dicen con muchísimo cuidado a los hijos mayores, como si planeásemos asfixiar a la camada con la funda del sofá. Desde entonces cada vez que una mujer me dice que tenemos que hablar es para decirme que está embarazada. Ha pasado tantas veces que cuando me llaman por teléfono para advertirme ya pregunto directamente de cuántos meses está, más que nada para ahorrarnos la burocracia gestual de esa mujer sentada en una silla con la mirada vagamente perdida y sujetándose de vez en cuando la barriga completamente plana, como si fuese a romper aguas. Por supuesto, el 90% de las veces que teníamos que hablar y hablamos, y se anunciaron embarazos allí como si se estuviese anunciando el kilo de rape, la cosa se quedó en nada, pues a mí se me han echado a la cara embarazos como si yo fuese un príncipe saudí o algo así. Desde la primera, una colombiana que le dijo a su familia cuando yo tenía veinte años que se iba a casar conmigo, y su madre llamó a la mía por teléfono para conocerse “antes de que nazca el crío”, que mi madre todavía se desmaya cuando escucha el fijo, hasta la última, a la que se le retrasó la regla dos horas y ya estaba empezando a empujar con un cojín debajo. La única con la que no me hubiera importado ser padre fue una novia adolescente que me llamó toda riquiña por teléfono para decirme que teníamos que hablar y yo le dije superinocente: “¿Más? ¿Qué pasa, te parece que somos muy tímidos?”. El caso es que todas dijeron habérsele interrumpido el embarazo de manera espontánea, algo perfectamente lógico pues los polvos no habían sido otra cosa que eso, espontáneos, y a una ni siquiera la llegué a penetrar y yo juraría que no la vi en la vida, pero era tanta su histeria, su miedo y su confusión que no me atreví a chistarla, y si me llega a apretar un poco más le compro allí mismo la habitación al niño.

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