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Tenemos que hablar

 

Retiro enero noche

 

Guardo muchos periódicos. Y muchas revistas. Para leerlos cuando tenga tiempo. Aunque ese momento amenace con no llegar nunca. Porque llegan nuevos periódicos. Nuevas revistas. Nuevos libros. Nuevas noticias. Y la ansiedad se instala en la habitación de leer, que es exactamente la sala de estar del mundo.

 

Atesoro por ejemplo el ejemplar del International New York Times del fin de semana del 16 y 17 de enero pasado, porque desde la foto en blanco y negro de la portada, obra de Patrick Witty, y que muestra a Mirlene Lamour con dos de sus hijos en Parc Cadeau, un asentamiento en Anse-à-Pitres, Haití (miles de personas, como Lamour y sus hijos, han sido expulsadas de la República Dominicana después de que un tribunal dictara sentencia sobre cuestiones de ciudadanía, lo que inflamó la hostilidad hacia la minoría haitiana), hasta la amplia reseña del libro City of Thorns. Nine lives in the world’s largest refugee camp, obra de Ben Rawlence (en la que Caroline Moorehead recuerda que algunos países se mostraron generosos en el pasado para hacerse cargo de gente que no podía regresar a sus países, pero que esos días ya son ceniza), todo el periódico está lleno de ventanas sobre la emigración y el sufrimiento que causa.

 

«El mar no es menos bello a nuestros ojos porque sepamos que a veces los barcos zozobran», escribe Simone Weil en A la espera de Dios, otro de esos libros a los que regreso de eternidad en eternidad. Como al primer volumen de la Cambridge History of Africa. La lluvia no es menos bella aunque sepamos que para los que duermen a la intemperie es una compañía que hace la noche más inhóspita.

 

En una página rara de El País, que creo que celebra el 40º aniversario del diario, Leila Guerriero confiesa que nunca estuvo demasiado interesada en la conversación y que habla poco, y que tal vez exagere, pero que cuando un miembro de la pareja le dice al otro «tenemos que hablar», lo que quiere decir es: «a) subamos al ring, o b) ahora te voy a demostrar que tengo razón». Recuerda que su abuela decía que hablando se entiende la gente, y añade: «Yo sigo sin creerle. La gente se entiende cuando guarda silencio. Cuando se queda callada y empieza, dolorosamente, a escuchar». 

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