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Mientras tanto‘Tenorio’, ni Don Juan ni Tenorio

‘Tenorio’, ni Don Juan ni Tenorio


Cartel de "Tenorio" de Tomás Marco en el Teatro Real
Cartel de «Tenorio» de Tomás Marco en el Teatro Real

Las expectativas que pudiese haber levantado el cartel de la ópera Tenorio de Tomás Marco, con un corazón blanco de fría porcelana atravesado por una espada, que se acaba de estrenar en el Teatro Real, desaparecen completamente viéndola y oyéndola. Hay muchas razones, pero lo fundamental es que fallan la música y el libreto.

La música porque se nota basada en la musicalidad de cómo se decía el verso hace bastantes años. Una musicalidad que ya ha sido abandonada hace mucho tiempo porque suena retórica y no permite decir lo que el verso al completo dice. Los asistentes con regularidad al Teatro de la Comedia, sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, lo saben y han comprobado como el cambio en el decir ha mejorado la comprensión de lo que pasa en escena.

Si a eso se añaden las mal entendidas retóricas de la música contemporánea, más bien las de hace varios años, que se usan de forma mecánica sobre una partitura que parece estar continuamente intentando librarse de ellas. Una partitura que está deseando ser una música melódica, más del tipo de repertorio. La pregunta es ¿por qué no se dejó llevar el compositor por esa pulsión? ¿Qué necesidad artística le llevó a no hacerlo?

Lo del libreto va más por otro lado. Por el lado del estudioso que se ha leído, oído y visto todos los Don Juanes, Tenorios o Don Giovannis conocidos. Los ha comparado. Un trabajo que quiere que se vea y se note que ha sido hecho. Luego los ha barajado y los ha mezclado.

Una mezcla que desde la butaca parece arbitraria. Basada en lo que le han resonado al libretista algunos versos de este o de aquel autor. Cómo si hubiera ido subrayando aquí y allá, o cómo si hubiera versos o frases que se le hubieran quedado o le gustase recordar. Aspectos que pesan más que la reflexión que le hubieran dado esos subrayados o la reflexión de ese trabajo exhaustivo de revisión. Y que no se ha convertido en un punto de vista concreto sobre Don Juan y la persistencia del mito en la sociedad actual.

Por eso se introduce un narrador que tiene que aclarar todo esto, y que, sinceramente, al público le da igual que existan cien o doscientas versiones de Don Juan, quienes las han hecho, el dramatis personae que han usado en cada representación, etcétera, etcétera, etcétera. Al público lo que le interesa es saber porque la historia del mujeriego y burlador Don Juan, que acaba enamorado de la novicia Doña Inés, sigue siendo interesante. Necesario que se la cuenten. Cuál es la pertinencia del mito. Y eso no se oye.

Tampoco se ve, ya que la modernísima Agrupación Señor Serrano, responsable de la dirección de escena, no ha sabido encontrarle el punto a todo ese despropósito. Posiblemente por falta del arrojo y valor que muestran en producciones más personales, en cosos dedicados a lo contemporáneo o directamente alternativos. Multiplicando por cienes la arbitrariedad del material de partida y la tibieza de toda la producción

Es cierto que consiguen alguna cosa interesante. Como las naturalezas muertas o bodegones que filman y proyectan en directo, aunque no se ve la necesidad o la necesidad es demasiado funcional, como llenar el inmenso espacio escénico del teatro, y nada artística. Por cierto, que al limitarse la acción al proscenio en vez de usar la profundidad del teatro a alguien se le olvidó que incluso limitaba la visibilidad del espectáculo de las entradas de paraíso que se anuncian con buena visibilidad. También es un acierto esa máquina de vending llena de bebidas energéticas alternando con figuritas pastorales estilo Sèvres o Lladró, velas de cuerpos a manera de exvotos y chuches.

Visto lo visto, se puede decir, que no tiene suerte este teatro con la incorporación de los directores de escena locales, como ocurre en otros países con los grandes cosos operísticos. Ni el Rigoletto de del Arco, ni las dirigidas por Villalobos, que solo ha brillado con Las tres reinas de Donizetti, ni La sonnambula de Bárbara Lluch, ni el Benjamin de la Veronal han funcionado escénicamente. Esperemos que eso no desanime a la dirección artística del teatro, sus gerentes y sus patronos, porque la dirección de escena artística española, y en concreto de Madrid, es muy buena y muchos conocen muy bien los aspectos musicales. A lo mejor lo que hay que revisar son las formas de trabajar y colaborar.

Por último, el ciclo se cierra con una dirección musical correcta de Santiago Serrate y un canto también correcto para una música y un libreto que no dan para mucho, con un exceso de volumen del coro en algún momento. Por eso no es de extrañar que durante la función se produjesen deserciones. Más en las plantas más altas, porque se ve menos a las personas que se salen y se molesta menos a los artistas al salir. Y tampoco extraña que hubiera muchas personas que no se quedasen a aplaudir.

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