Sí po, amiga: hay que puro cerrar las hueás, por muy chicas que a una le parezcan, porque luego esas cuestiones se nos enroscan en la guata, suben, crecen y se multiplican, y aparecen un día ridículo como un aviso de tsunami y nos despertamos en la niebla, en calzones, ojerosas como enfermas hepáticas, como si fuéramos un edificio oscuro y lejano y vacío y lleno de humedad, decrépito y con musgo y con las tripas afuera, asomando por las oquedades ingratas que nunca te quisieron, corrompidas por las polillas, que llevan abiertas de par en par y sin consenso ninguno desde que jesucristo acababa de barnizar los confesionarios, y na que ver hueona, si voh soy chora, si no eris na de nylon, si no estay na sola po culiá… ¿qué te pasa, a er? Sácate un sable, un módulo, un cuenco, una palta, un asana, un alfajor, haz la hueá que querai pero cierra las cagás que te hay ido mandando en estos años, amiga, por la chucha, porque en ese edificio oscuro y lejano y vacío y húmedo y decrépito y musgoso y con las tripas afuera dejaste todas las ventanas abiertas y, ¿sabí qué, amiga? Ciérralo todo, al toque, porque una, a cierta edad, va agarrando frío.