La historia hacia la creación de un Gobierno en España no ha terminado. Quizás nos sorprenda con un requiebro inesperado pero, de momento, la probabilidad de que haya unas terceras elecciones se está incrementando ante el enésimo «no» de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy esta misma mañana. Esa negativa de los socialistas a los populares esconde, bien a sabiendas de ambos, bien de uno solo de ellos (seguramente más de Pedro Sánchez que de su contricante), bien de manera casual, bien de forma orquestada, una confluencia de intereses de los dos.
A ninguno, ni a PP ni a PSOE, le vendría mal una tercera convocatoria de elecciones para ver si, por fin, se resuelve el entuerto, para conseguir que, de una vez por todas, se ordene el panorama político español. Pedro Sánchez parece tener la esperanza (seguramente de manera acertada) de que con su actitud, primero tras los comicios del 20-D, cuando fue el candidato más proactivo para formar un gobierno alternativo al de Rajoy, y ahora insistiendo en el carácter del PSOE como principal partido de la oposición a la derecha y al Partido Popular, sobre todo después de haber abortado la aspiración de Podemos a ejecutar el ‘sorpasso’, todo un logro que se ha apuntado Sánchez. El electorado de izquierdas, más socialdemócrata, más opuesto a las políticas de la derecha, puede considerar que el voto más útil para cambiar al Gobierno es al Partido Socialista. El votante que sospechaba que el PSOE podría unir sus fuerzas al PP y que por eso votó a Podemos puede volver otra vez a echar otra vez la papeleta con la rosa en la urna, sobre todo después de haber comprobado el escaso ánimo constructivo de los de la formación morada tras el 20-D, tras conocerse (no hay que pasar por alto este elemento) el «caso Echenique» y como consecuencia del debate existencial en que parecen permanentemente estancada una fuerza que acaba prácticamente de nacer (aún no han logrado saber quiénes son y, por esa razón, tanto para unos -la izquierda radical más tradicional- como para otros -el votante socialista clásico-, no son muy de fiar).
Al igual que al PSOE, en principio, le beneficiaría electoralmente una tercera convocatoria de elecciones, al PP también. Es de prever que parte del voto a Ciudadanos volvería a ser para los populares. La falta de definición de Albert Rivera salvo para pedir un ménage à trois no le está siendo de demasiada ayuda. Su mero papel de bisagra nueva, brillante, para unir a los viejos partidos no tiene visos de reportale demasiados beneficios ni a corto ni a medio plazo. De todas maneras, su posición es, sin duda, la más complicada de todas: en España es difícil disputarle el centro-derecha al Partido Popular; incluso en Europa les ha sido complicado sobrevivir con cierta relevancia a los partidos liberales después de periodos con mayor o menor relumbrón siempre fugaz.
En definitiva, unos nuevos comicios revitalizarían el bipartidismo ante las dificultades que tanto Ciudadanos como Podemos están teniendo para «colocar» un mensaje convincente, bien por defectos propios como ajenos.
Pero decíamos que sobre todo Pedro Sánchez parece querer en el fondo la nueva repetición de elecciones. Mucho más que Rajoy. El PSOE mejoraría sus resultados. Pero no sólo eso: puede aspirar a contar con aliados, algo que el líder de los populares parece ser incapaz de lograr por el momento. El PSOE conserva la ilusión de gobernar respetando, además, el compromiso que desde el principio planteó Pedro Sánchez, que ha resistido contra fuerzas importantísimas e históricas del partido y de su poderosísimo entorno, a los que podría convencer que en una posible coalición de izquierdas (o progresista, o alternativa, como siempre ha parecido querer el líder del PSOE), los socialistas tendrían una posición de fuerza respecto a los de Podemos, debilitados tras el 26 de junio y aún más, hipotéticamente, tras las terceras elecciones. El «pero» de Rajoy a esta fórmula que, sin duda, revitalizaría al bipartidismo, es que ahora tiene casi al alcance de la mano repetir en el Gobierno y tras unos nuevos comicios, no se sabe. A medio o largo plazo, sin embargo, se encuentra, en principio, en mejores condiciones que el PSOE, puesto que Ciudadanos nunca ha puesto en cuestión su hegemonía en la derecha como sí lo ha hecho Podemos con el PSOE en el caso de la izquierda.
El problema de estas hipótesis temporales sujetas a refutación por un impredecible requiebro (sólo son eso) está en el cansancio de los ciudadanos, que ven cómo todos los partidos sin excepción piensan más en ellos mismos que en los problemas del país. ¿Repercutirá en una reducción de la participación electoral?, ¿a quién castigaría más la abstención?, o, dicho de otra manera, ¿qué votantes acudirían de nuevo a las urnas con ilusión?: ¿los de Sánchez porque piensen que se cumple lo que se dice y que estuvieron a punto de morir, resucitaron contra pronóstico y ahora tienen que volver a sorprender ante el temor a una victoria más brillante de Rajoy?, ¿los del PP porque crean que ahora sí que sí?, ¿los de Ciudadanos porque les convenza el sentido de estado del que presume Albert Rivera?, ¿los de Podemos porque tengan fe en que a la segunda va la vencida y conseguirán ganar al PSOE en votos y en escaños? En principio, unas preguntas se responden más rápidamente y con mayor convicción que otras.
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