El atentado en Times Square me llegó tres horas después de que descubrieran el coche bomba y desalojaran la zona. Ya me ha pasado otras veces: desde que vivo en Nueva York no sé qué pasa en la ciudad. Me enteré en un bar de Brooklyn, rodeado de gente que bailaba como loca. La vida con coche bomba de fondo es irreal, una cosa alucinada que mi cerebro se niega a asimilar. La estela de la muerte hace que la vida, la mera contemplación de ella, resulte insoportable. Sólo por un rato, claro. Luego hay que seguir bailando o eso dicen, aunque ya no sea lo mismo.
Quiero decir que si no estamos ya en ese momento, parece que llegará un día en el que, como en la escena de Brazil, uno seguirá con su cena después de que el camarero tape con un biombo la otra mitad del restaurante que acaba de saltar por los aires y punteará la conversación con un: “No hombre, pero si aquí no pasa nada”, como me han dicho a mí en el País Vasco desde el lado bueno del biombo. A todos nos llegará la hora, no cabe duda.
Luego, cuando uno sigue bailando, masticando la irrealidad que supone estar aquí y dejar de estarlo por obra de otros, sobreviene la intuición de ese territorio fantasmal habitado por agentes dobles y triples, acciones de bolsa, cámaras húmedas de las que sólo salen gritos, tipos con traje y sonrisa, desaparecidos, jefes de Estado, valijas diplomáticas, hijos de puta con AK-47, fanatismo, leyes retorcidas, ignorancia, tiro en la nuca y odio. Un mundo sin música, digamos.
Y después de tanto tiempo, con el solar de la zona cero todavía vacío y aviones de juguete sobrevolando cielos lejanos, no he leído una predicción del futuro más escalofriante que la de Hunter S. Thompson en su columna para ESPN del 12 de septiembre de 2001:
“Las torres ya no existen, reducidas a escombros sangrientos, junto a toda esperanza de Paz en Nuestro Tiempo, en los Estados Unidos o cualquier otro país. No se engañe: Estamos En Guerra –contra alguien- y seguiremos En Guerra contra un Enemigo misterioso el resto de nuestras vidas.
Será una Guerra Religiosa, una especie de Yihad Cristiana, inflamada por el odio religioso y liderada por fanáticos inmisericordes en ambos bandos. Será una guerra de guerrillas a escala global, sin frentes o enemigo reconocible […]
Vamos a castigar a alguien por este ataque, lo difícil es saber quién o qué será hecho pedazos. Quizás Afganistán, quizás Pakistán o Irak, o posiblemente los tres a la vez. ¿Quién sabe?”.
Vaya si lo sabía. Quizás estamos caminando por un istmo, por un alambre sobre -y que Baudelaire me perdone- un mar de horror en un océano de aburrimiento. Sólo deseo que algún día lleguemos por fin a la tierra ancha. El miedo es lo único que nos separa de ella.