Escribir era, en el pasado, una actividad intelectual. Algo relacionado con los profesores, los políticos, los historiadores, los críticos, los eruditos. Sin embargo, ¿por qué Walt Whitman dice “no hagas caso del grito del profesor, deja el libro sin leer, deja que el párroco grite en el púlpito y que el abogado exponga la ley, y vente a caminar conmigo por el largo, serpenteante camino marrón”?
En su libro Escribir, vivir, uno de los más hermosos que se han escrito nunca sobre el arte de la escritura, Anne Dillard se dedica a describir minuciosamente en qué consiste el trabajo de un escritor. Nos habla del silencio, de la concentración, de la necesidad de estar solo, y describe lugares maravillosos, cabañas apartadas y situadas en la orilla de lagos inmensos en medio de árboles gigantes, cabañas silenciosas donde lo único que hay es una mesa, una silla y una ventana para mirar la luz cambiante del día. Pero al final del libro, gasta un capítulo entero en describir acrobacias aéreas. Al parecer, Dillard conoce a un piloto y se aficiona a volar con él y a hacer todo tipo de acrobacias en el cielo.
¿Por qué? ¿Qué tienen que ver las acrobacias aéreas con la escritura?
La respuesta, en De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami, cuya traducción española acaba de aparecer, publicada por Tusquets. En este libro, Murakami nos cuenta con detalle su biografía de corredor de maratones y describe muy vívidamente varias carreras, entre ellas un maratón realizado en Grecia, entre Atenas y la ciudad de Maratón, el maratón original, y también un supermaratón de cien kilómetros celebrado en la isla de Hokkaido, en Japón.
Murakami explica que él corre porque para escribir novelas es necesario el ejercicio físico. Pero puntualicemos: no es que corra para distender los músculos después de estar mucho rato sentado. No es que haga ejercicio para compensar el carácter sedentario de la profesión de escritor. Es que corre para poder escribir mejor. La actividad de escribir novelas, afirma Murakami, es una actividad física muy dura que exige una enorme cantidad de energía. Es necesario estar sano y fuerte para escribir novelas. De otro modo, uno pierde la capacidad de hacerlo y su obra pierde calidad, se vuelve repetitiva o, simplemente, el escritor deja de escribir o incluso se suicida.
Estas ideas podrían parecer extrañas en épocas anteriores, cuando se identificaba la escritura con el trabajo del erudito o del profesor.
Pero digámoslo claramente: PARA SER ESCRITOR HAY QUE ESCRIBIR CON TODO EL CUERPO.
Siempre envidié a los bailarines, porque su obra de arte era su cuerpo, porque sudaban se transformaban a sí mismos. Hasta el día en que descubrí que también los escritores escriben con el cuerpo. Que también los escritores son bailarines.
Se escribe con el cuerpo, es decir, con las sensaciones, con la percepción. LA LITERATURA ES UN ARTE DE LA PERCEPCIÓN. Tiene poco que ver con las ideas, con el pensamiento o con las teorías.
Montar en avioneta para Anne Dillard. Correr para Murakami. Para mí, las otras actividades necesarias para escribir fueron siempre pasear, tocar el piano y hacer yoga.
Antes yo era un escritor que hacía yoga y tocaba el piano. Ahora las tres cosas se han unido y son la misma. ¿Dónde se han unido? En mí. Es decir, en mi cuerpo.