La primera vez que tuve Internet, cerca del año 1998, toda la web eran páginas sencillas, casi todas sin fotos, y el vídeo no existía. Más aún, corrías el riesgo de enfangarte en una espera de horas de querer ver el tráiler de una película esperada. De aquel tiempo guardo un “respeto” a los contenidos de vídeo y audio, los cuales prefiero disfrutar en televisión antes que en un ordenador.
Bienvenido a Internet, lee la página web si puedes
Soy de lo que podría llamarse “generación del texto” en Internet: somos los que oteábamos blogs en clases de la universidad o buscábamos noticias en el extranjero. Así, aprendimos otros idiomas, nos aficionamos a subculturas ignotas y disfrutamos bien de aquellas voces emergentes, que en aquel tiempo eran siempre en texto. Había algo de “café de conspiradores” en el primer Internet: lo maldito es literario y los que tenían bitácoras se conocían todos entre sí. Por supuesto, el lector supondrá corazones rotos, odios eternos y también algún que otro contrato para una novela. Esta, de creer los rumores, acabaría a dos euros en esas encantadoras tiendas de libros usados que todavía dan un aire barojiano a Madrid.
Quedamos ya pocos que conocimos ese primer Internet, ya ni puedo contar con los dedos aquellos que conservamos cabello, pero siempre me entra nostalgia cuando veo un texto confesional bien puntuado y con emociones no impostadas. Creo poder juzgar cualquiera de estos textos, incluso aunque estuviera mal escrito, como algo muy superior a cualquier Youtuber imitando otra vez las formas de Parker Lewis Nunca Pierde. Esa auto confesión solo era válida, claro, cuando un público selecto podía engarzar una frase como diamante de emoción (se me atragantó el café luego de esa metáfora, perdonen…)
El Youtuber original
Era un Internet amigable, afable y comunal; el de ahora es enemigo, tosco y colectivista. Quizá por ello las redes sociales pierden usuarios, perdón, clientes.