El universo ‘tankie’ y el multilateralismo
En el diario Público se diría que tienen (o tenían) un enviado especial en Ucrania, por la frecuencia y el lugar que ocupa. Pero no, es un género menor: es opinión hecha acá y presentada como crónica. La opinión se deja notar en que quiere ocupar un lugar que se pretende equidistante, entre Rusia y Ucrania. Eso necesariamente les exige comprar, en parte por lo menos, el discurso ruso y yo ya venía mal predispuesto desde que a esa izquierda le oí decir que ellos “están en contra de la guerra”. ¡Vaya por Dios! ¿Pero no estábamos todos en contra de la guerra?
¿Y quién se acuerda de la Primavera de Praga? Cuando una dictadura criminal invadía a un vecino para aplastar sus aspiraciones de libertad y de independencia y el malo era… ¡el que invadía! ¡Qué tiempos aquellos! ¿De dónde salieron aquellas certezas? Porque si hubiera sucedido hoy Milan Kundera sería un agente de la CIA.
Lo presento como una broma, pero de hecho tiene su aporte histórico, pues es precisamente de ahí de donde surge el término tankie. De la Wikipedia: “Tankiees una etiqueta peyorativa utilizada originalmente para designar a los miembros del Partido Comunista de Gran Bretaña que siguieron la línea del Partido Comunista de la Unión Soviética. Se utilizó para distinguir a los miembros del partido que se pronunciaron a favor del uso de tanques para aplastar la Revolución Húngara de 1956 y la Primavera de Praga de 1968; o más ampliamente, aquellos que se adhirieron a posiciones pro- soviéticas en general”.
Ya sé que esto de poner etiquetas es una metodología muy devaluada, pero encuentro que, por economizar, a mí el término me vale muy bien y creo que la guerra en Ucrania ha recuperado plenamente su relevancia.
Profesando tanta devoción por los derechos humanos y las libertades civiles, que es una seña de la izquierda, demuestran muy poco celo reivindicándolos con aquellas autocracias que son supuestamente de izquierdas o incluso sólo con un pasado de “Yo soy votante de izquierda y jamás se me ha pasado por la cabeza que el Partido Comunista Chino (PCCh) representara una sensibilidad de izquierdas”. Para mí es inconcebible, porque no encuentro aceptable ninguna justificación al autoritarismo, pero claramente, en Podemos, eso admite matices.
Sólo una vez he visto el programa La base, seguro que me habré perdido alguno estupendo de la miríada de temas que yo no conozco, pero me obligué a ver uno que me concernía, el que hicieron a propósito de una declaración de la OTAN en la que se decía que China representaba un desafío. En una hora de tertulia dedicada a analizar ese comunicado no fueron capaces de identificar ni una sola razón por la que un régimen tecno-totalitario y que es además la segunda economía del mundo, pudiera ser calificado como “desafío”. Sí encontraron, sin embargo, motivos para repartirle estopa a la OTAN.
Ni una palabra sobre Xinjiang y sin embargo con Palestina han salido “a porta gayola”. Es tal la desproporción que no es posible explicarlo solo en su escasa experiencia exterior, sólo se entiende si se tiene en cuenta el aporte de la inercia nostálgica, ese bagaje identitario que tan a menudo les ocupa el lugar que debiera ser del análisis desapasionado de los hechos, o de la mínima coherencia. Y es que esa izquierda tiene sus propias servidumbres, muy señoronas, que son particularmente evidentes en geopolítica. Luego parecen genuinamente sorprendidos de que ya sean vistos como políticos ordinarios, que lo son, y además de la variedad bisoña, aunque les reconozco que en eso son un poco menos caricatura que Jeremy Corbyn y Jean-Luc Mélenchon.
Corbyn es un brexitero encubierto y por lo tanto cobarde, pero por sus propios motivos de tankie trasnochado, pues gustaba de descalificar a la Unión Europea (UE) con la coletilla de “club de ricos”. Perdió unas elecciones con Boris Johnson y el columnista Owen Jones, muy cercano a Podemos, y otros afines, desplegaron toda una campaña encaminada a presentar la derrota como: “perdió súper bien” (parodiado por Tracey Ullman). Aunque no fue por mucho tiempo, eso le sirvió para salvarse de la quema cuando se alzaron voces que le exigían dimitir, primero por perder con alguien de la catadura de Boris Johnson y segundo, por sabotear la oposición al Brexit en su propio partido. Conviene no olvidarlo, Corbyn es coautor del Brexit.
De Mélenchon, su ruso-filia con esencias tankies era ya muy destacable hace años, cuando sugería que Francia debía renunciar a los tratados europeos y abrazarse a la Rusia de Putin. Cuando el incipiente trastorno de la personalidad que ya exhibe (versión “aparta libertad que me pongo yo” de Delacroix) se le manifieste por completo estoy seguro que será algo igual de ambicioso que esas brillantes reflexiones y que tanto tienen en común con el lepenismo.
El único tankie que tolero es Slavoj Zizek. He disfrutado mucho sus películas, son una casquería conceptual muy entretenida, sobre todo si le aplicas la propia máxima de Zizek: los filósofos están para ayudarte a hacer las preguntas que cuentan, no para que te den las respuestas. Pero fue cuando le oí decir, con claridad, en dos ocasiones, que el comunismo fue una calamidad, que me dije para mis adentros: “hete ahí un comunista que merece ser escuchado”. Y la diferencia entre Zizek y los tankies occidentales es que él sí vivió el comunismo. Es por esta razón que, en propiedad, el término debería definir sólo al tankie occidental que nunca lo padeció, que es donde la parodia es más picuda. No sabrán que en la Unión Soviética a los inconformistas como nosotros se los quitaban con un palillo de entre los dientes. Además, Zizek ha criticado explícitamente a esa izquierda, con la que tiene excelente relación, por comprar veladamente los supuestos de Putin.
Pero la receta mágica del tankie, cuando pretende ocupar esa exquisita equidistancia sin que se le note demasiado la querencia ideológica, lo que para ellos resuelve de raíz todas estas contradicciones, es la “multi-polaridad”. Creo entender, por el sentido en que se emplea, que propone que el que exista variedad es en sí una virtud, lo que entiendo te ahorra el análisis cualitativo, pues la bondad ya se justifica en su mera existencia como alternativa. Es por eso que se suele proponer ligero de acompañamiento, como el “club de ricos” de Corbyn y es que además la “multi-polaridad” suena como muy sofisticado y aparentemente ecuánime. Para más señas, en este caso particular, “ecuánime” también entre la libertad y su ausencia, lo que necesariamente concibe un espacio legítimo para la opresión.
Intuyo que a Lula da Silva le gustaría ser reconocido como alguien de la estatura de Pepe Mujica, pero está muy lejos de lograrlo, pues exhibe la versión más burda de esa multi-lateralidad, pero que, a efectos prácticos, le da cobertura para compadrear con déspotas. Nótese que hay una diferencia entre hacer realpolitik y compadrear, no digo que sea fácil pero la diferencia existe y para ese equilibrio prefiero el estilo de Jean-Claude Juncker, que cuando, en una negociación entre la UE y China, Xi Jinping se quejó de que la UE fuera tan lenta, Juncker, como presidente de la Comisión Europea, le respondió: “nosotros lo llamamos democracia”.
Pero voy a dar la otra versión del término, como descripción, no como proposición, que es a la que Narendra Modi, primer ministro indio, en primera instancia, alude cuando habla de multi-lateralidad. ¿Cuál es el principal adversario de India? Pakistán. ¿Pero cuál es su principal desafío geopolítico? China. Y Pakistán y China tienen excelentes relaciones. Ahora que Rusia, por necesidad, ha aceptado su nueva condición de subordinación a China, India necesita preservar su histórica buena relación con Rusia, para no quedarse enteramente del otro lado de una entente muy problemática para su seguridad. Y es ahí donde, sí, el Bharatiya Janata Party (BJP), de Modi ha encontrado conveniente hacer continuismo con el Partido del Congreso, en este caso con la “no-alineación” de Jawaharlal Nehru, el “espíritu de Bandung” [conferencia celebrada en Indonesia en 1955, donde se sentaron las bases para la creación del Movimiento de Países No Alineados con el objetivo de promover la cooperación económica y cultural afro-asiática, en oposición al colonialismo y el neocolonialismo de las antiguas metrópolis y los Estados Unidos]. No hay nadie en India que no sepa que China es su verdadero desafío existencial. En una de sus más recientes actualizaciones de mapas, China reclama para sí toda la provincia india de Arunachal Pradesh, que no es el tramo de la frontera donde tuvieron el último encontronazo violento en 2020, eso es la región de Aksai Chin. Y es por responder a este desafío que India ha dado los primeros pasos fuera de su habitual ambigüedad estratégica, participando en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, también conocido como Quad, que es un foro estratégico entre Japón, Australia, India y Estados Unidos, con intercambios de información y ejercicios militares entre países miembros.
En el caso indio la multi-lateralidad describe su realidad geoestratégica y la necesidad que tienen de mantener ese precario equilibrio y es a eso a lo que Modi se refería cuando en diciembre de 2023 decía: “necesitamos admitir el hecho de que estamos viviendo en una era de multilateralidad”. Cuando esa multi-lateralidad además te proporciona petróleo a precio de ganga, entonces parece como que todo encaja. El equipo de seguridad nacional de Joe Biden ha tenido el buen juicio de hacerse cargo de esta circunstancia y dejarlo estar, aun suponiendo un roto importante en el régimen de sanciones a Rusia.
El modelo totalitario
Una muestra de aquí, en España, que creo merece un comentario. De un artículo de CTXT, firmado por Rafael Poch: “sociológicamente, China ya es, en gran medida, democrática, en el sentido de que sus relaciones internas vienen presididas por la horizontalidad y el principio de igualdad de sus miembros”.
Lo de ponerle “sociológicamente” delante parece dar a entender que la sociología es una ciencia subjetiva, accesible a las “impresiones”, aunque el señor Poch sí da por lo menos un dato para justificar tal aseveración, pues señala que China es una sociedad democrática porque hay “relaciones transversales”.
Solo puedo aventurar una interpretación: Por supuesto que en China también se practicaba la más estricta verticalidad, para eso estaba el sistema del danwei, la “unidad de trabajo”. A finales de los noventa el sistema se derrumbó por la propia fuerza de gravedad de su absurdo anacrónico, como muchos otros cambios que fueron primero orgánicos, para luego tomar cuerpo oficial como retroactivamente previstos.
Pero de decir que en China no se cumple la estricta verticalidad típica del mundo soviético a que eso demuestre que es “sociológicamente democrático”, hay un trecho. Existen mecanismos sociológicos objetivos que, en consenso, proponen los parámetros que determinan si una sociedad es una democracia liberal (España), electoral (Turquía), sistema híbrido (Marruecos) o autocracia (Rusia). Y da la casualidad que uno de los principales referentes internacionales a la hora de describir los regímenes autocráticos es el trabajo de un sociólogo español, Juan Linz. A ver si suena de algo este pequeño resumen de una de las categorías que propone Linz:
Modelos totalitarios:
∙ Ideología revolucionaria y exclusivista.
∙ Concentración absoluta del poder en torno a un líder carismático, que controla un partido único.
∙ Férrea represión.
∙ El totalitarismo tardío del siglo XXI está representado por China, Vietnam, Laos y Cuba:
▪ Compromiso más débil con la utopía original.
▪ Decisiones políticas más pragmáticas y tecnocráticas.
▪ Menor interés en la movilización de masas, aun con extensiva represión.
Propongo varios comentarios/actualizaciones a este esquema:
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Aunque sea principalmente retórico, en China el compromiso con la utopía original se mantiene. Pero en Rusia no, ahí ha mutado en un nacionalismo pan-eslávico ultra-conservador.
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En ambos sí se ha renovado también la movilización de masas.
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Antes de la segunad invasión de Ucrania en 2022, Rusia encajaba muy bien en el esquema de los modelos autoritarios no-totalitarios, ahora está acercándose al modelo totalitario. Pero si el régimen chino puede seguir siendo totalitario después de Xi, que es lo más probable, no está claro que en Rusia esta tendencia se mantenga sin Putin.
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Concurro con Teng Biao en calificar el régimen chino como “tecno-totalitario”.
Pero además, no solo es que la verticalidad aún se da en infinidad de instancias de la vida diaria en China, mucho más si eres funcionario o estás empleado por una empresa estatal, sino que la tendencia es a “volver a más verticalidad”. Para conocerlo no hace falta leer los posos del té, el sector público recupera cuota, pero no al dictado del mercado, por eficiencia, sino por acoger a más bajo el paraguas del partido, lo contrario de lo que la política de reforma había profesado hacer.
El sistema chino es bicéfalo, el “gobierno” hace el papel gestor, es como un NCO (un Non-Commissioned Officer, suboficial), tiene poder delegado. Aunque en lo más alto pueda darse en la misma persona, el cargo siempre lleva aparejado un secretario del partido, en todos los niveles del escalafón, hasta el propio pueblito, que es en quien reside la autoridad última y que reporta al partido por la misma jerarquía vertical de siempre.
Voy a parafrasear una norma del partido con costumbrismo legalista castellano: “Allá donde se dieren 3 miembros del partido deba darse una cédula de dicho partido”. ¿Cuántas empresas privadas tienen 3 o más empleados que son del partido, con 90 millones de afiliados al partido? Pues todas esas también tienen una célula del partido, incluida su estación espacial. Pareciera que aún queda tela de verticalidad.
Del señor Poch: “En la vida cotidiana, el sistema de China no puede ser descrito como autoritario y opresivo. Los chinos nunca habían sido más libres que ahora. Sus libertades para moverse, pensar, opinar y actuar son ampliamente ejercidas con la mayor naturalidad, pero son libertades de hecho, en gran parte no reconocidas como derecho por el sistema político, que es esencialmente autoritario”.
Para que esto tuviera algún sentido debiera aceptarse que es posible concebir la vida cotidiana como completamente desvinculada del sistema político. De hecho, es para que se dé esa separación que es necesario ejercer la opresión.
Dice el señor Poch: “los chinos nunca habían sido más libres que ahora”.
La libertad en China ha conocido dos categorías básicas: por diseño y por omisión. De diseño quiere decir, resultado de una política específica creada para ese propósito. Por omisión se refiere a la incapacidad, o desgana, del régimen de turno de ejercer mayor represión. Si de lo primero ha habido muy poco, de lo segundo ha habido en abundancia, y baste la historia contemporánea. Ese periodo fue de una efervescencia intelectual que no podría reproducirse hoy. Dio la Reforma de los Cien Días, el Movimiento de 4 de Mayo, el constitucionalismo y el republicanismo, entre otros. Es de esa misma efervescencia que surgió el PCCh, como una opción más.
Y hay ejemplos más cercanos: la vuelta de Deng Xiaoping, los 80 y de nuevo al final de los 90 y primeros 2000. En Shanghái, en esos años, una editora contaba a un amigo común: “mientras no critique al partido, podemos publicar cualquier cosa”. Hoy, sólo tener referencias culturales occidentales, incluso en libros infantiles o de texto, puede ser suficiente para meterte en un lío y porque los límites no están bien definidos, eso ha provocado que se autocensuren aún más.
Además, no queda claro si por “chinos” se está refiriendo solo a la etnia han, porque si no excluye a tibetanos y uigures entonces esa aseveración es particularmente sangrante. Sencillamente, no es cierto, y ya se adivina un patrón en el error.
Hace unos años pude participar en una conversación en Twitter entre dos cuentas muy interesantes, en el ámbito de la sinología. Una se dedica a traducir al inglés la legislación china, especialmente las novedades, a veces con comentario, a menudo sin, y la otra es de Teng Biao, abogado de derechos civiles en China, ahora exiliado en Estados Unidos.
Debatían qué era más apropiado, si llamar al régimen chino “totalitario” o “tecno-totalitario”, como proponía Teng Biao. Yo me decanté por la versión de Teng Biao porque, si no se conoce la sofisticación de los mecanismos de control que se emplean, no se puede llegar a entender el nivel de represión que ya se ha alcanzado. Desde este punto del debate, que es ineludible si lo que se pretende es hablar del todo, la descripción que ofrece el señor Poch en CTXT se antoja como “terraplanismo”.
Si me tomo el tiempo de responderlo con cierto detalle es porque define muy bien el nivel discursivo de esa izquierda: “por si la justificación, a secas, no convence y da tarea, vamos a militar también en la descripción”. Típico recurso tankie, que hace su análisis perfectamente prescindible, sin mayores consecuencias. Y ya que el verdadero leitmotiv de ese contorsionismo retórico es celebrar el sistema, ¿no les iría mejor desempolvando el concepto del despotismo ilustrado? Porque parece que les ajusta bastante bien y por ejemplo, en Estados Unidos, el Partido Republicano recientemente se ha despojado de ese pudor.
El ‘understatement’ (la atenuación)
Nunca hubo fascistas buenos, pero sí hubo muchos comunistas buenos, que es, paradójicamente, una cualidad redentora y, al mismo tiempo, su mayor condena y es que, después de echar el recuento de todo el sufrimiento estúpido, además hay que poner una más en el casillero del comunismo y es que también mataron al idealismo: “Donde hubo facciones casi siempre prevaleció lo peor, cada vez en lonchas más finas”. La perversión del comunismo fue el fracaso de su promesa y del fascismo la realización de la suya.
Leer a Dickens te pone de humor para empezar una revolución, pero cuando ya se sobrepasó, pero muy de largo, el momento en que ni la más piadosa excusa era ya ni remotamente válida para justificar lo que era, a todas luces, una terrorífica distopía, un sector de la izquierda se pasó de frenada y siguió “erre que erre”. Y ese es uno de los temas más frecuentemente revisitados en el universo de John le Carré, en sus varias formas. Esa inercia aún llega, con intensidad irregular, hasta hoy.
Para navegar por los antecedentes de este conflicto, la Guerra Fría que ahora reconocemos como inacabada, George Smiley (protagonista de varias novelas de Le Carré), es un guía experto, destilado con understatement, la versión británica de la economía expresiva. También hay una proposición, o dicho con understatement, una actitud, que no ha perdido vigencia.
Y sin recurrir a la ficción merece la pena recordar que los que traicionaron al Reino Unido espiando para la Unión Soviética: Anthony Blunt, George Blake, John Cairncross, Guy Burgess, Donald Maclean y por supuesto, Kim Philby, fueron todos ideológicos, por lo menos al principio. Eran precisamente ellos, mejor que nadie en Occidente, quienes conocían cómo era la vida en la Unión Soviética y que varios de ellos padecieron luego como “penitencia kármica” en su exilio.
Cuando George Smiley ya ha destapado al topo que estaba infiltrado en lo más alto del MI6 y se negocia un intercambio con el KGB, la interpretación de sus posibles motivaciones es puesta en boca de varios personajes. Ahí Le Carré está hablando expresamente de Philby, que había empezado su dilata carrera como agente doble en los años 30, trabajando como corresponsal en España para el diario británico The Times, afín a Franco, siendo secretamente un antifascista convencido. Sí, Philby también empezó por el idealismo más comprometido.
Hoy parece más probable que se rehabilite a Oswald Mosely, antes que a Stalin. Por su parte, Putin, ya rehabilitó a Ivan Iliyan, el ideólogo del nacionalismo pan-eslávico, repatriando sus restos y acudiendo a la ceremonia de su re-enterramiento en Moscú, en 2009, donde para la ocasión dejó dicho: “es un crimen cuando alguien apenas empieza a hablar de la separación entre Rusia y Ucrania”. Timothy Snyder lo describía así: “Ivan Iliyan propuso una justificación metafísica y moral del totalitarismo político, que expresó en directrices prácticas para un estado fascista. Hoy, sus ideas han sido revividas y celebradas por Vladímir Putin”. Cuando los tankies se enteren de que lo de la “campaña anti-fascista” en Ucrania es “pienso para los pollos» se van a llevar una gran decepción. La guerra en Ucrania es una guerra colonial, una vez más, la metrópoli metiendo en vereda a sus ex-colonias.
Para lidiar con este renovado desafío en forma de un gran bloque autocrático, creo que este diálogo entre George Smiley y Peter Guillam aporta una actitud constructiva, por económica, para llevarla puesta y no tener que andar cuestionándoselo otra vez a cada rato:
Peter Guillam: So Karla (KGB chief) is fireproof: he can’t be bought and he can’t be beaten.
George Smiley: Not fireproof! Because he is a fanatic. I may have behaved as a soft dole for the archetype of a flabby western liberal, but I’d rather be my kind of fool than his. One day that lack of moderation will be Karla’s downfall.
[Peter Guillam: Así que Karla (jefe del KGB) es a prueba de fuego: no puede ser comprado, ni vencido.
George Smiley: No es invencible! Porque es un fanático. Puede que me haya comportado como el arquetipo del flácido liberal occidental, pero prefiero ser mi tipo de bobo, que no el suyo. Un día esa falta de moderación será la perdición de Karla].
复兴之路 (fu xing zhi lu). Camino del Rejuvenecimiento
Un caso que muestra como China encuentra sus propios caminos es la implantación del concepto del kaiyuan, el “código abierto”, pero en su sentido más amplio. La imposibilidad de ejercer el derecho al copyright ha provocado que se dé por perdido y se busque la renovación constante y la optimización de la producción para ir con el menor precio y el mayor alcance posible, que ha sido tradicionalmente donde los chinos sí han innovado, con las economías de escala que se dan en China.
Xiaomi abrió brecha haciendo esto precisamente, primero haciendo copias buenas con un marca reconocida y seria y, con el móvil, directamente no hacer dinero con el aparato pero sí con el entorno de su SO. Y luego aplicar esa filosofía de optimización y matar el precio a cualquier electrodoméstico, pero con una novedad que antes no se daba: calidad. El siguiente paso, completado con éxito, ha sido mejorar con ingenio productos existentes. Ahora se atreven también con su propio coche eléctrico, que ya ha dado un mordisco importante a la cuota de mercado de Tesla en China.
En el siguiente escalón está el fabricante de drones, DJI, que ya directamente innova en la cúspide de un sector clave. Y finalmente Shein ha revolucionado la relación con el fabricante, paso previo necesario para poder obliterar la costumbre de sacar la novedad por temporadas, en lo que Inditex ya había sido pionero, el fast fashion, y que ahora Shein ha llevado a sus últimas consecuencias.
De cualquier manera que se conciba, o de a quién se atribuya el crédito, hay que decir que el fuxing zhilu, el “camino del rejuvenecimiento”, se ha cumplido. Han hecho la cuadratura del círculo de los regímenes autoritarios, logrando un nivel de prosperidad impensable en la Unión Soviética. China ya lidera en una variedad de campos y es de justicia reconocerles uno en el que también destacan: crear nuevos paradigmas en la sociología. Si Deng Xiaoping viviera hoy ¿cuál sería la principal diferencia entre él y Xi? Que Deng no tendría que probarse.
Está claro que invocar la gloria perdida, imaginaria o real, Fu Xing Zhi Lu = Make China Great Again, es un clásico universal. Es un caso inusual entre los eslóganes más socorridos del partido, ya que no pueden atribuirse su autoría. Igual que en Shanghái o Pekín, en Taipei también hay una avenida llamada fuxinglu, pero Taiwán puede atribuirse su realización con 25 años de antelación y además hacerlo como una unbroken line, una línea no interrumpida, puntera en la tecnología más crítica hoy y dándose en el proceso amplias libertades, que la hacen una democracia ejemplar en una región donde no abundan.
En la proposición del partido, este presente, debe necesariamente ser inferior a su versión ideal en el futuro, si no lo fuera no habría margen para el lucimiento. Pero lo importante es notar que eso implica una subordinación en el tiempo, de un presente por otro, y ese es el espacio en el que encuentra su hábitat natural la exigencia de un sacrificio. En todas las culturas a ese sacrificio se exhorta en 1a persona, para luego ser más comúnmente practicado por cuenta ajena.
No hay nuevo paradigma sociológico en Rusia, lo de arrimarse a los patriarcas ya completa el cuadro de una autocracia que toca todos los palos más clásicos, fiel evocación de la tradición autocrática rusa, incluso más allá de la Unión Soviética. Añádase a eso, ahora, la imperiosa necesidad de sobrevivir a cualquier precio.
La democracia confuciana
Danton no fue el único amigo que Robespierre mandó a la guillotina, también lo hizo con Camille Desmoulins, amigo suyo de la escuela. Desmoulins había fundado una revista literaria, Le Vieux Cordelier (El viejo cordelero) y en su número 5 había publicado un artículo sobre Tácito. En la Francia de finales del siglo XVIII todo el mundo lo entendió: la estaba dando por alusiones. Me lo puedo imaginar, arrastrado fuera de su casa, protestando que él “solo había hablado de Tácito”.
Navegar la censura se ha practicado en todas las culturas y en aquellas sociedades donde se da el máximo incentivo para sólo sugerir, con el tiempo evoluciona en todo un arte que adquiere elegancia en su máxima economía expresiva. Darlas por alusiones, con elegancia, es hacer de la necesidad virtud y Quevedo describió brillantemente esa necesidad: “allí donde la justicia es poca, es un peligro tener razón”. En España es un fenómeno sólo un poco menos reciente que en el Este de Europa.
En China esa necesidad tiene tanta solera que ya dudamos si la función hizo la forma o fue al revés, porque esa economía es habitual también en sus expresiones artísticas tradicionales. Voy a dar un ejemplo de esa solera contando que pronto censuraron a Confucio, haciendo una lectura parcial de un principio fundamental, omitiendo que la lealtad a la autoridad, como extensión de la piedad filial, va condicionada por el ejercicio de la virtud de esta y que en su defecto receta lo contrario a la obediencia ciega. La segunda parte se quedó en el tintero hace 2300 años, aproximadamente.
Octavio Paz, en un prólogo a Castaneda, comentaba que del confucianismo no le gustaba lo de “los castigos y las recompensas”. Del “confucianismo” posterior quizás, porque eso es un añadido de Han Fei, no viene de Confucio, que en ese particular tenía una actitud casi nihilista, que es lo único en lo que coincidía con la otra filosofía nativa de China, el daoismo. Para Confucio el orden debe emanar, primero, del “cultivo del individuo”, no de la imposición de reglas.
Dejemos aparte el hecho de implantar los rudimentos de la meritocracia 2000 años antes que Occidente (más si se tiene en cuenta al propio Confucio). Encontrar un código moral sin mentar la metafísica es, a mi parecer, su más importante contribución (aunque la noción de cielo pueda ser una abstracción sentiente). Probablemente sea la principal razón de una de las mayores virtudes del talante chino: la ausencia de radicalismo religioso. No confundir con el radicalismo político que moldea la religión según su conveniencia.
Es una anticipación milenaria de la separación de religión y Estado que a nosotros nos llega más directamente de Thomas Jefferson, pero primero como parte del proceso de individuación. Y qué es el “cultivo del individuo” si no ser consciente del propio proceso de individuación. Pero si Confucio basaba su sistema en su fe en una virtud inherente al individuo, Solón, 80 años antes, en Atenas, contribuía los primeros bloques de un sistema normativo que previera, y sobreviviera, una virtud a menudo mucho peor que imperfecta, subrogándola a instituciones colectivas, renovables y, como Confucio, buscando que sea el hombre quien se responsabilice de la justicia, “sin conformarse en la Diké divina”. El ateniense era un humanismo más práctico y Confucio uno de los idealistas más tempranos.
Para el individuo, hoy, Confucio sigue siendo relevante y puede ser complementario de la democracia. Son los propios confucianos más patanegra los que consideran anatema la idea de una “democracia confuciana”, pero Corea del Sur, Singapur y Taiwán se atribuyen eso precisamente. En lo que concierne al bienestar que debe derivarse de la buena gestión de la res publica, para el mayor número de gentes, la intuición de Solón ha resultado ser la correcta. En los sistemas de Corea del Sur, Singapur y Taiwán hay mucho más Solón que Confucio. “Democracia” va delante de “confuciana”, pero en Singapur, con frecuencia, el adjetivo se emplea como una apelación al relativismo cultural que justificaría su déficit democrático y al prestarse a ese juego retórico incumple otro precepto confuciano, el de la “rectificación de nombres”.
Ese discurso era explícito en Lee Kwan Yew, primer ministro de Singapur durante 31 años: “nosotros tenemos nuestros propios derechos humanos”, pero no viene mal recordar que P. C. Chang, oriundo de Tianjin, fue el representante chino en la comisión que redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De la biografía de P. C. Chang por Hans Ingvar Roth: “Uno de los autores más importantes de la declaración fue el vicepresidente de la Comisión de Derechos Humanos, P. C. Chang (Zhang Pengchun), diplomático y filósofo chino cuya contribución ha sido objeto de creciente atención en los últimos años. Es a Chang a quien hay que atribuir el mérito de la universalidad y el ecumenismo religioso que ahora se consideran rasgos definitorios de la declaración”.
“Xi’s endgame’ (el objetivo final de Xi) y la ‘realpolitik’
Hace poco que Kevin Rudd, sinólogo y ex primer ministro de Australia, en la actualidad embajador australiano en Washington, se lamentaba de que aún estemos hablando de Mao Zedong y de la Unión Soviética. Bueno, cómo no, Putin (1952) y Xi (1953) son dos productos de la Guerra Fría y sus biografías coinciden en elementos muy relevantes en ese contexto. Los dos vivieron en primera persona, sus vidas se vieron directamente impactadas, por el colapso de un sistema en el que creían y del que eran partícipes: la Revolución Cultural para Xi y la desintegración de la Unión Soviética para Putin.
Su periodo formativo no fue como el tuyo y el mío, y las “salidas profesionales” tampoco lo eran. Para ambos transcurrió en la pura trinchera de esa batalla ideológica de la Guerra Fría, en ese antagonismo polarizado Este-Oeste. Especialmente involucrado estaba Xi, que si alguna vez dudó de que eventualmente se le ofrecería un camino para llegar a probar fortuna en lo más alto del partido, de lo que no hay duda es que lo hizo con ese propósito en mente. En los momentos más penosos también, su pedigrí hizo el camino practicable.
Putin estaba destinado en Dresde cuando cayó el muro, que no es el puesto de un Master Spy (la versión de la propaganda oficial), pues no es en Occidente, ni en Berlín y ni siquiera es Viena y además como chequista, haciendo un trabajo parecido a la Stasi, pero con las prioridades de Moscú. Pero aún con privilegios impensables para un ciudadano soviético corriente, como tener un pasaporte y un coche.
Ambos, Putin y Xi, estaban investidos de esa promesa, que en ese momento desesperado ya no era más que lamentar el estado del país e identificarse apasionadamente con la tarea de devolverlo a la gloria, y eso, así dicho, valdría para describir el primer impulso de Lu Xun. Ellos luego tomaron un camino muy diferente, pero celebran a Lu Xun como si nadie se fuera a dar cuenta. También vale para explicar una afinidad objetiva entre ambos: su proceso de individuación está inextricablemente ligado a la noción de una “gloria perdida”.
En el caso de Putin, la gloria no está ni se la espera, y para Xi, ese camino personal le exige, primero, aparcar a Deng en una órbita ulterior. “Celebrado por superado”, ese es el concepto como destino final que el partido suele reservar para esos casos. La “desacralización” de Deng tiene además, en Xi, tempranos antecedentes, bien conocido de su padre, y podría argumentar que no ha hecho más que recoger el guante que el propio Deng brindaba a las generaciones futuras, a la hora de acometer las “máximas aspiraciones”.
Pero decir que es solo una cuestión de timing, de “sacar la cabeza” antes o después, es una simplificación que distrae de la substancia. La corrección es exhaustiva, expansiva y cruzando específicas líneas rojas. Lo está haciendo muy gradualmente, pelo a pelo, como la conspiración que le robó el bigote a José María Aznar. Esas líneas rojas no eran arbitrarias, tenían como propósito la transmisión generacional de una enseñanza específica, adquirida de hechos recientes.
Aunque empezara aupado, Xi supo modular su ambición durante un periodo de tiempo muy largo, ha jugado el long game con extraordinaria disciplina. En el caso de Putin, si no fuera por el cinismo oportunista de Borís Yeltsin probablemente nunca hubiera llegado al poder. Se vio beneficiado por la necesidad de Yeltsin, y de su hija, de poner como sucesor a alguien con ese tipo especial de lealtad. Esa encomienda no se la iban a dar a Borís Nemtsóv, que amenazaba con una democracia incompatible con la corrupción.
Anatoli Sobchak le dio su primera oportunidad en el ayuntamiento de San Petersburgo, pero no porque creyera que era un demócrata convencido, como él mismo, sino como fixer, alguien que supiera desenvolverse en la jungla ahí fuera; uno de ellos, sin ir más lejos. Putin ha cumplido con los Yeltsin y una lealtad parecida observa con la hija de Sobchak. La hija de Yeltsin, Tatyana Yumasheva, ya se felicitó públicamente por el éxito de esa operación.
Andrei Kozyrev, antecesor de Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores con Yeltsin, lo describía recientemente contando que esa generación de Putin, la que viene del voluminoso aparato de seguridad de la Unión Soviética, nunca aceptó la caída de la URSS, que eso supusiera una derrota. Los que recibieron taza y media de adoctrinamiento como parte de su entrenamiento y pasaron décadas en esa trinchera llevan esa espina clavada y la justificación de ese antagonismo ya no es ideológica, ha cristalizado en el nacionalismo étnico pan-eslávico antes mencionado, que, en el sentido que le da Kozyrev, debe entenderse como una manera de vestir su revanchismo.
En su relación con China, Putin ha jugado la baza del chutzpah, para compensar su menguante papel. Chutzpah, término yiddish, significa “insolencia”, “descaro” o “audacia” o más bien los tres juntos. Cada vez que Putin metía en vereda a una ex-colonia, se giraba para mirar a China diciendo, ¿ves cómo se hace? Especialmente en Crimea, ahí lo bordó y ese mensaje llegó alto y claro a la opinión pública china, que se preguntaba: ¿por qué no podemos hacer lo mismo con Taiwán? Putin estaba dispuesto a cruzar esa línea y le salía bien, pero abusó del truco y le salió muy mal.
Pero la reacción de China esta vez ha sido una novedad, pues es opuesto a una de las prédicas con más tradición en el partido, piedra angular, en la presentación por lo menos, de su política exterior: la “no injerencia en los asuntos internos de otros países” (una vez más, el espíritu de Bandung) y Ucrania es un país reconocido por China, aun hoy, 10 años después de la anexión de Crimea, en sus fronteras de 1991. Para explicar el porqué de esta novedad me remito a un hecho que me sorprende mucho que no dé más que hablar: el PCCh de hoy es lo que Xi diga que es. Ni el mantra de Zhou Enlai es sagrado ya, solo hace falta darle otra vuelta de tuerca a la retórica del despiste, desconcernida de cualquier apariencia de coherencia.
Después de la unificación del territorio, camino en el cual el fin de la autonomía en Hong Kong ya cuenta como un hito realizado, y el reconocimiento de su expansiva área de influencia, la reivindicación última, de fondo, es que Occidente acepte su sistema como una opción más, diferente, pero igual de legítima y digna de respeto. Buscan aceptación, pero como Occidente no parece que esté por la labor de ofrecerla, aunque a algunos les seduzca o convenga, debe imponerlo y para eso quiere empezar a ejercerlo ya.
Ese ordenamiento alternativo no sería solo de China y su pequeño círculo de más fieles apéndices, habría que sumarle también la voluminosa cartera de aquellos de quienes han comprado la aquiescencia y como ejemplo valga el mundo árabe entero. Sin embargo, aun así, a Xi le sabe a poco, necesita a Putin para que haga de Robin de su Batman y por eso su política actual se puede describir como Salvar al soldado Putin, pero con la mayor discreción posible, en lo material, porque retóricamente están a partir un piñón.
Por lo que está dispuesto a dejarse por el camino apostando por Putin podemos inferir las verdaderas prioridades de Xi, que no eran las del partido hasta hace poco y desde luego no lo fueron a propósito de la invasión de Georgia de 2008. Sirve para confirmar algo que debería estar ya muy asumido: el Comité Permanente del Politburó del PCCh ya no es un órgano colegiado, es un ejercicio de solista con un coro de yes-men.
Antes de la inesperada muerte del ex primer ministro Li Keqiang la facción Tuanpai estaba ya desarbolada, un hecho escenificado en un incidente muy inusual en el muy coreografiado ritual del PCCh, en el que un Hu Jintao aparentemente confuso fue desalojado del congreso en el que se presentaba la nueva composición del partido en el tercer mandato de Xi. Posiblemente tras conocer ahí mismo que el reemplazo de su gente sería aún más completo de lo que lo anticipaba.
Si le pides al Chat-GPT que te saque un “convidado de piedra chino”, te saca la cara de Li Keqiang en ese congreso, todas las veces. Que no fuera ingeniero siempre es una novedad que merece ser mencionada. Li Keqiang era economista y, a falta de otros ejemplos mejores, era el mejor candidato a la moderación y eso no dicho solo por mí, sino sentido de mucha gente. Era uno de los pocos supervivientes Tuanpai, en lo más alto, del reparto original que dio paso a Xi y por eso, en ese congreso, el salía también. La irrelevancia de Hu Jintao y la ausencia de Li Keqiang deja a los Tuanpai huérfanos para los años venideros.
Es absurdo pensar que Xi ha cruzado esas líneas rojas, solo para ser recordado como un “eficaz gestor”, como un “fiable custodio”, un eslabón más de esa cadena de la “virtud colectiva” que el partido profesa encarnar. Para describir la acumulación de poder de Xi, en todos los ámbitos, el sinólogo australiano Geremie Barmé propuso resumirlo con el título The Chairman of Everything (Presidente de Todo). Una importantísima porción de la estabilidad del mundo en los próximos años residirá en el equilibrio entre su ambición personal y la capacidad de disuasión que Occidente esté dispuesto a ejercer.
Pero pecan de inmodestia cuando dicen que tarifamos con China, que no es cierto, tarifamos con ellos. Y se ofenden si dices que su sistema es despótico y por eso, además de con nosotros, ellos también tarifan con el diccionario. El partido se siente sojuzgado y eso les irrita, pero me atrevería a decir que ellos nos juzgan a nosotros con mucho más fervor, por la simple razón de que ellos lo llevan mucho mejor organizado, con vastos recursos y sin dudas existenciales. Del análisis que hacen de nuestras debilidades, para su propio provecho, se puede aprender. La metodología puede ser diferente, pero los diplomáticos chinos y rusos, en Europa, coinciden en los mismos cometidos principales, que son dos: distanciar a la Unión Europea de Estados Unidos y fomentar la división interna en la UE. Para lo primero tienen identificado como principal, por actual, wedge issue (cuestión cuña) el apoyo de Estados Unidos a Israel, con un gran potencial para la discordia. Para lo segundo tienen a Viktor Orbán y Robert Fico.
Pero es necesario insistir en que el bloque autocrático no está ganando adeptos en Occidente con la misma ideología de la Guerra Fría, que ni siquiera los tankies son capaces de articular con un mínimo de coherencia, que, de a poco, les exigiría reconocer que lo que finalmente ha traído a China la prosperidad que celebran ha sido adaptarse a las reglas de libre mercado formuladas en Occidente y que pasaron 30 años negando, con ruinosas consecuencias.
Uno de los principales objetivos de la propaganda del partido es presentarlo como si hubiera habido continuidad. No hay tal cosa, el marcador de la historia reciente está así: Gato de Deng, 1 – Mao, 0. Ahora dicen que quieren un nuevo “orden internacional”, no están satisfechos con el actual, pero en los últimos 35 años, en el “orden” que ahora resienten nadie se ha llevado el gato al agua como ellos. Es imposible concebir el ethos del partido sin el horror vacui de su revisionismo.
Lo que realmente están queriendo decir es que el orden internacional actual se les ha quedado pequeño para sus ambiciones. En la disputa que tienen actualmente con Filipinas por las Islas Spratly, la CONVEMAR (Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, UNCLOS en inglés), de la que China y España son firmantes, ya dictaminó en su contra, algo que han profesado ignorar, luego ahí ya están ofreciendo una muestra del nuevo orden al que aspiran.
La realpolitik es una derivación posibilista de los propios ideales, no una revisión relativista de su fundamento: se justifica en su aplicación práctica. Puedes llamarlo triage. Podemos dudar de la universalidad de nuestros valores en un debate libre y abierto con todas las culturas, pero no ofrecer esa cortesía dialéctica a un interlocutor que lo es sólo en virtud de esa misma realpolitik. No estamos al mismo nivel, pero pintarlo como la típica imposición arrogante de Occidente es un asidero histórico bien sólido, con abundantes ejemplos lamentables.
La entente anti-liberal
En el otro espectro nuestro sistema ofrece la libertad de ser un cretino o un cínico, fenómeno este que en Estados Unidos ya ha sobrepasado ampliamente los límites de su supuesta marginalidad estadística. Han creado hábitats enteros para cretinos y charlatanes, donde pueden serlo, de la cuna a la tumba, sin conocer la vergüenza ajena, con su propia ecología de incentivos y reafirmaciones.
No puedes caer tan bajo que no encuentres lucrativo empleo en el circuito conservador, al contrario, ahora tener tu propio mugshot (ficha policial) es un plus. En Estados Unidos la estupidez ya es “self-assertive and self-sustaining” (auto-asertiva y auto-sostenible) y a ese carro ahora se apuntan algunos tories también, los que se resisten a ser piadosamente olvidados. ¡Qué ingratitud!
Las autocracias están ganándose afines en Occidente con un anti-liberalismo ultra-conservador que ha encontrado un eco rabioso en la ultra-derecha norteamericana y que si no es más abiertamente pro-Putin en Europa ha sido por influencia de los conservadores polacos y la invasión de Ucrania. La afinidad sigue ahí, pero modulada. Es la continuación de la Guerra Fría, sí, pero con algunos mimbres nuevos.
Donald Trump es el wild-card que ha conseguido alterar el ADN rusofóbico del Partido Republicano en Estados Unidos. En ese matrimonio de conveniencia, concebido en un infierno hortera, que es la alianza entre Trump y los “talibanes evangélicos”, solo hay un tema en el que Trump ha tenido que adaptarse al dictado de su base, y no al revés, que es el aborto. Yo le digo a mis amigos británicos, tenéis como consolación que, desde Trump, Philby ya no es la operación más exitosa de la historia de los servicios de inteligencia y desinformación en Rusia.
La presidencia de Trump ha supuesto un stress-test al sistema de checks and balances, de una magnitud que los Padres Fundadores no fueron capaces de concebir. Ha puesto en evidencia los debilitantes anacronismos de su Constitución que ya se conocían y unos cuantos más. Para describir la relación del Partido Republicano con Trump, nada mejor que esta declaración de su líder en el Senado, Mitch McConnell, dicho con su característico cinismo: “firma todo lo que le ponemos delante”.
Tuvieron la oportunidad de ponerle delante tres jueces para el Supremo porque, como cualquiera puede entender, Trump, con la capacidad intelectual de un gorrión en una canícula, no iba a ser quien se ocupara de escoger sus propios jueces. Esa tarea Mitch McConnell se la encomendó a la Federalist Society, que ya hizo lo propio con el presidente Bush Jr.,
De la Wikipedia: “La Federalist Society es una organización jurídica conservadora y libertaria estadounidense que aboga por una interpretación textualista y originalista de la Constitución de Estados Unidos”. Bajo esta aséptica descripción, típica del conservadurismo norteamericano que se dice “libertario”, se esconde un propósito más específico. Con el liderazgo de su vicepresidente ejecutivo, Leonard Leo, que es, abiertamente, miembro del Opus Dei, elevar a las más altas instancias a los jueces más conservadores se ha convertido en su principal misión.
Leonard Leo ha sido el muñidor de cinco nombramientos en el tribunal: John Roberts, Samuel Alito, Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh, y Amy Coney Barrett. De los seis que conforman la actual mayoría conservadora, también mantiene “excelente relación” con el sexto, Clarence Thomas, y con su mujer, Ginni Thomas. La comisión del Congreso encargada de investigar la intentona golpista del 6 de enero de 2021 sacó a la luz “los e-mails de Ginni” al jefe de Gabinete de Trump, que delatan su participación en la campaña para negar el resultado de las elecciones y por los que fue llamada a declarar.
Samuel Alito, de los seis el más cercano al Opus Dei, recientemente tuvo a bien responsabilizar a su mujer por haber exhibido en su casa dos banderas insurreccionistas, justo en aquellos días. Samuel Alito es el autor de la “opinión de la mayoría” que acabó con la protección al aborto legal y 50 años de precedente en el Tribunal.
Propublica, que es una agencia de noticias independiente y sin ánimo de lucro basada en Nueva York, recientemente ha estado documentando, con el mejor reporterismo de investigación, el círculo de influencia y favores (más de cuatro millones en regalos en el caso de los Thomas) que vincula al Partido Republicano, a la Federalist Society y a varios billonarios ultra-conservadores, con la mayoría conservadora del Tribunal. Hechos todos corroborados y no disputados por los aludidos. Corrupción personal e institucional, incluso en abierta afinidad con el insurreccionismo golpista del 6 de enero y como hilo conductor, ese conservadurismo, más “retrógrado” que “reaccionario”.
Que los que profesan tal devoción por la moral cristiana sean tan acomodaticios con el nepotismo y la corrupción es una condición que ni siquiera su sacrificado rigorismo parece capaz de conquistar. Convendremos en que es una coincidencia que se da con obstinadísima frecuencia. Ahora que ha llegado a España, con fuerza, el término law-fare, no está de más señalar que hace ya muchos años que el Opus Dei elevó ese concepto a la categoría de arte y que, en esa tarea, recientemente han cosechado su más espectacular triunfo. En España, esa conexión, parece haber pasado inadvertida, pero sin ella el cuadro queda incompleto.
The centre cannot hold (el centro no puede sostenerse)
David Attenborough ya dio muestras de su genialidad antes de ser naturalista, como director de programas de la BBC. Además de a Monty Python, produjo también una serie documental, Civilisation, siendo con ello la primera vez que emitían en color y por eso en este caso sería un programa de arte. Escrito y presentado por el muy clásico Kenneth Clark, historiador del arte, y que fue un inesperado éxito internacional en 1969, cuando los medios de masas aún estaban dando sus primeros pasos.
Contaba el propio Clark que lo que le convenció de aceptar la propuesta de la BBC fue que Attenborough concibiera el programa bajo el concepto más amplio de “civilización”. Como epílogo a su entretenidísimo y amplio repaso al arte occidental y su contexto intelectual, en 13 capítulos (donde, por cierto, omite la contribución de España, igual que Toynbee), dejó esta reflexión, que sigue siendo muy relevante y necesaria:
“Estos programas han estado repletos de obras geniales: en arquitectura, escultura y pintura, en filosofía, poesía y música; en ciencia e ingeniería. Ahí están, no se pueden negar y son sólo una fracción de lo que el hombre occidental ha logrado en los últimos mil años, a menudo después de retrocesos y desviaciones, al menos tan destructivos como los de nuestro propio tiempo. La civilización occidental ha sido una serie de renacimientos. Sin duda, eso debería darnos confianza en nosotros mismos.
Dije al principio de la serie que es la falta de confianza, más que cualquier otra cosa, lo que mata a una civilización: podemos destruirnos a nosotros mismos por el cinismo y la desilusión, con la misma eficacia que por las bombas. Hace cincuenta años, W. B. Yeats, que era un hombre dotado de genio más que nadie que yo haya conocido, escribió un poema profético y, en él, decía:
Things fall apart; the centre cannot hold;
mere anarchy is loosed upon the world,
the blood-dimmed tide is loosed, and everywhere the ceremony of innocence is drowned;
The best lack all conviction, while the worst
are full of passionate intensity.
Todo se desmorona; el centro no puede sostenerse;
la mera anarquía se abate sobre el mundo,
una marea teñida de sangre, y por doquier
se ahoga la ceremonia de la inocencia;
Los mejores carecen de convicción, y los peores
rebosan de apasionada intensidad.
Bueno, sin duda eso fue cierto en el periodo de entreguerras y casi acabó con nosotros. ¿Es cierto hoy en día? No realmente, porque la buena gente tiene convicciones, más bien demasiadas. El problema es que sigue sin haber un centro. El fracaso moral e intelectual del marxismo nos ha dejado sin alternativa al “materialismo heroico” y eso no es suficiente. Se puede ser optimista, pero no puede uno felicitarse de la perspectiva que se nos presenta”.
Hoy los mejores tampoco carecen de convicciones y, de hecho, tener demasiadas, como ya apuntaba Clark (en lo mismo insistía Luis Buñuel), es ya un signo de nuestros tiempos. Pero además del centro hoy se pierde de vista también la base, o, más bien, “se confunde el centro porque se pierde de vista la base” y eso tampoco es nuevo.
En un conflicto cualquiera, como por ejemplo el surgimiento del fascismo en Europa a principios del siglo XX, la historia se suele concernir con tres grupos: los que están a favor, los que están en contra y los que son meros espectadores, no sabe/no contesta (que, si acaso todos padecen, en distinto grado y por turnos). Es solo cuando la historia se puede estudiar granularmente que aparece un cuarto grupo con una significación antes desconocida: los que tienen suficiente conocimiento (should know better) para reconocer la verdad de entre los matices y la adenda, pero que pretenden ocupar una exquisita equidistancia que justificaría el pragmatismo de la inacción.
Ese es el grupo que yo identifico con el “cinismo y la desilusión‟ de la que habla Kenneth Clark. También lo identifico con el gregarismo identitario y la muy prosaica vanidad intelectual, lo que lo hace un grupo aún más heterogéneo. Ese grupo tiene su influencia, pues como decía Albert Camus, “siempre hay una filosofía para la falta de coraje” y esa justificación es causa y efecto de un importante despiste acá en nuestras propias filas, la de los demócratas, agravado por el extraordinario ruido mediático que acompaña a cualquier tema que transite por la actualidad y la moda. Esa actitud obvia además un hecho fundamental y es que la guerra es un gran simplificador, que te exige, como rutina diaria, revisitar los principios fundamentales y tomar decisiones binarias.
Para tratar esta exigencia tan moderna de tener opinión de tantas cosas, como primer filtro básico se recomienda la Navaja de Ockham. No es un método infalible, ni aspira a serlo, pero el margen de error es muchísimo menor que profesar “ir a la contra”, que es una versión torpe del genuino “adversarial journalism” que, por ejemplo practica Mehdi Hassan, con notable esfuerzo y valentía.
En esa deriva pocos han contribuido más que Glenn Greenwald, incluso reconociéndole un trabajo excelente con Snowden (una colaboración con otros periodistas). Greenwald se ha convertido ya en un “yonki del rocambolesco nicho exclusivo”, que es un fenómeno muy de estos tiempos en el que ya no dice nada que suene muy normal y al alcance de cualquiera por no decepcionar a su fanbase, que es una categoría de público donde siempre acecha latente la furia del amante despechado.
Es solo un ejemplo, entre muchos, de la querencia conspirativa que nos llega turbo-charged tras su paso por la pandemia. La pandemia, un evento mundial tan complejo y con tantos indeterminados, para un aficionado a las teorías conspiratorias fue, pues como para un niño ir a la fábrica de chocolates de Willy Wonka.
Prefiero la receta de Woodward y Bernstein, que habiendo sido todo en el periodismo y aun activos después de cincuenta años, la han descrito innumerables veces con la misma encomiable modestia: “ofrecer la mejor versión de la verdad, disponible”. Bob Woodward y CarlBernstein saben que el genuino scoop es una rareza y que más a menudo la tarea está solo en señalar lo obvio, aislar el ruido y no perder de vista la base, donde no hay margen para ser original y mucho menos, chispeante.
Slava Ukrayini!