Tenía la intención de escribir por orden de visionado: Masters of Sex (capítulo 7, segunda temporada), Ray Donovan (capítulo 7, segunda temporada), Orange is new black (último capítulo segunda temporada)… pero he visto los 6 capítulos de la cuarta y última temporada de The Killing y me voy a saltar cualquier prioridad o criterio temporal. Me encanta saborear cosas que te hacen saltarte todas las normas, todos los calendarios. Por cierto, no recuerdo, ¿cuántas veces se ha cancelado esta serie? ¿Dos, tres? Además de saltarme los calendarios me encantan los sobrevivientes y me motiva enormemente las historias tan jodidamente buenas que te hacen llorar de la emoción. Sólo recordar que The Killing es la versión estadounidense de la serie danesa Forbrydelsen.
Lloré mientras pasaban todos los títulos de crédito. Afortunadamente fueron largos, acompañados de una excepcional banda sonora. Mientras lloraba, pensaba ¡dios, se terminó! Por supuesto ella, Sarah Linden (Mirelle Enos) ha sido mi chica favorita durante muchos años. Esa ausencia voluntaria de cualquier intención erótica, esos jerséis de lana de cuello vuelto, esa coleta pelirroja, larga y descuidada, el rostro pecoso y bello hasta la desesperación, sin ningún artificio. Mascabas su sufrimiento, su inadaptación a la sociedad, a la jerarquía. Cuando le daban un poquito de maquillaje, de color en los labios, resurgía como un milagro. En esos momentos era bella, personal, incluso cercana.
¿Y él? No solo vestía de una forma descuidada, se duchaba poco, comía mal y escondía un montón de ternura que en muy pocas ocasiones conseguía liberar. Holder, Joel Kinnaman, era un policía, ex-yonkie en continuo peligro de recaída. Ambos parecían dos delincuentes, dos excluidos que por algún error llevaban el arma reglamentaria de dos policías en activo. Estaban al margen de todo lo establecido, normal u ordinario. A veces parecían un reflejo de sus propias víctimas y daban ganas de montar un centro de atención social exclusivamente para ellos. Los dos estaban solos y aislados. No encontraban la forma de adaptarse al medio, a las personas supuestamente normales, ni tenían la mínima idea de cómo tragarse esta maldita sociedad.
La cuarta temporada ha sido apabullante. Hay, desde mi punto de vista, una pega. Voy a hablar de ella para después poder centrarme en el resto de aspectos mencionables. Sara Linder ha cometido demasiados errores, demasiadas pistas en la protección de su delito. Una profesional de su lucidez mental no pierde tantos reflejos, tanto instinto, aunque el turbio asunto te señale a ti directamente. Es demasiado descuidada, previsible y tan vulnerable para sus enemigos que se convierte en un blanco perfecto. Los guionistas utilizan la vulnerabilidad y los errores de Sara para mostrar muchas contradicciones del sistema político, jurídico y policial estadounidense, pero hubiera sido más interesante construir la trama de una forma más inteligente. El resto de la cuarta temporada ha sido tremenda.
La relación entre ellos dos, como en las temporadas anteriores, ha sido lo más interesante. Habían sido colegas, compañeros, casi amigos, pero la complicidad ante el delito dota a la relación de una perspectiva totalmente nueva. Hoy me hundo yo y tú tiras de la resistencia, hoy te hundes tú y yo sostengo a los dos. El mayor peligro que tiene la complicidad es que uno de los protagonistas salte del barco y abandone al otro y, claro, los dos tienen dudas, razones para abandonar el barco y traicionar al otro. Y esa amenaza latente de traición siempre saca las miserias del ser humano. Es una coreografía perfecta bajo la lluvia persistente de Seattle, donde el gesto y el silencio rellena lo que no es posible dialogar.
El capítulo final está dirigido por Jonatan Demme. Claramente ha reconstruido su carrera como director dentro de las series de tv y hace un trabajo impecable. Solo nos queda brindar, llorando, por The Killing.