Me ha dado por pensar en Albert Rivera como en ese joven del valle del que cantaba Bruce Springsteen. El que bajaba al río con Mary y allí los dos se zambullían. Nunca fui un fan absoluto del Boss (ni de Rivera), pero sí de esta canción tan verídica que habla de un embarazo no deseado y de sindicatos y de juzgados y del trabajo en la construcción y del primer amor y de la juventud efímera. Es como si Albert Rivera hubiese bajado a ese río hace trece años. Al principio era joven y estaba desnudo y conducía el coche de su hermano para ver cada día el cuerpo bronceado de ella a su lado en el embalse. Luego vino la preñez, el salto, la corbata y el club Bilderberg como la constructora Johnstown y el carné del sindicato y la boda sin flores y sin vestido de novia. “Now all them things that seemed so important/ Well mister, they vanished right into the air…”. Hoy lo he visto marcharse con una dignidad a la altura de la hermosa nostalgia de aquel chico del valle cuyos recuerdos lo lanzaban al río de su adolescencia, el mismo que antes estaba entre campos verdes, ¡naranjas!, y hoy se ha secado. El retrato que deja de los que se quedan es atroz. Es como si Rivera le hubiese arrancado la cabellera a casi toda la política española con su dimisión ejemplar. Y todas esas cabezas humeantes en carne viva siguen hablando mal sin parar. En sus palabras de despedida ha venido a decir verdaderamente que él acercaba a Mary hacia él sólo por sentir cada bocanada de aire que ella tomaba. Y yo me lo creo. Esto han sido los años de Albert Rivera en la política, en Mary, los mismos que sin haberse ido aún del todo eran los recuerdos que ya venían a cazarle. “Is a dream a lie if don’t come true?”, decía el joven del valle como si lo dijera el joven de La Barceloneta.