Cada vez más nítido, de una nitidez que deslumbra, se va dibujando Artur, el rey Artur, como el revelado en un cuarto oscuro que prescinde de todos los reparos que exige la política: alguien que se desmonta en la necesidad como aquella novia de El Príncipe de Bel Air que, encerrados ambos en un ascensor, comenzaba a despojarse de todos sus accesorios en forma de cejas postizas, peluca y falsos pechos ante el espanto del protagonista. Es también un poco Norton I, el “emperador” de los Estados Unidos y “protector” de México quién, enajenado, se arrogó estos títulos después de la bancarrota. Al final del cuento de Lucky Luke, en el que se novela al personaje, éste terminaba desplegando su ejército, como los mossos el nueveene, por las calles de Grass Town, donde antes el pueblo se lo pasaba tan bien con su fantoche como hoy en Barcelona. Pero esta temporada Artur es más una estrella del rock, o mejor del pop si se atiende a su tupé Duran Duran, que se resiste al ostracismo por medio de la provocación, acaparando portadas a través de la excentricidad. En el parlament parece sentirse tan seguro como Rajoy en el Congreso, de ahí sendas llamativas extroversiones, cuyo efecto a menudo suelen soportar Sánchez Camacho y Díez, respectivamente, camino de la beatificación. A la primera le cayeron ayer encima dialécticamente todas esas urnas que el president pretende sacar a la calle: una suerte de golpe de Estado donde no salen los tanques sino las urnas, y en donde se imagina a un valiente ciudadano catalán parándolas en la plaza de Sant Jaume como aquel estudiante chino en la de Tiananmen. Artur ya escribió una carta a los reyes magos superados los cincuenta, y dice que recibió algunas respuestas, sin especificar de quién ni en qué términos, lo que indica que el infantilismo puede ser la última carta, el verdadero yo, o acaso el histriónico que le señala Junqueras o, mejor, Homs, el pequeño y malvado cizañero de ‘Érase una vez…’. Se ha asistido a la transformación de Hanna Montana en Miley Cyrus, donde lo próximo uno sospecha que sea verle balancearse desnudo sobre una bola de demolición al ritmo de Els Segadors, tratando de echar abajo las paredes de la opresión española.