Desde que cerré Chinitis intento pasar, literariamente hablando, de todo lo que tenga que ver con China. En este año sin el extinto blog que me hizo casi hombre me he saltado a la torera mi promesa en contadísimas ocasiones que tuvieron siempre que ver con las masacres que China lleva a cabo en Tíbet y Xinjiang, o recordando, al menos en una ocasión, el mundo que se nos viene encima, en sí el final de una época. Y lo hice, más que nada, por refrescar la memoria, uno de las capacidades que la globalización, internet y demás parrandas nos están borrando de un plumazo.
En una semana donde el Partido Comunista chino ha devaluado por hasta tres veces su moneda manchada por el careto de Mao, uno de los muchos terroristas con éxito que han pasado a la historia como héroes, no me quedó más remedio que ponerme a darle a la tecla sobre el asunto, remarcando que la devaluación, que secciona al pueblo chino, aumenta la dosis de ganancia de un país al que se la suda su población, salvo si ésta fuera capaz de levantarse contra el sistema impuesto. Que al paso que avanza su progreso no sería de extrañar.
China quiere dominar al mundo y para ello sería capaz de vender a la mitad de su población a cambio de más dosis de poder, en el cataplasma de la inmundicia que todavía, la colaboracionista Occidente, aplaude con sonrisa bonachona. “Cómpreme la deuda –que yo le llevaré de putas– y todos tan contentos”, como dicen nuestros representantes, tan preocupados que estaban hasta hace dos décadas por los ideales y las dictaduras.
Citarse es delito, según el honroso decálogo de los escritores, periodistas y parecidos. Pero debo recordar que siempre comenté, a lo largo de esta casi década infame a lomos del progreso asiático, que China será el primer país del mundo que verá desaparecer a buena parte de su población de una tacada, caerse rascacielos y demás imprevistos, entre ellos nucleares, sin la causa-efecto de un desastre natural, Al Qaeda o ataque alienígena. Y a los hechos me remito.
Para el que aún no me haya leído, sea flojo de memoria, incrédulo o no haya estado nunca en China el tiempo suficiente como para comprender lo que paso ya a explicarles, debe saberse que todo, absolutamente todo lo que: se fabrica, se levanta, se come, se bebe, se compra, se cuenta, se exporta, y por ende, se hereda, es deficitario, incorrecto, impropio, contaminado, fraudulento, irrisorio y lo que te rondaré morena. Luego falta el calificativo de barato, que parece que sea el único atributo que numerosos occidentales observan en semejante desbarajuste sin precedente alguno en la historia documentada de la Humanidad.
En Tianjin, días después del desastre químico causado por dos explosiones sin parangón, aún nadie sabe lo que realmente ha pasado, que deduciéndolo no debe ser nada bueno cuando el mismísimo PCCh ha decidido cerrar aún más webs –¿queda alguna abierta que no sea la agencia de noticias propagandística Xinhua?– y amenazar a todo aquel que lance información sin contrastar, como si en China alguien contrastara –y me refiero a los de dentro y a los de fuera– antes de salir a la calle a arrancar otra página de ese almanaque insidioso del que sólo asoman novedades en las bodas, entierros y éxitos deportivos: el sueño de lo colectivo; la artimaña del que nada sabe hacer a solas.
China: donde se debían almacenar 10 toneladas de cianuro sódico –llámale así a alguien y vete pidiendo cita en el juzgado– en realidad había 700. O lo que es lo mismo: fabrica el avión que competirá comercialmente con el ATR francés y por el precio del galo te compras diecisiete chinos. O que vende leche en polvo para bebés con melamina. O que infecta de sida por transfusiones de sangre a cientos de miles de chinos… Y todo esto sin abrir la boca por los: disidentes, manchúes, mongoles de verdad, tibetanos, uigures… Por lo que, ¿alguien se sorprendería si acaba llegando el día en que una central nuclear en suelo chino saliera volando por los aires? Y no esperen a un terremoto; porque a este paso de corrupción e incompetencia general no será necesario.
Llegué en 2007 y hoy, en 2015, China sigue fabricando defectuosamente, comprando los materiales más baratos, pagando los sueldos más irrisorios en relación con su presunto crecimiento desorbitado, almacenando –y si no, pregunten en Tianjin– de aquella manera, mientras crece en asuntos trascendentales en geopolítica: quiere imponer el yuan como divisa clave, acaparar toda la producción mundial de tierras raras, y reventar a naciones proclives a la corrupción –en África y Latinoamérica arrasan, cuando el sudeste asiático ya se tambalea ante su profusión en el tema de las coimas y por esos comandos semi terroristas que además dejan ingresos: me refiero a sus turistas– con la idea poco solidaria de explotar sus bienes y llevárselos. Pero no a cambio de un precio para ese país, sino a cambio de un maletín repleto de fajos de billetes para el que mande; el auténtico camino más corto, que para un chino es el único camino.
Y sí, duele y sonroja comprobar cómo periodistas extranjeros en suelo chino cuentan hasta tres para contarnos qué está pasando en Tianjin, donde yo ya aseguro que los muertos son más de quinientos y nunca menos de cien. Y mientras tanto, Li Keqiang, primer ministro chino, visitando la zona en horario televisado, prometiendo todo tipo de falsedades, basadas en la investigación, cuando de ahí sólo saldrán tres ajusticiados por pura venganza; o mejor dicho: para que los de siempre, la cúpula del PCCh, se mantenga a flote. Luego Occidente –y esto sí que me gusta–, tan partidaria de abolir la pena de muerte, ronronea comprobando que el PCCh, la mayor banda terrorista de la historia, ejecuta a algunos de los suyos… ¡Como si esto fuera una novedad!
Una parte de Tianjin voló por lo aires. Los almacenes contenedores de productos peligrosísimos no sólo se encontraban muy cerca del mar, sino a menos de un kilómetro de barrios repletos de seres humanos que cuando firmaron sus hipotecas leoninas a medio siglo no sabían de la misa la mitad. Los bomberos, sin ningún tipo de experiencia y formación, fueron devorados por aún no sé sabe bien el qué. Y tantos y tantos trabajadores a cambio de sueldos pírricos que hoy no son siquiera historia.
¿Pero saben lo mejor? Que esto no ha hecho más que empezar. De hecho, son usuales los problemas serios y con finiquitos mortuorios en fábricas chinas, donde se cuentan los muertos por decenas y cada mes, ante la desatenta mirada de autoridades chinas y medios de comunicación. ¿Y cuál ha sido esta vez la diferencia que ha prendido la llama de parte del pueblo? Pues que muchos de ellos grabaron las imágenes y las difundieron antes de la censura total, y porque deben ser tantos y tantos los muertos y desaparecidos que, incluso con la peor de las censuras, esos familiares destruidos han sido capaces de llegar hasta Tianjin –según confirman diversos medios desde Pekín hay controles exhaustivos para que no suban a los trenes ni curiosos ni muchos menos familiares de los desgraciados– exigiendo justicia.
Pero bueno, esto es sólo un aviso antes de la mecha final, que será cuando se descubra que algunos, por forrarse, invirtieron la misma seguridad en una central nuclear que en un estanco.
Joaquín Campos, 17/08/15, Phnom Penh.