La crisis económica también ha llegado a la actividad cultural. Municipios,
instituciones autonómicas y gobiernos, con la posible excepción de Francia, en
donde la proyección cultural, sobre todo en el exterior, es una perenne
prioridad, reducen sus subvenciones forzados por el encogimiento de los
presupuestos. En Europa, artistas, grupos teatrales etc., cuya estabilidad
depende en buena medida de las ayudas oficiales, pasan por momentos peliagudos.
Las instituciones europeas que dependen parcialmente de la ayuda
privada (algunos teatros de la ópera, por ejemplo) tienen un panorama igualmente
oscuro. Las rentas de los benefactores se han reducido y sus donaciones
también.
En Estados Unidos la situación es, en ocasiones, preocupante. A diferencia de
Europa, la mayor parte de la actividad cultural es financiada por particulares
que, por filantropía, jugosas desgravaciones fiscales o por la cultura que han
mamado, sostienen proyectos de todo tipo. Hace días los miembros de la
Cinemateca de Los Ángeles recibiamos una invitación para un acto en el que el
actor Matt Damon recibiría un premio de manos de su colega Ben Affleck. La
aportación mínima por asistente era de 550 dólares (!) que irían a engrosar
los escuálidos fondos de la Cinemateca. No es infrecuente que un millonario
legue al morir a su universidad la misma cantidad que a sus hijos.
La dependencia de la generosidad privada conlleva sobresaltos y una cierta
inestabilidad. Un ejemplo llamativo es el del millonario cubano-estadounidense
Alberto Vilar que en una decena de años donó a diversas instituciones una
cantidad cercana a los 200 millones de dólares. Entusiamado con el arte de la
mezo soprano Cecilia Bartoli, Vilar no vaciló en dar al Metropolitan de Nueva
York dos millones de dólares para que debutara allí en una nueva producción de
Cosi fan tutte. La progresión de las donaciones de Vilar, siguiendo la de su
fortuna en Wall Street, fue astronómica. Financió, a parecido precio, otra dos
óperas para la Bartoli, Las bodas de Fígaro y La Cenerentola, una Traviata de Zefffirelli y un Fidelio. El Metropolitan se rindió ante la
prodigalidad del cubano y dio su nombre al gran vestíbulo de la planta
principal de la Öpera. Vilar regaló o prometió millones a la New York
University, el Covent Garden de Londres, la Ópera de Viena, el concurso
Operalia de Plácido Domingo, etc. Incluso cuando llegaron sus apuros económicos
siguió desembolsando o prometiendo. Disfrutaba. Como diría un amigo suyo,
“pedirle dinero a Alberto era como ofrecer una copa a un alcohólico”.
Llegaron las vacas flacas con la caída de la bolsa del principio de los 2000.
Vilar había prometido financiar La reina de picas en el Metropolitan, Lohengrin en Los Ángeles y Los cuentos de Hoffman en Washington. Las producciones habían ya incurrido en gastos importantes. Las dos últimas se presentaban en teatros dirigidos por Plácido
Domingo por lo que el cantante español, ante lo avanzado del montaje, tuvo una entrevista
con el millonario apremiándole a hacer bueno lo pactado. Villar, con problemas
ya, dijo que era cuestión de semanas y Domingo adelantó de su bolsillo más de
dos millones de dólares para que los ensayos siguieran.
El dinero nunca llegó. Villar entró en una espiral de incumplimientos, sus
tribulaciones financieras se multiplicaron, y acabaría procesado y en la cárcel
por lavado de dinero y otros delitos financieros. El tercer mayor filántropo de
la historia del Metropolitan veía su nombre retirado de las paredes del
venerable teatro, sus amigos le volvieron la espalda…
Aunque menos rocambolescos, los ejemplos actuales de disminución de cifras
soñadas son abundantes. La Ópera de Los Ángeles ha tenido que reducir a la
mitad la cifra programada para una ambiciosa producción de todas las obras del
Anillo de Wagner. La dependencia privada es total. Aún llenando a tope el
teatro en todas las representaciones, la taquilla no cubriría más del 36% del
costo del montaje. En otros lugares, la sequía es dramática. Las óperas de
Connecticut y Baltimore han cerrado, el director de la New York City Opera de
Nueva York, la segunda de la ciudad, ha dimitido al obligarle a reducir su
presupuesto en un 60%. El propio Metropolitan ha descartado montar La mujer
sin sombra de Strauss y repone la siempre popular Traviata. Directores de
otros teatros, que han de emplear una cantidad considerable de tiempo
lisonjeando y seduciendo a millonarios, se quejan de que los donantes son ahora
más exigentes, insisten en que quieren financiar La boheme, aunque haya sido
vista muy recientemente, piden que las cortinas de tal acto sean de un
determinado color o cosas igualmente estúpidas y hay que oírlos. En épocas de
bonanza serían ignorados. En Italia, donde el sueldo de los cantantes eleva
enormemente los costes (según Mortier una producción de la Scala de Milán cuesta
unos 2 millones de euros y la de nuestro Real 400.000), varias casas de la ópera están al borde de la bancarrota. Las tres óperas de Berlín tienen
problemas desconocidos en el pasado.
Un oasis con un poquito de verde en este páramo es Gran Bretaña. Tanto el Covent Garden como la English National Opera, alimentados oficial y privadamente, viven relativamente desahogados. Con futuro precario, por cierto. El experto Colin Tweedy dice que un recorte de la ayuda
oficial llevará a los teatros a apretarse el cinturón, “con más reposiciones,
más coproducciones y más traviatas. Lo que ya ocurre en el continente.