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¿Tienen las computadoras orgasmos fingidos?

 

Suena At least that’s what you said,

de Wilco

 

Al ver Her (Idem, 2013), la última película de Spike Jonze, uno puede sacar la conclusión de que pese a su sencilla estructura dramática, a su esquemático hilo narrativo, se trata de una obra que contiene muchas películas posibles y, por lo tanto, que abarca a un heterogéneo grupo de espectadores, aún teniendo en cuenta que no se trata en absoluto de un producto convencional. Es una película diseñada a conciencia y sin embargo cada uno de los espectadores que se acerque a ella desde una perspectiva determinada se verá contrariado frente a cada una de las propuestas que le haya podido suscitar algún tipo de interés. Her es una película que inmediatamente después de proponerte algo te defrauda. Alguno, incluso, acabará por irritarse, aunque no se trate de una película ofensiva o malintencionada.

 

A la cabeza de los que la comenten, seguramente, se situarán los sociólogos para los que Her es como un panal de miel para un oso, al tratarse de una película que les permitirá (re)afirmar teorías sobre las nuevas formas que tiene de comunicarse el ser humano a través de la tecnología y su aplicación a las redes sociales, de cómo estas han modificado nuestras costumbres, nuestra cotidianeidad, y de cómo han afectado a nuestros comportamientos dentro de la sociedad. Her, en ese sentido nos dibuja una evidente parábola sobre la soledad del individuo contemporáneo quien paradójicamente tiene más capacidad que nunca para comunicarse a través de teléfonos móviles, tablets y ordenadores. Una soledad que implica una pérdida de habilidades sociales, una incapacidad para manifestar sentimientos auténticos y que se refleja en la actividad llevada a cabo por Theodore, un escriba del futuro, que trabaja para una empresa dedicada a redactar cartas aparentemente manuscritas que sus clientes pretenden enviar a seres queridos. Theodore, incapaz de manifestar sus sentimientos, tiene una habilidad extra a la hora de escribir las cartas que a todo el mundo le gustaría recibir saliéndose de las fórmulas habituales y preestablecidas pero solo encuentra salida a su bloque sentimental a través de su relación con un sistema operativo. En Her el mundo adquiere las tonalidades grises de una película de Antonioni, paradigma de la alienación y la incomunicación del ser humano en la segunda mitad del siglo XX.

 

 

Una vertiente, la sociológica, que también facilitará el trabajo a más de un crítico de cine, a quien le será más que suficiente teorizar en torno a ese discurso y olvidarse de otros aspectos, tanto o más relevantes, pero que no darán de él esa imagen de persona sensibilizada, no solo con el cine, sino con la vida. Sin embargo, la supuesta originalidad de Her y los hallazgos que en relación a estas cuestiones nos ofrezca debemos cuestionarlos. A los más interesados en estos temas, llámense sociólogos, críticos de cine o espectadores sin más, no les supondrá novedad alguna ya que todo lo planteado ya lo estuvo en Black Mirror, la maravillosa miniserie creada por Charlie Brooker, cuyos episodios tienen como eje común como se produce la aplicación de las nuevas tecnologías y como estás afectan a la relación del ser humano en diferentes ámbitos –los mass media, la política y las relaciones personales-sentimentales.- Her, en este sentido, no nos aporta nada nuevo.

 

Para aquellos que pretendan profundizar todavía más, otorgándole a la película una dimensión todavía mayor, de índole filosófica, y que permita reflexiones, más allá de lo pertinentes o no que resulten para la película, Her también se ofrecerá como la excusa perfecta. De lo sociológico saltaremos a lo metafísico para hablar del vacío existencial que nos asola y como esto ha hecho evolucionar la esencia de la naturaleza humana. Todo ello conllevará que se hable de las similitudes y diferencias entre lo humano y lo artificial, entre ese nuevo demiurgo que es el hombre y su creación en forma de sistema operativo capaz de emular relaciones humanas –eso sí, con la tierna y sensual voz de Scarlett Johansson.- Se buscará de nuevo responder a preguntas del estilo de si sueñan los androides con ovejas eléctricas o si es capaz de trasmitir emociones Hal 9000, o si los ordenadores fingen sus orgasmos.

 

 

Her se nos ofrece como una distopía, cercana, inmediata, a la que hay que agradecerle que se posicione de forma neutra y no caiga en fáciles y redundantes juicios pesimistas. Una distopía que nos aproxima al mundo virtual que nos encontraremos a la vuelta de la esquina sin darnos prácticamente cuenta ¿Y hacia dónde evoluciona el ser humano en ese futuro próximo? Her lo expone de forma creíble y convincente, seguramente acertada, para que los visionarios puedan aventurarse y explayarse sobre un mundo en el que se prioriza la voz, donde la comunicación es eminentemente oral, donde el tacto es un sentido, una habilidad, en desuso. Será entonces algo tan personal e intransferible como la voz lo que prevalezca en un mundo deshumanizado y será este un planteamiento interesante aunque tal vez equívoco y tramposo al presentarnos un mundo virtual con la voz de Scarlett Johansson y la consabida incidencia que tiene en nuestra consciencia oírla.

 

A los que hayan pretendido llegar tan lejos con lo planteado, o sugerido, por Her, la película se les irá indigestando a medida que avanza el relato ya que está va priorizando sus aspectos melodramáticos. Y ya se sabe que para la filosofía determinadas cuestiones en torno al amor y el desamor, y su vinculación con las pasiones y las pulsiones humanas, tan solo entorpecen otros discursos de índole más intelectual. Son los motivos que llevan a no reconocer que la versión de Solaris (ídem, 2002), de Steven Soderbergh, era mejor que la de Andrei Tarkovski, o a considerar injustamente que Her es una película banal o frívola.

 

 

Así pues, también están los que pretendan ver una comedia romántica que ilumine hacia donde se dirigen las relaciones humanas, que establezca un interesante y a veces divertido, aunque no suficientemente paródico, paralelismo entre cualquier relación amorosa común entre dos personas y la relación amorosa que se establece entre Theodore y Samantha, así se llama el sistema operativo, y en la que comprobamos como los humanos continuamos reproduciendo las mismas situaciones, los mismos síntomas, que conllevan a los mismos errores, los mismos conflictos: en Theodore aparece esa tendencia a idealizar a la amada –maximizada aquí por su naturaleza virtual-, en él surgen los celos y las inseguridades, y el peso de la memoria reciente en forma de desengaño amoroso. Pero el empalagoso romanticismo, con sus dosis de amargura y pesadumbre, queda minimizado cuando Her no pueda olvidar su vertiente filosófica y deba imponer frases lapidarias o sentencias más propias de libros de auto-ayuda.

 

Y todo ello resulta finalmente rematadamente molesto cuando se le añade esa relamida caligrafía visual que adopta Jonze con la que pretende acentuar la sensación de soledad y alienación de los personajes; cuando se le añade la añoranza traumática de unos recuerdos visualizados a través de flashbacks en los que se reproducen instantes de la relación entre Theodore y su ex mujer, Catherine. Imágenes frías y asépticas que nos hablan del presente y que nos remiten curiosamente al estilo puesto de manifiesto por Sofia Coppola, ex mujer de Jonze, en Lost in translation (ídem, 2003) –otra historia sobre amores interrumpidos, bloqueos emocionales e incomunicaciones afectivas.- Imágenes cálidas y luminosas para hablarnos de un pasado y que evocan las imágenes ensoñadoras del Terrence Malick de La delgada línea roja (The thin red line, 1999) o El árbol de la vida (The tree of life, 20101. Malick, cineasta que como Quentin Tarantino sospechamos que ha trascendido de forma más negativa que positiva, de quien Jonze en Her parece convertirse en vulgar sucedáneo.

 

 

Frente a tantas opciones frustradas uno no sabe si al final resulta beneficioso que Her acabe provocando cierta indiferencia. Porque no creo que sea posible irritarse con ella a pesar de darnos la sensación de tratarse de un producto manufacturado a conciencia con una serie de ingredientes cuyas cantidades están equilibradas, pero a los que les falla la forma de combinarlos. Por momentos, se puede pensar que no debería haber sido tan timorata y asumir con valentía que una historia con elementos tan naïf no deberían buscar la conmoción sino un reverso paródico, que su edulcorada historia de amor debería despojarse de sus reservas a caer en el ridículo y precipitarse por él. Es el momento en que uno se acuerda de los versos de Pessoa: “Todas las cartas de amor son ridículas. / No serían de amor si no fuesen ridículas.” En ese sentido Her no está a la altura de su inconmensurable protagonista.

 

 

Eso sí, no puede negarse la sinceridad y el cariño que se aprecian al contarnos la historia Jonze así como su capacidad para encontrar algunos hallazgos en la puesta en escena o en determinadas situaciones dramáticas. Respecto a lo primero Jonze soluciona de forma interesante y convincente la representación de aquello que resulta imposible como es el instante en que tienen su primera relación sexual Theodore y Samantha, una relación evidentemente, virtual. La pantalla se funde a negro y solo oímos las voces de ambos como suspiran y jadean, contrariamente a como hemos visto en una escena anterior en la que Theodore se pone en contacto con otra usuaria de una red social para tener sexo telefónico. En aquella vemos como Theodore recurre a unas imágenes de una mujer desnuda que acaba de ver en una publicación, en esta el cineasta toma una decisión que parece atender a un doble motivo: preservar la intimidad de su protagonista, no vulgarizar el momento, y permitir que la pantalla se pueda convertir en un espacio a rellenar, si se desea, por cualquier proyección mental. Sin embargo, juega en contra de los espectadores, de nuevo, el ser conscientes de que quien pone la voz de Samantha es Scarlett Johansson.

 

Y en relación a ese instante hay en Her otro gran momento dramático que se produce al recurrir Theodore y Samantha a una tercera persona, una mujer que otorgue corporeidad, presencia física, contacto humano, a la voz de Samantha –la actriz, curiosamente, tiene un parecido más que razonable con Scarlett Johansson.- El encuentro deviene en fracaso ya que Theodore se encuentra con la encarnación frustrante, a través de una doble, de una fantasía, de la idealización posible que se haya hecho de su compañera femenina. La tecnología, pues, nos acerca cada vez más a una idea de lo platónico, nos conduce a la abstracción y por tanto a la imposibilidad de representar nuestros sueños, de plasmarlos.

 

Pese a todo ello, frente a las imágenes de Her, frente a todo aquello que propone, uno puede quedarse con la misma mirada melancólica y patética con la que Theodore contempla la ciudad desde la azotea, pero sin el consuelo que se le concede a él por haber podido cerrar heridas del pasado. Los espectadores nos quedamos sin saber si hemos aprendido algo, algo que no supiéramos, de nosotros mismos, de nuestro mundo.

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