En el mundo editorial hispanoamericano no habita ese personaje a quien entre los anglosajones se conoce con el nombre de editor y al que los alemanes llaman Lektor. Ese editor anglosajón que no edita libros, y ese Lektor alemán que no es un simple lector, tienen a su cargo una de las tareas más delicadas y responsables en la publicación de obras literarias o no literarias.
Ese personaje es el primero que recibe el original del autor, el primero que lo lee, y el que a renglón seguido contacta con el autor y le dice lo que a su juicio está bien, o muy bien, o es genial, pero, sobre todo, le dice lo que a su juicio se debe suprimir, cambiar, acortar, o sencillamente corregir: porque los autores, incluso los geniales, siguen siendo seres humanos y, como tales, sujetos al error.
Bastaría recordar aquí el paradigma egregio de lo que es un editor. Cuando el manuscrito de La tierra baldía, de T. S. Eliot, llegó a las manos de Ezra Pound, el gran Ezra lo leyó y, después de leerlo, lo repasó con el lápiz rojo en la mano. Se lo devolvió a Eliot reducido a menos de la mitad. Eliot no sólo aceptó aquella “mutilación” sino que dedicó la obra a Pound con una expresión devenida famosa: “Al miglior fabbro” (Al mejor artífice). La tierra baldía fue publicada tal como la dejó Ezra Pound y obtuvo el reconocimiento universal: era una obra maestra, tanto que le valdría a Eliot el Nobel de 1948. Mi pregunta es: ¿a quién se debió la obra maestra, al autor o al editor?
Pero en el mundo editorial hispanoamericano se parte de la base de que el texto entregado por el autor es algo que incurre en la categoría de lo canónico: va a la imprenta tal como sale del cacumen del ungido por los dioses. Y ello entraña el peligro de que el ungido por los dioses haya tenido una mala hora y el texto no sea tan divino como algunos otros paridos por su pluma.
Quiero poner un ejemplo práctico de cómo trabaja un editor anglosajón o un Lektor alemán. Imaginemos que esa persona, leyendo un avance de las memorias de García Márquez se detiene en el relato de una travesía fluvial nocturna en la que dizque quisieron ahogar al abuelo Nicolás Márquez, un episodio vivido de cerca por Gabito siendo un niño que “no debía tener más de cinco años”, y de cuyas consecuencias citaré a continuación, resumiéndolo, pero literalmente.
Refiere García Márquez que le contó el incidente a su tío Esteban Carrillo, mientras almorzaban veinte años después en una fonda de Riohacha, y cómo el tío se indigna y no entiende que su padre, es decir: el abuelo de García Márquez, “no se hubiese defendido” (de quienes trataron de ahogarle), “si era un buen tirador que casi siempre andaba armado, que dormía con el revólver debajo de la almohada. En todo caso, me dijo Esteban”, sigo citando a García Márquez, “nunca sería tarde para que él” (el tío Esteban Carrillo) “y sus numerosos hermanos castigaran la agresión. Tan decidido estaba mi tío Esteban, que sacó el revólver de debajo de la almohada y lo puso en la mesa para no perder tiempo mientras acababa de interrogarme”.
El editor anglosajón y/o el Lektor alemán se preguntarían: 1°) lo de dormir con el revólver debajo de la almohada ¿es costumbre hereditaria en Colombia?; y 2°) ¿es también costumbre colombiana lo de almorzar en el dormitorio?… porque si el diálogo tuvo lugar mientras almorzaban, y el tío Esteban Carrillo saca el revólver de debajo de la almohada mientras conversan, ¿qué otra posibilidad cabe?
Claro está que a lo mejor la clave se encuentra en una frase del propio Esteban Carrillo, en ese mismo texto de García Márquez, quien recuerda que el viejo le dijo algunos años más tarde: “No sé cómo has podido ser escritor con una memoria tan mala”. Y yo les aseguro que nuestra literatura sugiere cientos de preguntas como las que anteceden, y que a un editor anglosajón o a un Lektor alemán, para no hablar de los sufridos traductores, les han costado más de un dolor de cabeza.
Este artículo apareció originalmente en el diario La Opinión, de Los Ángeles (California), el 11 de febrero de 2001.
Ricardo Bada (Huelva/España, 1939), escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, 1994), Amos y perros (cuento, 1997), Me queda la palabra (ensayos, 1998) y Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, 2000). En FronteraD, donde mantiene el blog Urbi et interneti, ha publicado, entre otros artículos, Cuaderno de bitácora (de Bremerhaven a Buenos Aires en carguero), El abecedario Mafalda, Julio Cortázar no se encuentra en casa, El limerick, un género poético ¿menor?, Contra Saramago y Heinrich Böll, una conciencia social