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Tobillos encebollaos

 

No, no es que ahora me vaya a convertir en el Arguiñano de FronteraD y me haya pasado a las delicatessen del comer. Seguiremos hablando de sexo, mal que les pese a algunos, y en este caso que nos atañe hoy, esbozaremos un sexo con ligeras connotaciones gastronómicas. Quizás sea porque el mozo en cuestión trabaja en ese sector. No sé. El caso es que allí estaba yo en la tumbona, con un café, aquella tarde de verano en el jardincito del palacete de los March. Que no, no son amigos míos para nada, qué más quisieran ellos. Que estaba yo allí porque como una es plumilla, pues a veces, bueno, a menudo, la invitan a eventos en sitios estupendos. Como aquel. Me acompañaba mi amante esporádico de fin de semana. Y estábamos los dos tan agustico tras un catering maravilloso cuando de repente me dice el muy perro:

 

Joer tía, tú no cumples la teoría de los tobillos.

¿Cómo dices?, atiné yo a decir desde mi hamaca, intentando seguir con la conversación a pesar del sopor de la hora de la siesta.

Pues que no cumples la teoría del tobillo. ¿No la conoces?

 

No la voy a conocer, pensé yo, la gilipollez esa de que se supone que las tías que follan bien son las que tienen tobillos finos. Que tiene tanta base científica como lo de las narices grandes en los hombres representan enormes penes y etc, etc, etc.

 

Él me la explicó, porque otra cosa no, pero anda que no hablaba este tío. Madre mía, le decías delfín y ahí te echaba una conversa sobre delfines. De repente mutabas a “geranio” y te podía echar una parrafada sobre los geranios, con maceta o sin ella.

 

El caso es que yo le dije que eso eran bobadas y ahí quedó la cosa. No le di mayor importancia, aunque claro, luego no dejaba de mirar a todas las nenas estupendas que estaban en el palacete, todas vistiendo vestiditos finos y tacones de aguja (yo con vaqueros) y maldiciéndole mentalmente porque todas aquellas flacas tenían “tobillos finos de follar bien”. Follar no sé si follaban bien pero lo que estaba claro es que pinchos de tortilla no debían de comer muchos.

 

Lo peor vino después, cuando ya en el hotel, metidos en faena, me volvió a decir lo de los tobillos.

 

A ver, contesté yo, ¿qué estás queriéndome decir con esto, que tengo los tobillos gordos o qué?

 

Confieso que yo, como mi santa madre, tengo unos pies que parecen palmas. Sí. Debo confesarlo, mis pies no son de anuncio de Peusek. Y en verano, con el calor, pues se me hinchan y parecen palmas de pato más grandes aún. Evidentemente, el tobillo va en consonancia con los pies. Así que ya estaba yo empezando a ponerme nerviosa con la historia de los tobillos, cuando va y me suelta.

 

Pues tienes unos tobillos encebollaos.

 

Tócate los cojones MariLoli. O sea, estás follando con él, te lo estás pasando bien, está siendo un día agradable, entonces, ¿qué necesidad hay de degradar al otro, hombreya? ¡Tobillos encebollaos! Muerta de la risa intentaba tapar la desnudez de los mismos con la almohada, que me daba lo mismo que el resto de piel luciese desnuda, y el muy cabrón se empeñaba en mirarlos una y otra vez, repitiendo: encebollaos, encebollaos. A ver, yo no espero que me compongan sonetos de amor después del acto, o que me cubran el lecho de pétalos de rosa, pero hombre, que te llamen tobillos encebollaos… Un poquito de delicadeza, coño.

 

Menos mal que el mozo follaba bien. Si no, no se lo perdono.

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