—Eso fue —me dijo— como tocarle el hombro a Borges, como invocar a un genio.
Quien recuerda es Álvaro Menen Desleal, narrador, dramaturgo y periodista, que, en un arranque de vanidad o inspiración, tuvo la osadía de fabricar para uno de sus libros una “carta” firmada por Jorge Luis Borges.
Kierkegaard dejó dicho que un prólogo es un impulso: como escupir por la ventana. Menen Desleal escupió por la ventana directamente al rostro de la malhumorada sociedad letrada centroamericana.
Esta historia ya ha sido contada otras veces. Diversas versiones se han superpuesto formando un hojaldre. Esta misma versión se parece a otras. Ello es porque el problemático ejercicio de la literatura constituye un plagio interminable. Todo lo que hacemos —textos, música, imágenes— tiene una segunda vida: una mañana un periódico se recibe a la hora del desayuno y al día siguiente envuelve un pescado o se integra a una hemeroteca.
La historia es esta: en 1962, Álvaro Menen Desleal ganó el segundo lugar (compartido) en el Certamen Nacional de Cultura de El Salvador con un libro que era todo un tributo a Borges. Se titulaba Cuentos breves y maravillosos, imitado del Cuentos breves y extraordinarios (1953), compilado por Borges y Adolfo Bioy Casares. Aquel libro se iniciaba con una carta dirigida a Menen Desleal calzada con el nombre de Borges, que decía:
Mi querido amigo:
Al conocer sus Cuentos breves y maravillosos, pienso que no fue meramente accidental que Kafka escribiera La Muralla China: se repite en usted la nota de lo que con Bioy Casares llamamos las antiguas y generosas fuentes orientales…
A esta frase le siguen cinco párrafos donde “Borges” justiprecia algunas de las narraciones contenidas en el libro. “Esos y otros cuentos suyos son flor para los años”, lo adula.
Este texto, completo, ocupa las páginas 29 y 30 de los Cuentos (in)completos y maravillosos (DPI, 2010) que acaba de ser lanzado en San Salvador. Por obra del compilador, el novelista Rafael Menjívar Ochoa, aquella “carta” vuelve al lugar que siempre debió tener: el de una auténtica ficción.
Conocí a Menen Desleal cuando volvió a El Salvador, en 1976, después de rodar por el mundo. Con sus ahorros fundó una librería. La empresa no duró. Libros: es mucho pedir para San Salvador. Se ganaba la vida no sé en qué. Nuestros encuentros se hicieron más frecuentes a partir de 1996. Una vez a la semana, al atardecer, subía en carro hasta su casa rodeada de un hermoso jardín, que él mismo cultivaba. Vivía con aprietos pero era un anfitrión generoso, vivaz y ocurrente. Con vasos en la mano alguna vez hablamos sobre la carta de Borges. “Eso fue”, me dijo, exaltado y socarrón, “como tocarle el hombro a Borges”. Los sucesos del lejano año 1963 le hacían sonreír. Aquella fue una encarnizada partida de ajedrez contra múltiples rivales.
A Menen Desleal a menudo le asaltaba la curiosidad de saber si Borges estuvo enterado sobre el asunto. Lo dijo a quien quiso escucharlo. Murió en abril de 2000, a los 69 años de edad. Tuvieron que publicarse los diarios de Bioy Casares (Borges, 2006), para saber que el argentino sí se enteró de su travesura.
Bioy Casares cuenta que el miércoles 11 de septiembre de 1963 Borges lo encaró diciéndole: “tengo que consultarte sobre algo” (…). Tiene consigo un libro: Cuentos breves y maravillosos, “de un tal Menen Desleal”. Discuten. En cierto momento, Borges luce molesto. Bioy lo ataja: “no podés ponerte en contra de un pobre individuo bastante inteligente, que no tiene libertad ni posibilidad de escribir sino como imagina que vos escribís…”. De haber conocido esa plática, Menen Desleal se hubiera sentido tan orgulloso como herido. Pero, como veremos más adelante, las cosas no terminaron allí.
El poeta-cadete
Menen Desleal perteneció a la Generación Comprometida. El poeta Roque Dalton, asesinado en 1975, fue parte de ese mismo agrupamiento. Con la política el primero jugó como al póker. El segundo, a la ruleta rusa. Los dos han sido muy influyentes en la literatura y la cultura centroamericana del último medio siglo.
El ruido suscitado a raíz de aquella carta-prólogo-cuento no fue su único escándalo. En 1952 fue expulsado de la Escuela Militar debido a la publicación de un poema que las autoridades consideraron “subversivo”. El poeta-cadete asistía a las sesiones literarias con uniforme. A sus contertulios les parecía un pedante. Waldo Chávez Velasco, miembro también de la Generación Comprometida, recuerda que el celo se desvaneció cuando llegaron a visitarlo un día a la casa de su familia, en Santa Ana. “Descubrimos que pertenecía a una familia muy humilde y que, de civil, tenía tres camisas de manga corta y un pantalón”, escribió.
Menen Desleal ejerció el periodismo en El Salvador y México. De hecho, se jactaba de que fue en el D.F. donde refinó el arte del escándalo, trabajando en el periódico Zócalo, donde Luis Spota redactaba una atrevida y muy gustada columna de chismes. Rompió con el molde de su más importante predecesor, el cuentista Salarrué, quien destacó principalmente como autor de narraciones de temática rural. Este fue un anarquista esencial, muy identificado con el socialismo utópico y las sociedades teosóficas que animó Gabriela Mistral en Latinoamérica. Por razones económicas no terminó la educación secundaria. Sin embargo, desplegó potencia creadora como narrador y pintor. Después de su muerte, en 1975, se convirtió en un autor venerado con un fervor casi religioso.
Menen Desleal no desaprovechaba ocasión para insultar el trabajo y la memoria de Salarrué. Lo consideraba un ignorante y aseguraba que el uso del habla popular de sus cuentos era dañino para la educación de los jóvenes. Una de las búsquedas incesantes de Menen Desleal fue alejarse todo lo posible de los temas “salvadoreños”, que consideraba provincianos. Sin embargo, como alguna vez se lo dije, su encono parecía fuera de proporción. La explicación, como pronto veremos, podría estar relacionada con el papel que jugó Salarrué en el escándalo provocado por la carta espuria.
Menen Desleal, solitario y errante, hizo cuentos de tipo urbano, caracterizados por el humor, el lirismo y lo fantástico. Ejemplo de ellos son sus narraciones: ‘El día que quebró el café’, donde cuenta el surgimiento del café sintético y la debacle económica de los países productores del aromático, y ‘Hacer el amor en un refugio atómico’, una parábola lírica sobre la incomunicación y la desesperanza. Con su libro La ilustre familia androide (1972), publicado en Buenos Aires, incursionó en la ciencia ficción. Destacan, entre otros, sus cuentos breves: ‘Los cerdos’; ‘La creación de Eva’, antologado por Edmundo Valadés en El libro de la imaginación (FCE, México, 1970); ‘La edad de un chino’, y ‘País fundado en la basura’, uno de sus últimos cuentos, que se publica de manera póstuma en esta edición.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX su pieza de teatro del absurdo Luz negra (1965) fue representada en numerosos países. El propio Menen Desleal preparó para la segunda edición de Luz negra (1976), que estuvo a mi cargo, una detallada cronología del periplo de la pieza por Centroamérica, México, Estados Unidos, Francia, Alemania, Argelia, Venezuela, Argentina y Suecia. No pude evitar insinuarle si la fascinante travesía mundial de su pieza no era otra de sus ficciones. Se rió. Días más tarde Álvaro puso sobre mi mesa decenas de recortes y programas que daban fe de (casi) todo lo que había escrito.
Toda la literatura es plagio
La compilación de sus Cuentos (in)completos… comenzó en el año 2000, a contrarreloj. En los primeros meses de ese año los médicos le detectaron un cáncer de páncreas. Se sabía marcado por la muerte. “Una de las condiciones establecidas por Menen Desleal fue que se tratara de una edición de escritor (…) Nada de ensayos que analizaran sus relatos”, detalla Menjívar Ochoa, quien tuvo a su cargo la preparación del libro. Álvaro murió poco después. La tarea se culminó diez años más tarde. Menjívar Ochoa sí alcanzó a mirar la obra: recibió las primeras copias, en cama, a principios de 2011, aquejado de un cáncer que lo terminaría matando.
Menen Desleal sigue siendo polémico y probablemente la publicación de sus Cuentos (in)completos soplará las ascuas. Para el escritor Jorge Ávalos, Menen Desleal “cometió todos los pecados literarios relacionados al plagio: el robo de textos y premisas, además de la imitación, la paráfrasis y la falsa atribución de textos apócrifos con fines publicitarios”. Añade: “Llegó a ser brillante y original en sus mejores cuentos y en sus más descabelladas propuestas publicitarias, pero sacrificó su reputación literaria a favor de una campaña permanente por la fama instantánea” (“La elección de los proscritos”, La Gaceta Libre, 14 agosto 2011).
Una de sus más atrevidas creaciones fue, seguramente, la carta-prólogo-cuento de Borges. Contra lo que podría imaginarse, aquel texto se ha colado dentro de las obras del argentino, tomando por sorpresa hasta a los mejor informados.
Menjívar Ochoa (“¡Borges plagia a Menen Desleal!”, La mancha en la pared, 7 abril 2007) advierte que la carta de marras fue incluida en El círculo secreto (prólogos y notas de Jorge Luis Borges, Emecé, Buenos Aires, 2003). Las editoras Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi no dudaron en considerar la carta como salida de la mano de Borges. No solo ellas. En una reseña sobre este volumen también el escritor Guillermo Martínez (“Sobre los otros”, La Nación, 20 julio 2003) da por hecho la legitimidad de aquella carta.
“Las académicas argentinas” —dice Menjívar Ochoa— “como antes sus contrapartes salvadoreños, olvidaron un detalle: fijarse en la estructura de Cuentos breves y maravillosos en su nivel más básico”. En efecto, quien lo conozca sabe que este libro acaba con el cuento ‘Epílogo’, que comienza aceptando que aquella “carta” forma parte de un sueño. Dice:
Querido maestro Borges:
“Mi vanidad y mi nostalgia —me digo con sus palabras— han armado una escena imposible.” De pronto despierto de un sueño y tengo su carta en las manos, como la flor de Coleridge. Entonces me repito los versos de Tennyson: “for nothing worthy proving can be proven, nor yet disproven” [nada digno de probarse puede ser probado ni desprobado].
“La estructura no deja lugar para cuarenta años de confusiones”, sentencia Menjívar Ochoa. Si Borges y Menen Desleal se hubieran conocido, dice, hubieran llegado a la conclusión de que “los nombres de los autores no importan, sino la pervivencia del texto; que toda la literatura es un plagio y que la historia, a través de sus inescrutables caminos, se repite y se copia a sí misma”.
Más recientemente, otro texto, esta vez del novelista Sergio Ramírez (“Borges y su destino centroamericano”, La Nación, 11 julio 2011), ha vuelto al asunto de la carta espuria. En líneas generales, Ramírez, sin decirlo, bebe de la fuente de Menjívar Ochoa. Como novedad, apoyándose en los diarios de Bioy Casares, Sergio reconstruye el instante en el que, medio siglo atrás, Borges y su amigo encararon el asunto de la carta apócrifa.
Bioy Casares detalla que el libro de Menen Desleal fue enviado a Borges por “un guatemalteco”. En efecto, se trata del poeta Alfonso Orantes. El libro iba acompañado de una extensa carta que hasta ahora ha permanecido inédita. Una copia de esta carta, junto con otros valiosos documentos, fue cedida al autor de estas líneas por su hija, la escritora María Cristina Orantes. La misiva, fechada el 29 de agosto de 1963, comienza diciendo:
Sr. Jorge Luis Borges
Biblioteca Nacional
México 564
BUENOS AIRES. Argentina.
Estimado maestro:
Le extrañará que un desconocido para Ud. se atreva a molestar su atención con un asunto desagradable. Pero como están, al parecer, de por medio su prestigioso nombre, el del país donde ahora resido y la buena fe y crédito de sus intelectuales honestos (…) me veo obligado a dar este paso y recurrir a su testimonio para establecer la verdad.
Orantes hace referencia al triunfo de Menen Desleal en el mencionado Certamen. Acto seguido expone que, después de una lectura de su libro, ha concluido que este ha cometido plagio en al menos dos cuentos. Detalla: el cuento ‘El cocodrilo’, “no es sino una burda versión, cuasi un plagio del delicado cuento: ‘El sueño de Chuan Tzu’, contenido en Cuentos breves y extraordinarios”. Algo similar ocurre, añade, con ‘El venado y el sueño’, “que aparece con el nombre de ‘El ciervo escondido’, en la antología publicada por Usted y Bioy Casares”. Sigue: “Como advertirá, el plagio, en este último caso, es evidente e inverecundo”.
A continuación, pasa al asunto de la carta. Orantes asegura que el uso indebido del nombre de Borges y la supuesta autenticidad de su texto hicieron que Salarrué se opusiera a que se otorgara un premio a Menen Desleal. Igual, se lo dieron. Para el guatemalteco, la actitud de Menen Desleal sentaba “un precedente indebido y un medio reprobable e inusitado de coacción para inclinar el fallo de un tribunal de esa clase”. Añade: “todo esto, repito, me lleva a molestar su ocupada atención para que se sirva (…) contestarme concretamente sobre el caso de la carta, que en cuanto a las semejanzas y plagio, eso es cuenta mía”.
Orantes envió su carta a Buenos Aires por correo certificado en el momento que Menen Desleal enfrentaba una tormenta de críticas. Entre finales de 1962 y 1963 se derramó abundante tinta en torno al caso. A Menen Desleal se le acusaba de farsante y deshonesto. Alguno, con más sentido del humor, tomó la carta como “un cuento más”. En respuesta, Menen Desleal llegó al extremo de defender la originalidad del escrito y hasta prometió mostrarlo (Tribuna libre, 15 junio 1963). Una oferta que, desde luego, no cumplió.
La atención creada en torno a aquel suceso le sirvió al caradura de Menen Desleal para volver a la carga proclamándose como el mejor escritor salvadoreño de todos los tiempos, desatando una nueva ola de embates. El historiador Carlos Cañas-Dinarte, en una inédita relación de aquellos hechos, evoca que Alfonso Orantes dio un paso más: lanzó una pública acusación de plagio contra Menen Desleal (Tribuna libre, 10 octubre 1963). Inclusive, el Ministerio de Educación emprendió una investigación jurídica sobre el caso. Orantes también se opuso, sin éxito, a la publicación del libro.
El asunto tampoco terminó allí. Un denominado Círculo Cultural Pablo Neruda, de la Universidad de El Salvador, convocó, el 11 de noviembre de 1963, a una mesa redonda que abarrotó el auditorio de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Una crónica de los hechos (Tribuna libre, 15 noviembre 1963) da cuenta de la virulencia de las batallas verbales en torno a aquella mesa, y que tuvieron como pretextos la verdad y una determinada idea de la originalidad, con el apellido Borges. Los asistentes no sabían entonces que presenciaban el fin de una época para la literatura. Unos años más tarde allí solo se escucharían los llamamientos a matarnos a tiros.
Los contemporáneos de Menen Desleal tampoco podían entender que la apropiación, la imitación, la alusión y la colaboración están al centro de la noción de regalo o donación propia del acto creativo. Y que, en esencia, todas las ideas son de segunda mano. Esta proposición sonaba escandalosa, aunque sigue encontrando resistencia en nuestros días.
Borges mismo siempre propugnó la idea de que nada es definitivo en un texto, y que el autor carece de importancia. Ello, indica Héctor Abad Faciolince, “les ha abierto el camino a muchos impostores que han fingido escribir supuestas obras de Borges, ni siquiera inventándolas, sino manipulando y dañando las existentes” (“El eterno retorno de Borges”, El País, 13 agosto 2011). Con todo, el divertimento de Menen Desleal ha gozado de cierta fortuna.
Vayamos por un momento al despacho donde el genio, lejos de aquella gresca, se toma el tiempo para responderle a Orantes. Su carta está fechada el 4 de septiembre de 1963 (el dato no pega con el día 11 de septiembre, en el que, según Bioy, conversaron sobre el asunto). Menjívar Ochoa la publicó íntegra, en la citada entrada de su blog. Dato curioso: Orantes nunca la hizo pública. Dice:
Señor Alfonso Orantes.
Colonia La Rábida.
SAN SALVADOR.
Estimado señor:
Mucho agradezco su carta del 29 del pasado.
No recuerdo haber escrito la generosa y acaso justa epístola que me atribuye el señor Álvaro Menen Desleal, a quien no conozco; sospecho que se trata de un ingenioso mosaico de frases mías, tomadas de diversos textos y amplificadas por el mismo señor A.M.D.
Ya que el volumen consta de una serie de juegos sobre la vigilia y los sueños, queda la posibilidad de que mi carta sea uno de tales juegos y travesuras.
Suyo, muy cordialmente,
Jorge Luis Borges
Fiel al requerimiento, Borges no menciona nada sobre las acusaciones de plagio. Parece que había entendido el juego. Su volumen Cuentos breves y fantásticos constituye una espléndida estereofonía de voces tomadas en préstamo o robadas, mutiladas o editadas, de aquí y de allá, y en estricto sentido no podían considerarla como una obra propia… ni como un objeto de plagio.
La hoja que añade Sergio Ramírez a esta historia le hace justicia al brillante y ególatra Menen Desleal: “[Borges] dice “mi carta” (…) nunca la escribió, pero ahora la ha escrito. Es su carta”.
El escupitajo de Menen Desleal había pegado en el blanco. La verdad es la ficción.
(Cuentos (in)completos y maravillosos. Álvaro Menen Desleal, DPI, San Salvador, 2010. Rafael Menjívar Ochoa, compilador)
Miguel Huezo Mixco es poeta y ensayista salvadoreño. Su más reciente libro de poemas es Comarcas (Panamá, 2002; Veracruz, 2004; Saint-Nazaire, 2004). En FronteraD ha publicado Roberto Bolaño en El Salvador. Supremo jardín de la guerra florida