De nada sirve multiplicar
La mirada o retardar
La velocidad del dolor
Desde hace millones de años
No hay estrella que acelere
Su esplendor ni tortuga que desee
la rapidez del halcón
La lentitud también
Es una máquina celeste
Que se mueve entre nosotros
Y que no supera nunca
La velocidad
Del amor
Este es un poema del poeta peruano Jorge Eduardo Eielson, de su libro Sin título, que ahora leo en un volumen titulado Vivir es una obra maestra (Ave del Paraíso) que recoge toda la obra poética del autor.
El poema que más me gusta de Eielson es «Gardalis», que está en el libro Celebración y que es demasiado largo para transcribirlo aquí, un sostenido milagro, un largo éxtasis de fusión con la naturaleza que termina con las mismas imágenes con las que termina el «Cántico» de San Juan de la Cruz. He aquí el principio:
Camino entre mi sombra
Y la sombra de los pinos. Mi cuerpo
Es un puñado de hierba a la deriva
Y el bosque azul que me rodea
Soy yo mismo que respiro. Ya no distingo
Entre el abeto y mi barba crecida. Camino
Y cada resplandor cada penumbra
Cada cereza esmaltada
Son una cosa con mi paladar
Y con mi sexo…
Eielson nos sorprende con la posibilidad de escribir una poesía que sea plenamente musical y plenamente humana. Unamos además el elemento de la imagen y tendremos así la tríada perfecta: música, imagen, emoción. Usted, quizá, echa de menos el elemento intelectual. No debería, porque la poesía de Eielson puede ser densamente (o juguetonamente) reflexiva. Por ejemplo:
CONTEMPLO LA BASURA
Y veo una rosa
Pero no una rosa en la basura
Sino la basura convertida en una rosa
Observo una rosa y veo la basura
Que alimenta su belleza
A través de su corola y sus raíces
Así la rosa y la basura
Son la misma cosa
Porque hoy en día son basura
Y mañana rosa
Esta ha sido una de las más luminosas lecturas de mi verano, que aún no termina. Otra sorpresa (entre muchas): la «Introducción del autor» en el volumen de relatos Gifts de Isaac Bashevis Singer, donde el autor polaco discute con pasión y sentido del humor la originalidad (y los defectos) de Dios como novelista. Dios, dice Singer, es un novelista genial, aunque no faltan en su obra los pasajes hinchados y las digresiones farragosas. No puede considerarse perfecta, dice Singer, una novela que tiene tres cuartas partes de agua. Sea como sea, el sello característico de Dios como novelista es la invención, la imaginación, y también la sorpresa continua. Leemos y leemos sus obras con avidez, dice Singer, y los giros de sus tramas siempre nos asombran y nos fascinan.
¿Es eso, pues, lo que hace el novelista? ¿Intentar emular al Gran Novelista? ¿Aprender a robarle Sus trucos?
UNA REFLEXIÓN ADICIONAL
El verano se termina, y los ribetes oscuros y sucios de las obligaciones y del estrés asoman sus feos morros grisáceos y afilados por doquier. Pero este año, me digo, será diferente. Este año lograré mantenerlos a raya, y esta placidez de agosto, la maravilla de volver a descubrir las aceras de Madrid, las acogedoras, melancólicas, placenteras aceras de Madrid, después de estar una temporada fuera, me acompañará durante los meses que vienen.
Este es mi descubrimiento de los veranos casi desde que era niño: el placer de regresar a Madrid. El placer de recordar Madrid desde muy lejos. Descubrir, desde muy lejos, que en realidad en las calles y en las sombras de las acacias de Madrid sobre las aceras y en los bulevares de Madrid y en los cruces de las calles de Madrid está todo lo que uno necesita para ser feliz.