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Mientras tantoToda máquina es inútil

Toda máquina es inútil

El señor Alpeck va a la ópera   el blog de Andrés Ibáñez

De nada sirve multiplicar

La mirada o retardar

La velocidad del dolor

Desde hace millones de años

No hay estrella que acelere

Su esplendor     ni tortuga que desee

la rapidez del halcón

La lentitud también

Es una máquina celeste

Que se mueve entre nosotros

Y que no supera nunca

La velocidad

Del amor

 

Este es un poema del poeta peruano Jorge Eduardo Eielson, de su libro Sin título, que ahora leo en un volumen titulado Vivir es una obra maestra (Ave del Paraíso) que recoge toda la obra poética del autor.

 

El poema que más me gusta de Eielson es «Gardalis», que está en el libro Celebración y que es demasiado largo para transcribirlo aquí, un sostenido milagro, un largo éxtasis de fusión con la naturaleza que termina con las mismas imágenes con las que termina el «Cántico» de San Juan de la Cruz. He aquí el principio:

 

Camino entre mi sombra

Y la sombra de los pinos. Mi cuerpo

Es un puñado de hierba a la deriva

Y el bosque azul que me rodea

Soy yo mismo que respiro. Ya no distingo

Entre el abeto y mi barba crecida. Camino

Y cada resplandor cada penumbra

Cada cereza esmaltada

Son una cosa con mi paladar

Y con mi sexo…

 

Eielson nos sorprende con la posibilidad de escribir una poesía que sea plenamente musical y plenamente humana. Unamos además el elemento de la imagen y tendremos así la tríada perfecta: música, imagen, emoción. Usted, quizá, echa de menos el elemento intelectual. No debería, porque la poesía de Eielson puede ser densamente (o juguetonamente) reflexiva. Por ejemplo:

 

CONTEMPLO LA BASURA

 

Y veo una rosa

Pero no una rosa en la basura

Sino la basura convertida en una rosa

Observo una rosa      y veo la basura

Que alimenta su belleza

A través de su corola y sus raíces

Así la rosa y la basura

Son la misma cosa

Porque hoy en día son basura

Y mañana rosa

 

Esta ha sido una de las más luminosas lecturas de mi verano, que aún no termina. Otra sorpresa (entre muchas): la «Introducción del autor» en el volumen de relatos Gifts de Isaac Bashevis Singer, donde el autor polaco discute con pasión y sentido del humor la originalidad (y los defectos) de Dios como novelista. Dios, dice Singer, es un novelista genial, aunque no faltan en su obra los pasajes hinchados y las digresiones farragosas. No puede considerarse perfecta, dice Singer, una novela que tiene tres cuartas partes de agua. Sea como sea, el sello característico de Dios como novelista es la invención, la imaginación, y también la sorpresa continua. Leemos y leemos sus obras con avidez, dice Singer, y los giros de sus tramas siempre nos asombran y nos fascinan.

 

¿Es eso, pues, lo que hace el novelista? ¿Intentar emular al Gran Novelista? ¿Aprender a robarle Sus trucos? 

 

UNA REFLEXIÓN ADICIONAL

El verano se termina, y los ribetes oscuros y sucios de las obligaciones y del estrés asoman sus feos morros grisáceos y afilados por doquier. Pero este año, me digo, será diferente. Este año lograré mantenerlos a raya, y esta placidez de agosto, la maravilla de volver a descubrir las aceras de Madrid, las acogedoras, melancólicas, placenteras aceras de Madrid, después de estar una temporada fuera, me acompañará durante los meses que vienen.

 

Este es mi descubrimiento de los veranos casi desde que era niño: el placer de regresar a Madrid. El placer de recordar Madrid desde muy lejos. Descubrir, desde muy lejos, que en realidad en las calles y en las sombras de las acacias de Madrid sobre las aceras y en los bulevares de Madrid y en los cruces de las calles de Madrid está todo lo que uno necesita para ser feliz.

 

 

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