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Todo cambió en 1975

Donde se recuerda la profusa, increíble y fascinante cantidad de cambios de chaqueta de los años 70

Llevo enfrentándome unos cuantos años a la biografía de Miguel Gila, el humorista, y cada vez aparecen más escolios en el relato oficial. Fuera de mujeres despechadas e hijas abandonadas, esa cosa tan dickensiana que ha dado pie a muchos artículos sobre él, es totalmente imposible colaborar con éxito en Flechas y Pelayos habiendo militado en una organización de izquierdas. La dictadura no tuvo piedad con el militante de izquierdas, al que purgó de la vida periodística hasta bien entrados los 60.

Aquí dibujó Gila en junio de 1945. No parece estar a sueldo de Moscú….

Gila, de manera más torticera que otros, es un grano de arena de ese desierto sin oasis democrático que fue “el hombre transicional”. Decenas de biografías fueron reescritas, reelaboradas, para adecuarse a los tiempos democráticos. Blasones de antaño, que eran el orgullo de las tertulias en los sempiternos bares franquistas (“yo estuve en el Alcázar con Moscardó…”), se sustituyeron sin sospecha alguna por pines democráticos. El broche de estos, igual de mitológico, era una militancia lejana de algún primo segundo en Ávila de Izquierda Republicana.

Gregorio Morán, ese comunista eternamente enfadado, es el gran historiador de las máscaras de este periodo. Escribió, de hecho, un perfil brillante de su representante más siniestro, Haro Tecglen, pero cubrió un tanto a aquellos camaradas rojos de última hora. Es el caso fascinante de ese Vázquez Montalbán franquista a inicios de los 60 que biografió con malicia y sagacidad Arcadi Espada. ¿Cómo pudo, también, Antonio Álvarez Solís pasar de ser falangista con correaje y botas de cuero a abertzale sin boina luego de dirigir la revista de desnudos más célebre de la época?

Firmado por un ex falangista

Hay decenas, cientos, de cargos que pasaron de partidos de extrema derecha a centro, izquierda e incluso comunismo sin pliego de faltas por sus elecciones previas. ¿Cómo podía haberlo? La dictadura en sus últimos veinte años ya creía poco en su doctrina oficial, era casi imposible afiliarse al movimiento, y su única divisa era la supervivencia. Quizá todos estos chaqueteros, estos tipos que se levantaron franquistas para acostarse republicanos el 20 de noviembre de 1975, fueron inadvertidamente los mejores imitadores del dictador. En efecto, Franco había sido monárquico en los años 20, republicano en los 30, falangista en los 40 y capitalista en los 70.

Incluso, en su deceso, el odiado Sila era superior a sus copias.

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