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Todo el mundo necesita alguien a quien amar

 

 

El pasado domingo murió, a los 70 años de edad, el predicador y cantante de soul Solomon Burke. Acababa de aterrizar en Amsterdam, donde iba a actuar hoy. A Burke le tengo que agradecer bastantes cosas, entre ellas haber compuesto «Everybody needs somebody to love», un tema que mi primer grupo, Los Elegantes, convirtió en una de las claves de su repertorio, allá por los ochenta. Con él solíamos alcanzar los momentos más álgidos de nuestros sudorosos conciertos. Descubrimos a Burke cuando éramos unos chavales sedientos de música energética y con alma en una España –la de los setenta– dominada por la pachanga, los sesudos cantautores y el virtuosismo amanerado y vacío del rock progresivo.

 

No pretendo aquí contarles la vida y las excelencias de este enorme personaje, que para eso ya tienen a San Google, pero les puedo decir que no olvidaré jamás la primera vez que le vi en directo. Fue en el año 2003 y se presentaba en España con su recién estrenado disco «Don´t give up on me», una obra maestra para la que habían compuesto canciones pupilos tan aventajados como Bob Dylan, Elvis Costello, Van Morrison, Brian Wilson, Nick Lowe o Tom Waits, y a la que el productor Joe Henry supo dotar de un sonido estremecedor por su sencillez y honestidad. El disco ganó un Grammy en 2002 y supuso el regreso del cantante al primer plano de la escena musical después de décadas alejado de los éxitos. Un Solomon Burke ya con 63 años, artritis y cerca de 200 kilos de peso, –tenía que subir al escenario en ascensor y permanecer sentado durante todo el concierto–, pero con una voz, una actitud y una banda que ponían la piel de gallina.

 

He asistido a muchos conciertos en mi vida, algunos soberbios, pero quizás ninguno tan memorable como aquél. Burke no sólo poseía la voz más perfecta del soul, unos músicos admirables y un sonido espectacular, sino también el don de meterse al público en el bolsillo desde el primer tema. Al poco de empezar el concierto, pidió a los de seguridad que retiraran las vallas de protección para que pudiéramos acercarnos más. Necesitaba sentirnos cerca, dijo. No contento con eso, en los últimos temas nos invitó a subir al escenario. Acabó el concierto rodeado de gente respetuosamente sentada en el suelo junto a él, asistiendo pasmada a la escalofriante liturgia del soul, que él y su banda oficiaban como nadie.

 

Ya les conté en un post anterior que siento una sana mezcla de envidia y admiración por aquellos mayores a quiénes la muerte sorprende activos y dispuestos, por los que no se dejan vencer por la desesperanza de la edad y acaban sus días dando a los demás lo mejor de sí. A modo de homenaje a los que no se jubilan nunca, les dejo en compañía de Burke junto a otros admirables compañeros de generación, The Blind Boys of Alabama.

 

Se me olvidaba: el fallecido deja, censados, 21 hijos, 90 nietos y 19 bisnietos.

 

 

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