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Todo es oscuridad

Miro, me asomo al mundo y no veo nada. Abro los ojos y te veo reflejado en mí como una gota de lluvia en el tejado. Grito pero sé que no me oyes. Miro y ya no estás. Te empeñas en salvar el mundo con el disfraz de un súper héroe trasnochado mientras yo hago autostop por las carreteras de mi cabeza. Saltas al vacio, una vez y otra. Sin red. Y así siempre…

Despierto sobresaltada. Nerviosa. En mi duermevela, te busco a tientas, te hablo, te cuento mis temores sin saberlo. Mis pensamientos se enredan en medio de signos de puntuación que vuelan, nubes que lloran, dudas que me matan en este laberinto de lágrimas.

Sin hacer ruido me coges del brazo y me invitas a acompañarte atravesando caminos de bruma. Una jirafa nos mira en la noche. Todo es oscuridad. Finges no saber de que hablo. No entiendo, me dices. Entender esta letanía silenciosa en medio de la confusión, es difícil, casi un milagro y más cuando se trata de entenderme a mí. Entenderme es una locura que pocos logran hacer suya. Complicada tarea incluso para mí misma.

Ya no siento tu mano. Justo ahora que te he perdido y te extraño en tu lejanía, quiero tenerte. No logro que nuestros pasos sigan el mismo ritmo, me cuesta alcanzarte, andamos descompasados, descompensados… Siento nostalgia de cuando corríamos juntos. Siento nostalgia de esos días confusos que fueron nuestros en medio de la nada, de esa espalda que ya no será nunca más mi aeropuerto. Y rio. Al poco lloro. Mi sombrero bajo la lluvia es aún más gris, todo se torna gris cuando no estás.

Quiero tenerte, vuelve, te digo. Y es entonces cuando me doy cuenta que daría cualquier cosa por retenerte, por estirar un brazo y tocarte, pero ya es tarde. Una barrera invisible nos separa. Te has ido.

 

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Foto: Claire Quigley

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