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Mientras tantoTodo funcionó a la perfección

Todo funcionó a la perfección


 

El miércoles siete de agosto podría haber sido un día como otro cualquiera. De hecho lo fue, no hay que olvidar que un día cualquiera también tiene sus acontecimientos. Sin embargo a veces quedan señalizados con fecha y hora acontecimientos que hacen de un día cualquiera un día cualquiera peculiar.

 

Ese miércoles, que podríamos habernos levantado, vestido y desayunado pensando nada más que en nuestra idiosincrasia, algunos decidimos prestar atención a una sección particular de las noticias o del telediario.

 

De entre todos los titulares de la vida diaria destacan los desagradables y los que nos roban inocencia, sin embargo se debe reconocer que leemos con inusitado detalle aquellos titulares que nublan nuestra imaginación con una metáfora sobre las posibilidades de un futuro más brillante, menos cruel, más singular. Si, además, esa metáfora tiene el aspecto mitológico de realzar hasta la idealización nuestras capacidades como especie, entonces el cerebro encuentra un placebo misterioso que tomar en el descanso matutino. Sobre esto el ser humano occidental construye la escapatoria de sus visiones terroríficas nocturnas. Un nuevo sol: el robot que un año atrás aterrizó en marte.

 

El martes seis de agosto del 2013 hizo exactamente un año que el aclamado robot Curiosity llegó a la tierra marciana y comenzó un viaje del que lleva andados aproximadamente kilómetro y medio (una milla). Poco es para una criatura de la tierra, sin embargo Curiosity parece uno de aquellos personajes de las novelas o de las películas que dedican su tiempo a vivirlo todo intensamente, en esa milla se lo ha pasado en grande:

 

Comenzó por mandar fotos recién llegado al planeta. Los científicos de la NASA no se esperaban que las fotos llegasen de forma tan temprana pues la sonda espacial a la que le envía las imágenes, Odyssey, puesta en la órbita de Marte en 2001, solo iba a estar unos instantes en comunicación con Curiosity.

 

Esa fue la primera muestra de eficacia del aparato, aparte de superar los llamados siete minutos de terror y aterrizar a la perfección, como el aparato mismo publicó en Twitter a su llegada. Durante su estancia ha recolectado pequeñas muestras del planeta para el análisis humano y el hallazgo más significativo que ha sido llevado a cabo gracias a su trabajo ha sido la afirmación a la pregunta sobre si se puede hablar de agua en Marte.

 

Haciendo halago de la cualidad de Adán, la NASA se ha permitido ser deliberadamente indulgente en cuanto a la nomenclatura de las identidades que se presentan en el nuevo paraíso. La llanura en la que Curiosity realizó su trabajo de perforación fue denominada la Bahía Yellowknife, y la roca que finalmente agujereó, John Klein, el nombre del director del Proyecto Curiosity. Como jugando en el recreo, el terreno es creado según el nombre y lo que pasa allí, dentro de John Klein se encuentra la fuente de la vida. ¿Se encuentra?

 

El polvo de roca gris que extrajo de la roca es la conexión que guarda el planeta Marte con una versión antigua de sí mismo, una versión sin color rojo, una versión de un planeta que en algún momento estuvo en su totalidad bajo el agua. La intensa radiación de Marte destruye la presencia de lo orgánico y sin embargo se han encontrado con este trabajo minerales que demuestran la resistencia de un ambiente libre de los iones radioactivos durante un tiempo largo. Se han encontrado en ese polvo de roca nitrógeno, hidrógeno, oxígeno y carbono. Curiosity está entonces explorando un terreno en el que se podrían haber generado los componentes químicos y la energía necesaria para la existencia de microorganismo vivos.

 

Y ahora, maravillados por el descubrimiento, para indagar acerca de algo más, como de fósiles, Curiosity se ha quedado obsoleta, hay que enviar otra máquina. La curiosidad mató al gato (aquí me permito un cliché), no está claro que la celebridad marciana vaya a sorprender mucho más. Sin embargo, por supuesto, la máquina sigue trabajando.

 

Una máquina más trabajando en el planeta rojo, antaño, por lo visto, no tan rojo. Una máquina más de esas que los científicos estadounidenses llaman rovers, vagabundos. Ese concepto quizá defina un poco más a las máquinas anteriores que tomaron tierra en Marte. Curiosity es como Londsome Rodhes, el protagonista de A face in the crowd, uno más que sin embargo es lanzado al azar al estrellato.

 

Es cierto que Curiosity es una nave tres veces más pesada y dos veces más grande que las últimas que lanzó la NASA. También es verdad que tecnológicamente ha sido considerada superior. Sin embargo no es la única existente, ni la única que sigue trabajando.

 

Después de los fallidos Marsnik rusos y algunos Mariner estadounidenses, Mariner 4’ fue la primera astronave que, en 1964, voló hasta Marte y trajo de vuelta información sobre el planeta. Mars 2, en 1971, llegó a posarse en la tierra marciana, pero solo extrayendo de su viaje 20 segundos de datos informativos. En 1975, Viking 1 y Viking 2, ambos de la NASA, llegaron a aterrizar en Marte realizando experimentos en la superficie y llegando a dejar a los científicos unas 16.000 imágenes sobre esa superficie, ambas trabajando hasta los ochenta.

 

En 1996, los rusos, después de ver caer su Mars 96 en el Océano Pacífico se alejaron de los experimentos espaciales marcianos. Sin embargo otras partes del mundo se aventuraron a un planeta que continuaba resistiéndose a dar toda la información que se esperaba obtener. Nozomi fue un intento de Japón de 1998 que no llegó a pesar de todo a orbitar en Marte. En el 2003 la European Space Agency (ESA) colabora con la NASA para lanzar otro robot, el Beagle 2 que, a diferencia de lo que ocurrió con el sabueso de Darwin, se extravió y perdió el contacto con su astronave Mars Express, la cual sigue orbitando.

 

Otros vagabundos han perdido el contacto con su hogar espacial creado en la Tierra, la NASA perdió tres naves que aterrizaron en la superficie en 1999 por el experimento The Mars Polar Lander. Sin embargo se han vuelto a mandar cacharros con los que no han perdido la relación de trabajo: la astronave Odyssey, lanzada en el 2001, y los robots Spirit y Opportunity, que aterrizaron cada uno en un lado opuesto del planeta en enero del 2004 y que siguen trabajando por allí. Ambos fueron diseñados para hibernar y dejar de ser funcionales en tres meses, sin embargo Spirit dejó sus operaciones en el 2001 y Opportunity sigue siendo una herramienta de trabajo. De hecho, en mayo de este año la roca que estaba perforando, Esperance, proporcionó también, como la roca de Curiosity, evidencias minerales de un antiguo medioambiente en Marte húmedo dónde las posibilidades de vida fueron favorables.

 

En la cuenta de Twitter de Curiosity se publicó también el hallazgo que provino de la máquina Opportunity. Sin embargo esto no captó la atención mediática que sí captó John Klein y su polvo gris. En la historia de la intervención del ser humano en Marte se encuentra una fábula que tiene como moraleja la verdadera realidad de la historia narrada por las personas: los acontecimientos tienen una voz, un nombre, una cara o una anécdota que recordar, y entonces se hace grande, pasa de fruto  de la causalidad a evento, de cotidiano a extraordinario. La historia se inventa algo único de la pluralidad de la realidad, la historia sigue siendo mitología encubierta.

 

En cuanto a la atmósfera de Marte, a su tierra, a su pasar de un momento a otro, a su existencia, nada podemos saber. Se llena de basura que va a desintegrarse allí.

 

Interiormente a las máquinas mismas se llena de códigos que se convierten en datos para los hombres. Datos interpretados de antemano que se convierten en un diario de la experiencia de las máquinas. Pero exteriormente a ellas: la incógnita. ¿En qué se está convirtiendo Marte? ¿Cómo es formar parte de Marte ahora mismo?

 

En este momento hay por lo menos siete máquinas allí, haciendo un ruido que hipotéticamente no se escucha por allí.

 

Marte forma aún parte de lo inerte, por eso la ciencia busca señales de vida por allí, aunque sea vida ya inexistente, para poder seguir contando una historia sobre Marte y que no sea simplemente un pozo donde van a parar sus máquinas. Se busca una respuesta.

 

Es muy difícil al hablar de la historia de la ciencia espacial en Marte no encontrar analogías con la descripción de Stanislaw Lem de la relación del hombre con el planeta ficticio Solaris: años y años lanzando experimientos, intentando contactar con el planeta en el cual, en un principio los experimentos obtienen una respuesta solariana, pero luego llega un momento en que dejan de recibir nada y el planeta parece haberse aburrido de los intentos humanos de comunicación. Uno de los científicos que quedan todavía en una astronave por allí suelta un discurso sobre la curiosidad del hombre sobre el espacio, un discurso que afirma que lo único que busca en hombre es un espejo, no un planeta ni una vida extraña, sino una copia de sí mismo.

 

Da que pensar que en Marte se busque únicamente el ambiente que pudo tener el planeta o no para albergar lo orgánico, que son los ladrillos sobre los que se levanta toda posible vida en la Tierra. No se estudia simplemente su pasado, quizá una forma de movilidad anterior, un ente que ahora no exista, existiera entonces en ese planeta y tuviera de alguna manera la misma posición en la escala jerárquica de la existencia que la posición que tiene la vida en la Tierra, solo que en este caso la escala sería construida por las formas existenciales marcianas. No se trata de eso.

 

En el fondo se trata de un diálogo de sordos, por mucho que la ciencia se acerque a encontrar similitudes entre Marte y la Tierra en cuestión de entidades o de formas, incluso aunque se encontrara algo que en el pasado pudiera haber sido análogo a la vida terrestre, sería solo una parte de un rompecabezas que nunca se va a poder resolver del todo porque no se tiene la visión exterior: todavía no se ha enviado al hombre a vivir allí.

 

Cuando John F. Kennedy pronunció el discurso que autorizaba a enviar a los hombres a la Luna, hablaba de escoger hombres en vez de robots en favor a la libertad humana, la cual solo se incrementaba si el ser humano verdaderamente llega allí. Esto tiene su parte de razón. Puesto que no se puede saber sin perspectiva humana, llegará un momento, como pasaba en Solaris, que de Marte no se podrá sacar más información.

 

Cuando llegue ese momento lo único que quedará por contar es la posible experiencia que el hombre puede tener si comienza su vida en Marte. De esta forma los científicos de la astronave que queda en Solaris dejan de trabajar en sus investigaciones primitivas y pasan a un segundo momento: a vivir con lo que el planeta le ofrece como hábitat humano. Los llamados visitantes en el libro no son más que una representación literaria y humanizada de los límites del conocimiento humano y de su perspectiva sobre la realidad: solo se puede ver y conocer aquello a lo que se está capacitado de ver y conocer. Lo que les presenta Solaris son réplicas de humanos que a la vez son diferentes de los humanos pero se parecen a personas conocidas por los científicos. No hay una respuesta final sobre el planeta, solo esa interactuación, solo esa relación con los visitantes que no alcanzan a comprender del todo pero que tampoco son enteramente ignorantes de qué son y cómo funcionan. En el libro de ciencia ficción pueden destruir a esos visitantes, pero deciden no hacerlo. De la misma manera se puede dejar Marte en el olvido cuando se tenga la impresión de que nada más se puede averiguar de ella o se puede seguir en convivencia con el planeta, seguir jugando, mandar humanos.

 

Curiosity, máquina con una cara mediática afable, alegre y positiva, ha sido el primer robot lanzado a Marte en un tiempo en el que la sociedad occidental está obsesionada con los fenómenos de masas virtuales y con la interactuación en la red. Su aterrizaje estuvo seguido por muchísimos dispositivos electrónicos, solo hace falta recordar la pantalla gigante de Times Square. Yo misma programé mi despertador para verlo (aunque para bien o para mal me quedé dormida).

 

Curiosity, a diferencia de los demás vagabundos, es una máquina con cuenta activa de Twitter la cual lanza mensajes en primera persona, una máquina que utilizó tecnología sofisticada para hacerse un autorretratro, una máquina que, según su cuenta de Twitter, fotografía atardeceres y les pone las fotografías una música melancólica acorde con el momento que se supone que está pasando en la fotografía. Curiosity, como se apunta en el reciente artículo de la revista The Atlantic es la prueba física existente de una neurosis humana que se está desarrollando cada vez con mayor intensidad:

 

Se parte de la animación de lo inanimado, lo cual es una fase temprana del aprendizaje humano que se deja atrás madurando o se convierte en una neurosis del adulto. Sin embargo como la animación en este caso se realiza de forma mediática, se toma a broma, a un pequeño permiso para explicar el trabajo de los científicos. La broma, la neurosis, esconde la verdadera realidad: el poder o la capacidad de conocimiento y de acción del hombre es limitado.

 

Con el desarrollo invasivo de la tecnología se ha entrado en un mundo con unas indudables nuevas presencias: los números y los códigos ya son identidades (por ejemplo los localizadores de la red), las máquinas también. El ser es de ellas también, se lo dio el hombre.

 

Nos enfrentamos a problemas existenciales que por el momento no tienen definición: Estas nuevas entidades de la existencia son alegóricas, representan una idea de una esencia perfecta (eso es lo que nos atrae, como es inerte, no tiene la imperfección de lo viviente). El problema es que lo perfecto es un concepto que no corresponde a nada real y, llegará el momento en que lo que se considera perfecto falle.

 

Se le da a una máquina una personalidad, un carácter, un sistema de emociones, y entonces subconscientemente (o no tanto) se le considera uno de los nuestros. La máquina en el imaginario humano representa la perfección, todo lo que pueda hacer, lo hará sistemáticamente, sin dubitaciones, sin errores. Debido a esto, si la máquina que mandamos es insuficiente o no funciona, se vuelve a mandar una mejor (y, si cabe, más grande).

 

Dándole una historia vital a la máquina (y pudiendo más adelante hacer una biografía póstuma de ella) se le da un lugar en la historia humana, se toma relación con ella como una unidad con significado propio, el medio se convierte en un fin en sí mismo y por lo tanto alcanza una dignidad. ¿Qué ocurrirá cuando el robot se pierda o se rompa?

 

La realidad es que mientras tanto el humano se olvida de sí mismo, de sus capacidades, mientras lo haga una máquina, no lo hará él. Mientras Curiosity siga hablando por las redes sociales, la experiencia en el espacio solo podrá ser considerada desde la interioridad terrestre, nunca desde la propia perspectiva marciana. Solo se mandan fantasmas que nos devuelven el reflejo de lo que tuvimos siempre, solo se mandan historietas de lo inerte, de lo que no se contempla desde dentro, sin hipótesis condicionales. Con Curiosity hay que tener el cuidado necesario para que su función no nos parezca nunca suficiente, y nunca perfecta o terminada, por mucho que los directores mediáticos lo llenen todo de fuegos artificiales

 

La neurosis es lo que aleja a las personas de la realidad, de la realidad humana. Si se vinculan las emociones humanas a las unidades tecnológicas, se genera una dependencia de lo vivo con lo no vivo, una dependencia en el que el único que puede perder algo es el ser viviente. En estos parámetros cabe la posibilidad que, en efecto, en algún momento las máquinas se vuelvan en contra de la supervivencia del ser humano. 

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