Cuando la abdicación me sentí arrastrada en medio de una “ola comunicante”, una especie de orgía periodística (y la cosa sigue, claro). Las radios contaban cómo habían vivido la cosa, sin duda una sorpresa para (casi) todos. Sentí algo parecido a la vergüenza. Ocurría algo que me enseñaron que nunca debe ocurrir: que el periodista sea parte de la noticia.
Frases como “¿qué estabas haciendo tú en ese momento?”, o “salí a la calle y todo me parecía irreal” (¡!). “M. M. [una periodista] tiene el timing de las 24 horas que han cambiado el rumbo de España” (¡si fuera verdad!). La “com-ple-ji-dad de la grabación del mensaje” del Rey. Lo “impresionante” que era el “rosario de llamadas”. Por supuesto, satisfacción a chorros por el impacto internacional. Mucho menos sobre las posibles causas o consecuencias. Tampoco tanto sobre la trayectoria de Juan Carlos I. Sobre la marcha, recogí también un hermoso “costitucional”, que nunca está de más. Dejo para otro día la Ola Comunicante II: La Proclamación.
La noticia se transformaba en la “noticia para-sí”, en el hecho de la noticia para sus trasmisores. ¿El medio es el mensaje? No sé por qué me recordaba a las sirenas de la policía cuando pasan ululando, que más que paso que voy a por los malos a mí me parece que dicen somos los polis, todo el mundo quieto. También aquí el medio es el mensaje. Vamos sobrados de razón de Estado.
Y me chirrió (no soy la única) la frase “He decidido abdicar la Corona de España”, pero no sé por qué… ¿porque hay que abdicar en? Sin embargo el diccionario dice simplemente que es transitivo. Volví a escuchar construcciones que han hecho fortuna, tonterías caprichosas que sólo denotan ignorancia y seguidismo lingüístico, como granjear en vez de granjearse, enfrentar y entrenar (secciones de Deportes) en lugar de enfrentarse a y entrenarse, etcétera.