Te das de bruces con una tú que olvidaste, que quisiste incinerar, que también los demás botaron. O peor: que aquella imagen que la realidad, no muy bien iluminada, daba de ti, te instaló en el olvido. En fin, sea lo que sea, se refleja en los espejos mustios de la desmemoria. Y aun así aparece, la muy cabrona. Y resulta complejo acallar sus aullidos.
Todo vuelve. Tal vez sea difícil entender qué valor tiene el rememorarse a una misma en ese estado de ánimo, pero yo sí que lo entiendo. Creo que siempre es aconsejable mantener una relación cordial con la persona que éramos en el pasado, da igual que nos resulte una compañía atractiva o no. De otra manera, esa persona aparece sin avisar y por sorpresa, se pone a aporrear la puerta de la mente a las cuatro de la madrugada de una mala noche y exige saber quién la abandonó, quién la traicionó y quién va a reparar el daño causado. Nos olvidamos demasiado deprisa de las cosas que nos creíamos incapaces de olvidar. Nos olvidamos de los amores y de las traiciones por igual, nos olvidamos de lo que susurramos y de lo que gritamos, nos olvidamos de quiénes éramos.
Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion.