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Todos donde Olegario

 

Olvídense de la Costa Azul, de los decadentes balnearios donde se reúnen princesas y eunucos lameculos; rechacen Barbados como punto de encuentro de la alta élite harta británica; pasen de las invitaciones a los suburbios del solitario Marivent y de sus fantasmas de corrupción, cuernos y secretos confesados.

 

Hemos localizado el nuevo centro epicéntrico de la riqueza mundial. Sus 2.408 habitantes son parte de una élite, solo compartida con sus vecinos del municipio de Beatriz, con la mitad de habitantes. Estos son los dos únicos pueblos gallegos que superan la media de renta per cápita de España. Es más, la duplican, y triplican la de Galicia.

 

No es casual, Avión reproduce la historia rentista de la España conquistadora, de los emigrantes que hacen “las Américas” y luego vuelven para sacar pecho y ayudar a vecinos y familiares. Avión es el hogar del clan de los Vázquez Raña y su lugarteniente, Olegario, invita a sus amiguetes para que vuelvan a contactar con humanos normales y puedan hacerse fotos exóticas cargadas de cordialidad y ‘normalidad’. Allí ha estado estos días Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, que parece que sabe jugar dominó; hace una semana hizo escala con su avión oficial, el que pagan todos los ciudadanos, el presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, descendiente de italianos y rey de un imperio de supermercados y medios de comunicación que aspiran a ser como el de Olegario Vázquez Raña, el Grupo Empresarial Ángeles.

 

Al grito de “todos donde Olegario”, los ricos de dudoso cuño (¿los hay transparentes?) dedican el verano a parecer normales y, de paso, hacer nuevos negocios. La verdad es que sé poco de los Vázquez Raña, pero sí sé cómo han hecho sus fortunas Slim o Martinelli. Y no son normales. Son gente de especial ambición, capaces de aprovechar las “oportunidades” que generan la pobreza, la desigualdad y las privatizaciones de lo público y sin límite a la hora de meterse en nuevos saraos. Olegario, del que menos sé, sabe lucrarse con la sanidad privada en México, lo cual es como montar una oficina de derechos humanos privada a las puertas de un campo de concentración.

 

Me importa un pimiento de padrón que estos personajes jueguen al dominó, tomen calimocho o besen a las viejitas del lugar. Me da un poco de vergüenza que en el siglo XXI sigamos esperando a los indianos para que inviertan y levanten las economías de los pueblos perdidos de donde salieron sus antepasados con una mano delante y otra detrás.

 

Estamos en la mafiocracia y los ‘padrinos’ se pasean impunemente.

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