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Todos nosotros

 

 

Un amigo que vive ahora en la otra punta del mundo, en Montevideo, me mandó un email el viernes. Lee esto, me decía. Y lo hice, claro. Porque me lo enviaba él, pero también porque el texto se llamaba ‘Rotos‘.

 

Decía:

 

“Es extraño, pero cada vez que abordo algo así creo que pierdo más lectores, porque nombrar la tristeza no paga, pero no puedo renunciar a decir que en Montevideo transita una banda enorme de desahuciados que no aguanta más, señores, que está hasta la médula…”.

 

El texto, obvio, no es un alegato a la alegría sino una exhortación a llamar las cosas por su nombre. A hablar, como el título del libro de Carver, de “todos nosotros”.

 

Es decir, todos los que, en Montevideo, Barcelona o Madrid comemos todos los días, tenemos un techo y las necesidades básicas cubiertas. Los que tenemos ya treinta y tantos y no podemos pagar un alquiler y, por eso, compartimos un piso. Los multiempleo rebautizados como freelance porque queda mejor en inglés. O “los que pagan su daikiri con 14 horas de trabajo”.

 

Hace poco una periodista me preguntó por la ausencia de realidad –entendida ésta por política y actualidad– en lo que escribía. Le contesté que la crisis, a mi entender, la llevábamos todos dentro y se llamaba incertidumbre. Y en ocasiones, sobre todo en estos días de lluvia en los que no hay filtro de Instagram que valga, hay dos opciones: o morimos de tristeza o miramos para el otro lado. Así que por interés propio y supervivencia, solemos quedarnos con la segunda opción.

 

Pero no lo contamos. Que no se entere nadie. Y si lo hacemos es a medias o colgando un poema en Twitter de Karmelo C. Iribarren para que parezca menos yo y más el otro. Y andamos siempre a vueltas con las expectativas, con ese miedo tan profundo e incómodo al fracaso, aunque Bukowski siga susurrándonos la cantinela de “si vas a intentarlo ve hasta el final, de lo contrario no empieces siquiera”. Pues Charles, ya ves: aquí nos cuesta todo un poco más.

 

Estamos un poco rotos. Atragantados entre dos guerras, la de dentro y la de fuera. Atrapados en “un juego indómito, el cruce constante de hermosos perdedores que no dicen su pérdida ni su hermosura”.

 

*La fotografía es de ©Leodileo

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