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Todos tenemos que tener nuestro Paquito

 

La frase que titula este post no es mía. Que es de mi amigo Fer, y lo tengo que decir antes de nada que luego me vienen con los derechos de autor y todas esas memeces. Derechos de autor… juas juas.

 

Pues eso, que Fer me contaba el otro día que un amigo de un amigo (este enunciado uno lo utiliza cuando está hablando de uno mismo pero no quiere que se sepa) tenía un Paquito. Que venía a ser un chico, en este caso, con el que follaba de vez en cuando. Un polvo de estos de fondo de armario. Un polvo de recurso, vaya. Que su amigo le llamaba cuando le picaba la entrepierna y la conversación era breve, porque lo bueno, si breve, dos veces bueno: “Paquito, ¿qué haces esta noche? ¿Vienes a casa?”. Y ya está. Y cogía Paquito el metro o lo que fuese y a casa del otro a pasar un ratito agradable. Entonces Fer añadía: “Todos deberíamos tener nuestro Paquito”.

 

Pues sí, pensé yo. Evidentemente. Todos y todas (de repente me siento un poco Pedro Sánchez pero sin sonrisa Dentiflor) deberíamos tener un polvo de fondo de armario, un básico, de estos que sabes puedes llamar en caso de necesidad urgente. Un Paquito en la agenda.

 

Este post, por si no lo habéis entendido aún, es una oda al Paquito. A ese chico o chica que tienes en el directorio del teléfono o incluso, en la agenda de papel, si es que quedan, y llamas siempre que quieres follar y no tienes nada mejor a mano. Y viene, porque el Paquito es fiel.

 

El Paquito sabe de su condición de “polvo de fondo de armario”, pero le da igual. Porque él o ella son felices así, no necesitan más artificios, no necesitan otra cosa complicada. Es más: quizás sea probable que sea el Paquito de varios a la vez, porque tampoco nos vamos a poner posesivos. ¿No?

 

Yo, como posible Paquita que puedo ser de alguien, lo que sí quiero decir es que a los Paquitos, por mucho que sean una chaqueta negra de las que te salvan la noche, también hay que cuidarlos hombre. Lo digo porque hace relativamente poco (quiero decir, hace dos días), un amante esporádico de verano (de verano porque es temporero) tras ignorarme durante todo el estío, de repente apareció de nuevo en mi vida, como el Guadiana, pretendiendo volver a follar.

 

Mira que follábamos bien, todo hay que decirlo, porque había buen feeling con Mister Anaconda (le llamaba así, con mis amigas, porque la primera vez que se bajó los calzoncillos apareció allí una mata de vello púbico que parecía aquello el Amazonas. Y claro, ¿qué hay en el Amazonas? Pues serpientes. Pues el Anaconda… Que digo yo que también se podía haber recortado un poquito el vello, un pelín. Un pelín los pelos, anda, mira, qué de tonterías me salen esta tarde).

 

Muy amablemente (léase mi ironía) decliné su invitación a coitar de nuevo. Es más: me dijo que eligiese entre un café o un buen polvo. Así, muy seguro de sí mismo, en el estilo guarriporter de “ésta no va a poder resistirse a otro polvo conmigo”. Y aconsejada por mi amigo virtual Christian contesté: “Por supuesto, un buen café”. Que parecía aquello un anuncio de Nespresso, solo me faltaba el Clooney.

 

No, Anaconda no. Los buenos polvos, los polvos de fondo de armario, los Paquitos y las Paquitas, hay que cuidarlos también. No digo que les mandes bombones, o entradas para la ópera, aunque esto último estaría bien. Pero un mensajito de vez en cuando, un “tengo ganas de ti”, un “te comería entero”… Unos mínimos con los Paquitos hombre. Que si no, luego, se te caen de la agenda. Y mira que es triste una agenda sin Paquitos…

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