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Tolerancia y barbarie

En política internacional nada es como parece. La Unión Europea
negocia un Tratado de Libre Comercio -esa carta para la explotación y
el beneficio de los mismos- con Colombia. Imagino yo, encharcado en una
ingenuidad bruselesca, que debe ser para potenciar la «seguridad democrática» que ha elevado a los tronos a San Uribe del Ubérrimo -no se pierdan el libro de Iván Cepeda-, ese avance incomparable de ese país donde habita Sísifo y unos cuántos aficionados a empezar de cero.

Pero resulta que en la Colombia que apoya España y otros países europeos
acaban de celebrarse elecciones y que el Congreso ha quedado habitado,
como mínimo, por un 30% de parlamentarios que mantienen conocidas
relaciones con paramilitares o narcotraficantes (casi lo mismo). Nadie
ha dicho nada, cero escándalo, ninguna declaración solemne de los
demócratas y avanzados cancilleres europeos, nada. Nada, nada más que
una cortina de humo.

La tolerancia hacia la barbarie colombiana es indignante. Quizá tenga que
ver con los enormes intereses económicos de las casi 150 empresas
españolas en ese país (Telefónica, Gas Natural, Agbar, BBVA, Banco de
Santander, Canal de Isabel II, Prisa, Planeta, Endesa, Unión Fenosa,
Cepsa, Repsol, etcétera). Es probable, que en algo influya que desde
hace años España figura como el segundo o el tercer inversionista
extranjero en Colombia, siempre después de Estados Unidos.

Quizá haya que confiar en el Doing Business 2010 del
Banco Mundial (BM) -esa institución protectora y tierna como el lobo de
Caperucita-. Según los gurús del Banco Mundial, Colombia es el país de
Latinoamérica que «más protege a los inversionistas», aunque sea
incapaz de proteger a sus ciudadanos, que mueren a manos de su propio
ejército (los falsos positivos, los desplazamientos masivos…), de la
delincuencia común, de los paramilitares o de la guerrilla. También
dice el BM que Colombia es el país de Latinoamérica «más amigable» para
hacer negocios, aunque la propia Comisión Económica para América Latina
y el Caribe (CEPAL) señale que el 45% de los colombianos subsiste en la
pobreza y que el 18% vive en la indigencia.

Me declaro intolerante con la barbarie y con los que la toleran. Confieso que me
da asco que después de toda la información que se ha conocido sobre los
vínculos del gobierno colombiano con los paramilitares, después de
tanta muerte inútil y de tanta denuncia nacional e internacional, nada
cambie y Europa -acostumbrada a la gestión de la doble moral- no se
comporte como un bloque democrático en lugar de como un bloque
económico.

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