Camino de Tolosa (me van a permitir que utilice, cuando ello sea posible, la fórmula consagrada en nuestra lengua de los nombres de las ciudades francesas e italianas) dejamos a un lado el Campo de Muret, el Kosovo Polje de los albigenses, donde mordió el polvo ante los cruzados de Simón de Montfort lo mejor de la nobleza occitana y aragonesa, descollando entre todos los caídos el rey Pedro II de Aragón, quien tuvo, noblesse oblige, que ir a defender a sus vasallos occitanos, por muy albigenses que fueran. El vencedor de la jornada, el poderoso señor feudal del Norte de Francia e Inglaterra, Simón de Montfort, V Conde de Leicester, se convertiría en vizconde de Béziers y Narbona y encontraría la muerte en el asedio de Tolosa, cuando al tratar de proteger a su hermano Guy, le arrancó la cabeza un proyectil enviado desde una catapulta tolosana servida por un destacamento de mujeres. Una inscripción en los jardines de Montoulieu recuerda este acontecimiento:
“Durant le siege de Touolouse au cours de la croisade contre les albigeois Simon de Montfort trovva ici la mort en 1218. La pierre vint tout droit la ou il fallait [en francés]. Venc tot dreit la peira lai on era mestiers [en occitano]”
El trovador Raimon Escrivan, presente en Tolosa durante el asedio, escribió una cansó, Senhors, l’autrier vi ses falhida, sobre este episodio. El poema adopta la forma de una tensó, es decir una tensión o debate jocoso, entre dos máquinas de asedio, un trabuquete, fundíbulo o almajaneque, pieza de artillería gruesa de los sitiados, y una gata, la pieza de artillería de los sitiadores. Para elevar la moral de los sitiados, el trovador le dio la victoria en la tensó a la máquina de los tolosanos:
IV. Y cuando la hubo visto y conocido dijo el trabuquete: “Gata hocicuda, yo os abatiré pronto”. Y le da delante del morro un golpe tal que lo destroza completamente. Luego le dice: “Necio juicio tienes, gata, que conmigo haces pelea; yo te lo daré ver en seguida” [1]
El Conde de Tolosa, Raimundo VI, años antes de la jornada de Muret, había sido acusado de contemporizar con los herejes cátaros y terminó siendo excomulgado en 1208 por Inocencio III poco antes de predicar su famosa Cruzada contra los cátaros en comandita con el Rey de Francia Felipe-Augusto, soberano teórico del Conde de Tolosa y de los vasallos del Conde de Tolosa. Antes de que lleguen los cruzados ante los muros de Tolosa, Raimundo consiguió que le levantaran el castigo humillándose públicamente en paños menores en el patio de la iglesia de Saint-Gilles el 19 de junio de 1209. A partir de ese momento, habiendo protegido con su gesto sus tierras, acompaña a los cruzados como un convidado de piedra más que como un combatiente. Los primeros golpes de la Cruzada, como el asedio y la toma de Carcasona y sobre todo la toma y la terrible, implacable masacre de Béziers –de la que hablaré un poco más adelante- empezaron a inquietarlo y lo impulsaron a contemporizar con el jefe militar de la Cruzada, Simón de Montfort, y los legados papales, lo que no le librará de volver a ser excomulgado en 1211 en el Concilio de Montpellier, en el que además se entregaron sus tierras y sus títulos a Simón de Montfort. Con cada vez menos margen de maniobra, Raimundo VI rindió homenaje y se hizo vasallo de Pedro II de Aragón. Junto con el Conde de Foix y otros importantes señores del mediodía, Pedro II y Raimundo fueron derrotados de modo inapelable por la hueste mucho más disciplinada e implacable de los cruzados. Pedro II de Aragón, héroe de las Navas de Tolosa, murió en el campo de batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213. Tras ser incapaz de impedir la toma de Tolosa en junio de 1215, Raimundo VI de Tolosa se exilió en la Corte de Aragón, en Barcelona.
Estamos en el epicentro de un cuadrilátero cátaro que bien me gustaría recorrer con parsimonia: Tolosa, Carcasona, Béziers, Narbona. Montségur y Muret, y decenas de lugares más. Toda una geografía mítica. Y en estas tierras está el arranque de mi propia geografía mítica. En mi niñez disponíamos en mi escuela de un libro de lecturas infantiles para aprender a leer en voz alta. No había demasiado donde elegir. Pero yo encontré una joya que configuró mi vida, como si se hubiese tratado de una sors vergiliana. Aquel libro de lecturas siempre se abría por la misma página: un relato acerca de la Primera Cruzada. Leí tantas veces aquel relato que llegué a aprenderlo de memoria. Urbano II, Godofredo de Bouillon, Balduino de Flandes, Eustaquio de Bolonia, Hugo de Vermandois, Roberto de Flandes, Roberto de Normandía, Bohemundo de Tarento, Esteban de Blois y Raimundo IV de Tolosa, el señor feudal más poderoso del sur de Francia, más poderoso que el propio rey de Francia, de quien era vasallo. Raimundo, Conde de Saint Gilles y primer Conde de Trípoli en Siria [2], era conocido por los árabes como Sanjil [3], por ello su fortaleza en Trípoli recibió el nombre de Qala’at Sanjil (“El Castillo de Saint-Gilles”). Pendiente quedará para mejor ocasión visitar la abadía de Saint-Gilles que le dio nombre a su primer condado, consistente en la mitad de las posesiones y rentas de dicha abadía.
Tolosa fue también la capital de los visigodos, antes de que los Francos los expulsarán de prácticamente todo el sur de la Galia, salvo un enclave en torno a Narbona, tras derrotarlos en la batalla de Vouillé en abril de 507. Después de dejar el coche aparcado, nos dirigimos hacia la catedral de la ciudad. M. me informa cuando pasamos al lado de la catedral de San Esteban (que tiene un innegable aspecto de estar inacabada) de que muy cerca de allí está el convento de los dominicos (también conocidos como jacobinos, debido al nombre de la calle de París en la que estaba su sede), el lugar donde descansa el sabio medieval Santo Tomás de Aquino, quien volverá a aparecer en este viaje. El convento fue fundado por Santo Domingo de Guzmán en 1215, cuando creó la Orden entre otras cosas para luchar con la cruz –y también con la espada- contra los cátaros. Los tolosanos consideran que este convento es la iglesia madre de la orden de los dominicos (O.P.), más importante aún que la Basílica de Santa Sabina en Roma, donde tiene su sede central la Orden de los Predicadores. Y aquí, entre estas paredes, estuvieron las premisas de la Universidad de Toulouse desde su fundación en 1229 por el conde de Tolosa Raimundo VII [4] hasta su disolución en 1793 durante el gobierno de la Convención. En Tolosa, una de las capitales de la civilización de los trovadores, se fundaron en 1323 el consistorio del Gay Saber o Gaya Ciencia y los juegos florales. Recuerdo, otro verano más, a Machado. Quien probablemente se hubiese establecido en Toulouse para pasar aquí su exilio si la muerte no se lo hubiera llevado en Colliure, adonde acudimos el año pasado a honrar su memoria.
Heme aquí ya, profesor
de lenguas vivas (ayer
maestro de gay-saber,
aprendiz de ruiseñor),
en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío,
entre andaluz y manchego.
Proseguimos nuestro paseo hacia la Place del Capitole, Rue du Taur avante. Las placas, que contemplo con profesionalidad y como expediente para escaquearme de cuando en cuando del grupo, me informan de que aquí, números 69 y 71, ahora filmoteca municipal, estuvieron la sede del PSOE y de la UGT en Toulouse, cuando esta ciudad era la capital del exilio republicano en la mitad meridional de Francia. Aquí tuvo lugar el martirio en el siglo III del obispo de la ciudad, San Saturnino o San Cernín, atado precisamente a los lomos de un toro, como la desdichada Ligia en Quo vadis, quien fue salvada in extremis por el forzudo Ursus. Me doy cuenta, una vez más, de que tamizo gran parte de mis experiencias en estos viajes con los fogonazos del recuerdo de las lecturas de aquellos tebeos de joyas literarias juveniles que tantas alegrías me dieron en la infancia. Y otra vez aparece el fenómeno de la sincronía: San Cernín, carreras con toros, lucecita roja. Algún vínculo medieval han de tener estas historias tolosanas con los encierros de Pamplona. Busco y encuentro. Los padres de San Fermín se convirtieron después de escuchar las prédicas de San Saturnino de Tolosa [5]. El santo bautizó a Fermín y sus padres en el lugar de la antigua Pompaelo que hoy se conoce popularmente como el Pocico de San Cernín. De aquí a encontrar un origen tolosano a los sanfermines solo hay un paso. M., también de paso sea dicho, estudió sus filosofías y sus estéticas en la Universidad de Navarra. Tengo que preguntarle si corrió los encierros. Conocedor de otros lances más recientes de su carrera taurina, no me sorprendería en absoluto una respuesta afirmativa.
Cae la noche, después de una cerveza en la plaza central de Toulouse, con aires de uno de los grandes siglos franceses, el XIX. Y recordamos que aún queda un trecho hasta Carcasona, la ciudad donde pasaremos la noche. Salimos ya de noche y poco después vimos a lo lejos la silueta espectral de la ciudadela, pero parece que ha habido un mal entendido. M. quería que nuestro alojamiento estuviese situado allí arriba (conociéndolo, supongo que pensó que bien podrían alojarnos en el propio castillo, en la Torre del Homenaje ya puestos). La cruda realidad fue que nuestro alojamiento estaba en la otra punta de la ciudad, también medieval. Lo único que hay que apostillar es que el barrio resultó ser la casbah de Carcasona. Se está convirtiendo ya en una bellísima costumbre alojarnos en este tipo de lugares: medievales en las formas, magrebíes en el paisanaje. No puedo ocultar que a mí esta fórmula me encanta, me recuerda tanto mis estancias en Marruecos que agradezco al marqués que indeliberadamente me despierte tan hermosos recuerdos. No dejo de sentirme como en casa, como si estuviera en el Palermo normando, aquel híbrido de Bizancio, islam y feudalismo normando, o en el Beirut o la Antioquía de las Cruzadas. En el hostal, ante la angustia por nuestras pertenencias, nos tranquilizan: nuestros equipajes no corren ningún peligro, estamos protegidos por el sistema del barrio. Nadie le va a tocar un pelo a nuestro coche. El tono no dejó lugar a dudas y su palabra quedaba empeñada. Nos sentimos como en casa. Del refrigerio improvisado en el propio hostal, mejor ya no hablamos. Y de noche, rodeados de la morisma de Carcasona y de su algarabía, conciliamos el sueño.
[1] E quan l’ac vist’e cogonuda
trabuquet ditz: “Cata morruda,
ieu vos aurai tost abatuda.”
E fier la denant sa barbuda
tal colp que tota l’escoyssen.
Pueys a li dig: “Ben as fol sen,
cata, qu’ab mi prendas conte;
e farai t’o ades parven.
Traducción de Martín de Riquer, Los trovadores. Historia literaria y textos, Ariel, Barcelona, 2012, pp. 1108-112. La tensó entre el marqués y un servidor no es tan anfractuosa.
[2] Una bula del papa Urbano II del 22 de julio de 1996 le reconoció como Comes Nimirum, Tholosanarum ac Ruthenesium et marchio Provintie, esto es Conde de Nîmes, de Tolosa, de Rouergue y Marqués de Provenza. La cosa no terminaba ahí. Además, era Duque de Narbona y Marqués de Gothia.
[3] Es de recomendada lectura para ver cómo se las gastaban Saint-Gilles y sus compañeros de la primera cruzada el libro de Amin Maalouf, Las cruzadas vistas por los árabes, Alianza, Madrid, 2004.
[4] Tataranieto de Raimundo IV de Tolosa, uno de los caudillos de la Primera Cruzada e hijo del Raimundo VI de la batalla de Muret.
[5] Fermín es un nombre muy importante en mi familia. Era el nombre de mi padre.