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Tondo, vivir en la basura

 

Algunas veces, las apariencias no engañan. En Tondo, miles de personas viven rodeadas de basura. Caminar por las calles de este barrio de la inmensa aglomeración que es Manila ni siquiera es tarea fácil: los edificios de lo que fue una zona industrial están inundados de montones de basura en grandes bolsas, las calles son barrizales de fango pestilente por donde se intentan abrir paso pequeños camiones cargados con los deshechos de la ciudad: botellas o vasos de plástico, comida medio podrida, trozos de aparatos eléctricos, madera… Manila produce seis mil toneladas de basura al día, y una buena parte acaba aquí.

       Mary Vista y su marido, Jimmy Barnoba, se fueron de la isla de Samar a Manila hace 33 años. No sería del todo correcto decir que lo hicieron voluntariamente: en Samar no había nada más que hacer que pasar hambre. Después de todos estos años siguen viviendo bajo una lona de plástico en un descampado. Él se dedica a revolver en la barcaza donde se vuelcan los camiones de la basura; ella lo hizo hasta que un camión le golpeó en la cadera y la dejó inválida. Tampoco sería cien por cien correcto pensar que en todos estos años, salir de la miseria ha sido una opción que dependiese de ellos. En una sartén llena de grasa, fríen trozos de carne ‘recuperados’ y miran a la vida con aceptación.

       Filipinas era uno de los países más desarrollados de Asia cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, décadas de corrupción y abandono institucional han hecho que se quede atrás en la carrera del desarrollo. Hoy, la mitad de los filipinos cuenta con menos de dos dólares diarios. En las provincias, terratenientes con conexiones políticas y ejércitos privados controlan el acceso a la tierra, y las ciudades apenas ofrecen oportunidades incluso a quienes han recibido educación: dos tercios de los médicos filipinos ejercen en el extranjero. Cuatro mil emigrantes salen del país cada día, apuntalando la economía nacional con sus remesas.

       Así, el caso de Jimmy y Mary no es excepcional: hay miles de familias en su misma situación por todas partes, y el flujo no para: Tondo se ha convertido en el destino último de muchos de los inmigrantes que, como ellos, constantemente llegan a Manila provenientes de las provincias. Se les ve durmiendo en los parques con una bolsa de plástico con sus pertenencias bajo el brazo, al abrigo de los inmensos hoteles de lujo o en los muelles de carga de los centros comerciales. Un número desconocido de esos inmigrantes vive en la trampa que son los distritos basurero de Tondo, separados del resto de Manila por la carretera que sale de la ciudad hacia el norte, el inmenso puerto comercial y el mar. Con 72.000 personas por kilómetro cuadrado, Tondo es uno de los distritos urbanos más densos del mundo y por todas partes hay familias hacinándose en edificios decrépitos y sofocantes que alguna vez fueron una zona industrial y ahora están medio en ruinas, lo cual no ha evitado que se subdividan los pisos superiores en infinidad de viviendas familiares de cuatro metros cuadrados y que los espacios inferiores estén compartimentados en cubículos de contrachapado elevados del suelo, porque cuando llueve, medio metro de agua de alcantarilla lo llena todo.

       Los habitantes de Tondo, con la misma diligencia del resto de trabajadores del mundo, madrugan y empuñan por toda la ciudad un carrito a pedales, registran las papeleras y los mercados recogiendo cualquier cosa que pueda servir para algo. Se mueven con la prisa del que no tiene tiempo que perder. Vuelven a las seis o siete horas y separan unos materiales de otros, preparándolos para que un mayorista se los lleve.

       También hay quien compra basura al peso e igualmente la separa durante doce o trece horas cada día para revender, y todo tipo de oficios entre medias: hay quien se ha especializado en comprar material electrónico para después quemarlo en un descampado y revender el metal recuperado, inhalando plomo, mercurio y cadmio por el camino. O también hay quien compra madera (muebles viejos, palos, restos de derribos) para hacer carbón vegetal y además recuperar hasta los clavos y las grapas. Por último, cientos de hombres, mujeres y niños, armados con un trozo de hierro a modo de garfio, rebuscan sin cesar dentro de las enormes barcazas donde los camiones de la empresa concesionaria vuelcan sin cesar toneladas de basura para llevársela a nuevos vertederos lejos de la ciudad.

       En Tondo, todo puede ser recuperado, transformado, revendido. De cualquier desecho que la industria sea capaz de reciclar, surge una industria manual y doméstica de recuperación. Lo difícil es hacerse rico: los días mejores, unos y otros vienen a ganar el equivalente a dos o tres euros.

       Romel dice tener doce años pero aparenta bastante menos. Arrastra dos grandes sacos de plástico según sale del pasadizo encharcado que lleva a su casa, de buena mañana, camino de la ciudad. Vuelve a mediodía con los sacos por la mitad, y al rato está apoyado en una columna, inhalando cola. Consume tres bolsas diarias que compra por apenas 10 céntimos cada una. En unos segundos está evadido, ausente, colocado. Romel no tiene padre y comparte un cuartucho con siete hermanos, su madre y su padrastro. El suyo es un caso típico: en Tondo no hay infancia, aquí los niños han de ser una fuente de ingreso para la economía familiar.

       Bajo los postes de madera que sujetan las casas, allí donde el mar se junta a los efluvios de la ciudad, hay niños que bucean entre el detritus buscando botellas de vidrio, o juegan sumergiéndose en aguas fecales. Otros participan en la fabricación de carbón vegetal o pelan ajos de sol a sol para vender a los restaurantes.

       Y de manera inevitable surge la necesidad de evasión: los niños esnifan cola y las niñas se desgañitan durante horas frente a una máquina de karaoke, tanto da. Por supuesto, la necesidad de evasión no se limita a los niños: en los billares hay jugadores profesionales que ganan doscientos euros en un día desplumando a los hombres borrachos. Las mujeres apuestan al bingo, y por las tardes se montan juegos de cartas o dados que también te dan la oportunidad de perder lo poco que has ganado durante el día.

 

 

       En un ambiente tan enrarecido, ya no resulta extraño(aunque sí bastante irónico)que los distritos tengan nombres como Happyland y Aroma. O que en el cementerio de Navotas, un poco más al norte, las familias vivan y reciclen su basura entre filas de nichos decrépitos.

       Muchas de estas familias trabajaban en el antiguo y famoso basurero de Payatas, más conocido como Smokey Mountain o la Montaña Humeante. Antes de ser una montaña, Smokey Mountain era un lago que la municipalidad empezó a rellenar con basura en 1957. Con el tiempo se convirtió en una colina de deshechos que se levanta cerca de cien metros sobre el nivel de la calle. El 9 de julio de 2000, las lluvias provocaron un desprendimiento que sepultó cerca de 200 chabolas y provocó la muerte de al menos 30 personas. Avergonzado por la imagen que daba el vertedero, la municipalidad lo cerró a principios de 2009 y las familias que vivían en Smokey Mountain, privadas de lo que no deja de ser una forma de sustento y sin otro sitio donde ir, cruzaron el río Vitas y se instalaron en Tondo. Hoy día, la gran colina de basura está recubierta por una capa de vegetación, extrañamente verde en el trasfondo de la contaminación de Manila. Cual mineros, se pueden ver hombres aquí y allá cavando con un pico y recuperando trozos minúsculos de vidrio, metal o madera.

       No está claro qué aguarda el futuro para las familias que viven de la basura en Tondo. En el barrio de Aroma, una organización humanitaria ha conseguido escolarizar a parte de los más pequeños, mil quinientos niños que además reciben dos comidas diarias, chequeos médicos en ambulatorios de otros barrios y –más importante aún- una educación que les ayudará a salir del ciclo de pobreza de la basura.

       Pero los habitantes de estos barrios ocupan terreno público (parte del inmenso puerto de Manila) o privado (cedido por el gobierno para la construcción de un futuro puerto pesquero), y aunque algunos tienen documentos de cesión, nadie cuenta con verdaderos títulos de propiedad. En Happyland y en Aroma, muchos creen que alguien les terminará compensando por un eventual traslado a otra parte. Dicen que algo tendrán que hacer con ellos, pero fácilmente se detecta la incredulidad en sus mismas palabras: quien vive en un sitio así hace mucho que perdió la inocencia.

 

 

* Eduardo de Francisco es un reportero y fotógrafo cordobés. Su próximo proyecto, Basura tóxica, se puede conocer en http://www.verkami.com/projects/90-basura-toxica. Su obra se muestra en la página web www.eduardodefrancisco.com

 


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