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Totum revolutum

Todavía tengo en la memoria y en la retina la toma de posesión de Biden y los cinco minutos de recitado de esa joven afroamericana de nombre Amanda Gorman, quien, por cierto, he leído estuvo haciendo un curso de español en Madrid hace un par de años y se quedó prendada de la poesía de García Lorca. Sentí «envidia cochina» de ella, de su lucidez y sinceridad, de su entusiasmo al gritar que la luz la podemos ver, sobre todo porque está en nosotros. La envidia es uno de los siete pecados capitales que en mi colegio de jesuitas donde estudié -esa orden religiosa que ahora se ha abierto en canal reconociendo haber cometido abusos sexuales- que más despertaba la furia de mis preceptores junto con la lujuria.

No sé bien si su poema forma parte de esa otra plaga, la de la cursilería, a la que mi admirado escritor Javier Marías se refiere y que, según él, hay que derrotar -además, obviamente, del covid-19- junto a la de los catastrofistas de la ecología. Seguro que Gorman está exenta e inmunizada frente a las tonterías de los abrazos, los besos y lo bueno que seremos una vez termine esta cansino drama. Que se lo digan a los de Pfizer, a la hora del reparto de dosis: quien más rico más recibe. La OMS lo ha criticado abiertamente ante el lamento de los países más pobres. Pero ahí queda. Lucrarse a costa de la salud. Toda una lección ética, es un eufemismo, claro, que no empaña desde luego el éxito de fabricar una vacuna en apenas nueve meses y en el trabajo de esa pareja de virólogos turcos y de los científicos que la desarrollaron para la multinacional farmacéutica.

Aquí, entretanto, en el terruño hispano español, todo indica que la vacunación seguirá corriendo lenta y cansinamente a cargo de la sanidad pública, como, por otra parte, así debe ser. Otra cosa es la picaresca, ese comportamiento tan nuestro, tan enraizado desde siglos y contra la que no existe vacuna alguna. Resulta de sainete escuchar a ese consejero de Sanidad, que justifica haberse saltado el protocolo porque hasta le obligaron sus colaboradores cuando él confiesa no haber sido muy partidario de ponerse cualquier remedio farmacéutico. Ni siquiera la de la gripe. Al menos el jefe del Estado Mayor de la Defensa, que se saltó la fila por motivos que no me quedan claro, presentó la dimisión cuando así se lo exigió la ministra de ese departamento. Jamás olvidaré esas largas y soporíferas ruedas de prensa durante el confinamiento en las que él abría el fuego lamentando que «hoy también es lunes».

La situación es tan desesperante, aquí y en Tombuctú, que me pregunto si no estamos ante una réplica del Día de la Marmota. En mis sueños, siempre un tanto turbulentos, me he visto inmerso en escenas pintorescas y absurdas. Como la de creer que la Tierra aún no ha completado toda su vuelta alrededor del Sol y que por lo tanto seguimos en el maldito 2020. El conserje del edificio donde vivo se quedó de piedra cuando hace unos días le saludé diciendo que tenía esperanza de que Trump perdiera las elecciones de noviembre y que eso nos haría por lo menos algo más felices en las cercanas Navidades. «¿Se encuentra bien, señor? ¿No se acuerda que me dio hace tres semanas el aguinaldo y que afirmó que la victoria de Biden era como una bendición divina ante tanto castigo del Maligno?». Me fui un poco asustado y decidí regresar al piso a comprobar si se había terminado el año y estábamos ya en el nuevo.

Sí, efectivamente, así era, el calendario del ordenador no engañaba, aunque para mí las figuras públicas me parecían las mismas. La misma bilis de unos contra otros, la misma miopía, el insoportable cortoplacismo, la astucia del poder central sobre el regional, la catarata de protocolos y restricciones y en definitiva la mediocridad de la que no salimos. Tal vez porque no existe remedio contra ella o porque es lo que se lleva en estos tiempos que corren. O porque siempre fuimos mediocres.

Anteayer leí una entrevista con el filósofo y psicoanalista esloveno Zizek, que me dejó mal cuerpo. De él sólo he leído un librito llamado Pandemia. Poco es para atreverme a juzgarlo. Quienes lo han estudiado más lo tildan de extremadamente radical y un tanto extemporáneo. Vaya, un poco provocador. Pero la provocación confieso que me atrae siempre y cuando se haga con respeto hacia el otro y no derive en agresión.

Pues bien, Zizek afirma que esa esperanza de la que habla la joven poeta Gorman, esa luz al final del túnel no es tal, porque lo que nos vamos a encontrar es un tren que viene de frente. No sé bien si es que nos quiere avisar de que después de este asqueroso bicho vendrán más calamidades. Pinta un cuadro un tanto sombrío al referirse a la fatiga pandémica. Pasará la crisis sanitaria, vendrá el agravamiento de la económica y posteriormente el aumento de suicidios. Curiosamente, durante el confinamiento de la pasada primavera no hubo un incremento de suicidios ni de divorcios en nuestro país, según las estadísticas y en contra de las primeras previsiones.

La dura realidad es que, según datos de Oxfam, cerca de 800.000 personas han agrandado los niveles de pobreza extrema en España -podrían haber sido otros 700.000 más de no haberse puesto en marcha los ERTE- lo que eleva a más de cinco millones de individuos que tienen que sobrevivir con 16 euros al día, cerca de un 11% de la población total española. Me pregunto cómo se puede vivir con esa magra suma sino es con auxilio de la beneficencia o de la familia.

Pero entretanto sigue la pelea de perros y gatos. Peleas dentro del propio gobierno de coalición: del primer partido con el segundo; del tercero contra el universo planetario; del cuarto frente a los ricos y amenizando, y amenazando, el ruedo ibérico los de la txapela y la barretina. Qué paradójico país éste en el que nací hace ya demasiados años.

Pensamos equivocadamente que nuestra democracia está consolidada y a prueba de bomba, cuando está tan herida como la de la primera potencia mundial y seguramente la de todos los países que se consideran democráticos. Biden y la joven poeta Gorman hablaron la semana pasada durante la toma de posesión del primero de la necesidad de unir su país, de cerrar las cicatrices y de superar y dar carpetazo a un mal sueño de cuatro años para olvidar.

Pero aquí parece que pensamos que todavía hay margen para continuar con el insulto y con la crispación. Con el garrotazo goyesco. No quiero pecar de esa cursilería que Marías recrimina de los besos y abrazos, pero si no cuidamos con mayor cariño y responsabilidad la democracia bien ganada después de cuatro décadas de dictadura se difuminará y lo lamentaremos cuando ya sea tarde.

 

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