Nunca estuvo tan cerca el fin de la ETA después de un hecho tan moderno, democrático y europeo como una entrega de armas para idiotas, que viene a ser lo mismo que aquella cena parisina y teatral de Francis Veber, exceptuando el desenlace. Esta es, sin duda, la demostración definitiva de la normalización, con los encapuchados introduciendo en su escenografía las cerillas de Pignon, e incluso al mismo Pignon, comprobando en diferido la resistencia de sus maquetas.
Como muestra de su inequívoca voluntad de redención, el terrorista innova incorporando la figura del verificador para reírse un rato a su costa: el idiota; aunque no le queda a uno muy claro quién es éste en realidad, si el susodicho, el encapuchado, uno mismo, todos al mismo tiempo o con alguna excepción. El verificador, ese actor que interpreta a un notario con toques de funcionario de la ONU, ha solicitado un margen de tiempo para el desarme completo, de lo que se deduce que ya se le ha comunicado su invitación para futuras cenas.
Mannikalingam es el nombre del portavoz, que tiene un algo de Pignon en su sonoridad, o mejor, en su efecto al pronunciarlo, entre cómico y misterioso, y dirige la Comision Internacional de Verificación (CIV), que a uno le suena un poco como a Special Events (¿SE?) (con su Correa y su Bigotes incluidos, y hasta a Noos, con su Iñaki y su Diego Torres); y además le ha traído una melodía caprichosa de esas de las que resulta difícil desembarazarse: One little, two little, three little indians/ four little, five little, six mannikalingams/ seven little, eight little, nine mannikalingams/ ten mannikalingams boys, lo cual no hace mucho para tenerle a este hombre el respeto que se merece.
La entrada de estos señores en el plató etarra supone un hito, aunque el decorado y el atrezo, con los rostros cubiertos de negro, a uno le recuerden la escena del tarado de ‘Pulp Fiction’, el deficiente mental que mantienen encerrado en un zulo vestido de cuero. Verles aparecer junto a esa mesa, una mesa como de mercadillo de género cutre y escaso, consultando esos papeles con su colega ha sido como oírles: “-Bueno, trae al tarado/ -El tarado está durmiendo/-Pues entonces tendrás que ir a despertarle, ¿no crees?”, y ahí es cuando aparecen en plano los encapuchados: un hito. A Urkullu el asunto le parece «un pequeño paso, pero insuficiente«; y a Madina “una pequeña buena noticia”, toda una frase zapateril que asusta.